Al cotejar las circunstancias que condujeron a la renuncia, abrupta salida y posterior apresamiento en Brasil del publicista político Joao Santana, se corrobora fácilmente que su relación con el Presidente Danilo Medina era la clásica patrón-empleado. Ni más, ni menos.
El afamado mercadólogo brasileño, quien ha trabajado para varios presidentes latinoamericanos, fue contratado en esa calidad por Medina desde 2012, y, como admitió el mandatario, “Santana era su principal asesor en la actual campaña electoral”.
Reclamado por la Justicia que lo investiga acerca de supuestos pagos ilegales vinculados a un caso de corrupción política en Brasil, Santana comunicó la situación a Medina y al partido oficial, renunció y salió voluntariamente del país junto a su esposa Moura.
¿Qué podía hacer el Presidente Medina frente a esa situación? Nada. Resignarse ante los hechos, ni pensar siquiera en obstruir el curso de la indagatoria legal brasileña y nombrar un sustituto, nombramiento que recayó sobre el eficiente Ministro de Turismo, Francisco Javier García, quien se ha ganado el respeto y la admiración de sus partidarios y de la clase política, tras dirigir exitosamente las campañas del ex Presidente Leonel Fernández y la pasada de Medina. “Para salvarse uno, tiene que joderse el otro”, diría un chusco.
Mientras tanto, la oposición ha intentado infructuosamente convertir el caso en tormenta política, al acecho de cualquier mínimo escándalo semejante a la corrupción, que pudiera afectar la imagen presidencial para reducir la amplia ventaja electoral de Medina. Situar sus posibilidades de victoria en la perspectiva del descalabro moral de Medina, se parece a aquel que construye sobre terreno fangoso.
Casi todos los mandatarios contratan asesores en una relación patrón-empleado. Que el empleado fracase, no es culpa del patrón. Que la justicia brasileña reclamara a Santana, no es culpa de Medina.