Al fijar mi atención en la obra de Leopoldo Minaya aprecio una obra de la más alta calidad en la literatura dominicana, por la belleza de su forma y la hondura conceptual. En sus poemas pudimos apreciar una lírica original, fresca y remozada. La poesía, que se distingue de la visión científica, se funda en la certeza de una intuición estética; y se diferencia de la visión filosófica, o reflexión sobre la esencia de las cosas. La visión poética finca la certeza de su enunciado en una intuición estética nutrida en la sustancia de una realidad sentida y vivida.
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La buena poesía recrea la emoción que genera la belleza y el sentido que subyace en la cosa, que la sensibilidad capta y la inteligencia interpreta. La poesía superior expresa el encanto y el sentido trascendente y místico que la belleza y el misterio despiertan en la conciencia.
Esta última es la creación de los grandes poetas que intuyen verdades profundas. En sus poemas, Leopoldo Minaya potencia su caudalosa voz poética con denso aliento creador y entusiasmo fecundo bajo la onda de espiritualidad que sus versos concitan.
Leopoldo Minaya es un poeta poroso al influjo estético de la tradición clásica y moderna de la literatura. Su creación lírica revela la huella de los poetas de nuestra lengua y de creadores eminentes de la literatura universal.
La poesía moderna, a veces complicada y oscura, otras veces sutil y simbólica, perfila con inusitado aliento las gemas interiores de la imaginación lírica de un creador, que en el caso de Leopoldo Minaya manifiesta lo que enaltece la condición humana. La obra de Leopoldo Minaya, consustanciada con la energía mística, se nutre de la belleza de lo viviente y el encanto del misterio.
La alforja lírica de este valioso creador, impregnada de los veneros románticos, simbolistas, místicos e interioristas, potencia la facundia creadora de su limpia inspiración. Clásico por instinto y moderno por formación, todo en él se aúna para hacer de su creación el cauce de una visión interiorizada y mística. Fluyen en las diversas creaciones de este hacedor de belleza el acento del versículo bíblico, la huella de las jarchas mozárabes y el aire sutil de una voz milenaria que flota en sus imágenes sonoras y elocuentes.
Piensa bien Leopoldo Minaya al decir que a menudo no entendemos el misterio de la vida, en la que vagamos como sombras errantes, aunque cumpliendo un reto, una meta y un destino. Cada uno es el artífice de su peculiar derrotero. El concepto de karma, que en sánscrito significa ‘acción’, es el resultado de cuanto hacemos; toda acción provoca una reacción.
Quien actúa bien, recibe recompensa, y quien procede mal, cosecha un castigo inexorable. Tanto el cielo como el infierno se entienden desde esa perspectiva mística. Somos el resultado de lo que pensamos y hacemos, y realizamos lo que sentimos interiormente.
La poesía de Leopoldo Minaya contiene la sustancia de su contenido que ilumina la vida interior y esclarece el sentido profundo de la existencia humana. Desde la dulzura y la paz que manan de su corazón limpio y generoso, nuestro poeta proyecta una energía creadora y un entusiasmo contagioso que hace de su palabra y su creación un caudal de sensaciones entrañables, al tiempo que encauza el aliento gozoso de su sensibilidad fecunda.
Leopoldo Minaya recrea el acento de una voz con el eco del Infinito. El tiempo, la vida, la muerte, el amor y la pasión son los temas que impregnan su creación poética de un aliento angustioso y nostálgico, pero al mismo tiempo esperanzador y liberador, que se alternan con los saludables influjos de valiosos autores de la literatura universal, entre los cuales hay que mencionar a san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Francisco de Quevedo, Jorge Luis Borges, Antonio Machado, Federico García Lorca y Constantino Cavafis, entre otros creadores clásicos y contemporáneos.
Cuando, en un arranque de inspiración quevediana, el poeta expresa: “Quien escribe estos versos no comprende/ que es polvo, que es humo, que es ceniza”, no está sino potenciando una tradición ascético-poética que actualiza con su aire de aeda y visionario. Su potencia poética fragua una virtualidad genesíaca con belleza interior y hondura mística, conforme apreciamos en “Humo humanidad”, juego de palabras que aluden al étimo de base (humus significa ‘polvo’, ‘lodo’, ‘tierra’), y del vocablo humo se forma la palabra humanidad, que alude al ‘barro que piensa’, según el decir lírico de Minaya:
Hablo del humo y hablo de lo humano,
hablando, en cada caso, por lo mismo:
la relación del pez sobre el abismo
se implica en la ecuación, si das la mano.
Va de intento: Timón cavó la gruta,
pues Pluto pereció, y fue humillado…
¿No es a Pluto a quien buscan en tu prado?
Y perder a un amigo, ¿no te enluta?
Al cabo del vaivén, nada es eterno…
¿Y podremos decirlo los poetas
o decirlo el pintor con su paleta?
No todo es material, algo es eterno,
espíritu-espiral, voluta-criba,
desmembramiento humano que trasciende
siendo humo (no pesa y se comprende
su vocación de andarse siempre arriba).
Leopoldo Minaya canta lo que estremece su sensibilidad con una amorosa visión de lo viviente y una actitud empática ante lo real en cordial sintonía con la esencia espiritual del mundo. Su verbo poético, impregnado de una irradiación profunda, atiza el vuelo del espíritu. Leopoldo Minaya no es un poeta superficial ni aéreo, sino un hondo escrutador de cuanto sucede en la vida. Centra su atención en el discurrir de lo existente y en el sentido prístino de lo viviente. Este poeta interiorista tiene el poder de explayar en su poesía la dimensión imperceptible de lo real, al tiempo que subraya con fino humor y sutil ingenio la vertiente mística de lo viviente. Así, en “Muerte” explora la razón del designio insondable que enaltece el Soplo del Espíritu:
—¿Qué impulso de la luz no se detiene
si lo ordena el vacío de tus ojos?
Ante ti, como al soplo, me prosterno.
Ante ti, como en vado, me arremango…
Abruptas crepitaciones del carbón…
¡Oh, la piedra que cae más severa!
Ya deshecho el costado, ¿dónde anda
lo que vi, lo que amé y lo que fuera!
Leopoldo Minaya tuvo la intuición mística de atrapar la dimensión singular de lo viviente, signo distintivo de los teopoetas, por lo cual sabe expresar, con voz genuina y elocuente, el impacto que las cosas producen en el alma. Su voz lírica canaliza el vínculo entrañable que el hombre establece con las cosas en su conexión sensorial y espiritual. En “Círculo”, al poeta le espeluzna el sentido de la vida:
—Entonces el bronce rodó por la pendiente,
desenredando voces estridentes o apagadas.
En profusión formaron la noche de los tímpanos,
una a una contaron historias verdaderas.
Una tras otra, otra tras otra, otras tras otras,
manifestáronse mientras duraba la caída.
Porque aquel que era el cuarto en orden ascendente
o descendente, de los siete, saltó por el abismo.
Su caída era lenta, interminable, y en torno
de su alma giraban mordientes serafines:
por millares hilaban el blanco de sus ojos
y la música que ondeaba en libertad era sacra.
Y saltó. Se lanzaba al abismo sin fondo.
Y se dijo: “Acarreo lo bello y verdadero”.
Y en un tramo del viaje que duró largas noches
unió las dos puntas del cordón, formó un círculo,
comprendió que su viaje tenía un fin: el origen.
Atributos poéticos de Minaya: virtualidad lírica; visión espiritual y estética que integra lírica, narrativa y drama; agrega a su visión simbólica, interiorista y mística las facetas descriptiva, musical y pictórica; dimensión prístina de lo viviente; reacción afectiva y espiritual; contrastes léxicos y semánticos; valor simbólico y sentido místico; dimensión esencial; ternura mística.