[El poema “La voz del ángel”, de Leopoldo Minaya, se iguala a la altura que emplearon autores como Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda, Manuel Valerio y Máximo Avilés Blonda, autores que lograron una obra luminosa y ejemplar… Eso le garantiza una permanencia en la literatura dominicana. Yo no conozco un poema de esa categoría en la literatura dominicana, y yo creo que… bueno, la he estudiado bastante la literatura dominicana, y puedo dar ese testimonio.]
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L a alta poesía es interpretación estética y simbólica de la significación de la vida, expresada con emoción, belleza y verdad, mediante el lenguaje de la imagen y la certeza de la conciencia. Nuestro poeta tiene una clara visión de lo existente.
Todo comienza con la convicción de la fe en los dones con que venimos a la vida para conocer y descifrar el mundo, que está lleno de símbolos. Somos símbolos y habitamos símbolos, decía Emerson, cuya exégesis inquieta a Leopoldo con la clara conciencia de saber que hay un derrotero final en la inextricable sombra que abruma y desconcierta.
A esa verdad irrebatible alude el poema “La piedra existencial”, espejo del tono borgeano que alumbra la base de lo existente y el aire místico que le asigna Leopoldo:
No soy la piedra que mató a Goliat
—a matar no me enseña el cristianismo—,
soy la piedra angular, soy basamento bañado eternamente por un río.
Diversidad de piedras meteóricas, alto y raro universo que respiro, astros (lunas y soles y planetas) que lucen, como dedos, sus anillos: no soy la piedra de discordia. En vano
arrimose Satán a mis oídos.
¿Piedra filosofal? ¡Nada tan bello!
¿Piedra de toque? Duelo y esclavismo…
(Pero aquel que llegare hasta estas letras, piedra filosofal es en sí mismo
—piedra filosofal que frote piedra filosofal dará… oro macizo—, y si hiciese brillar este poema, colocando la piedra de su espíritu, afirmando o negando o descreyendo, será dueño de ¹/³ de sus símbolos …y en completa equidad, pues corresponde
—cual tributo al ambiguo logaritmo recargado en los hombros de los hombres— otro tanto al azar o a los designios).
Cuando las cosas se ven con la mirada del espíritu, se aprecia mejor su dimensión hermosa y sutil.
La poesía que mana de un corazón enamorado, como el de Leopoldo Minaya, refleja el encanto que subyuga y el fulgor que rutila mediante el requiebro de las imágenes y el sortilegio de sus gemas interiores, simbólicas y místicas, que encienden el espíritu con la llama de lo Eterno.
Leopoldo Minaya glorifica la intuición mística de fundar una creación que ni la muerte podrá triturar, como sugiere en “La oda sagrada”:
Contamos las historias, las edades, porque desembocamos en la luz, porque al compás de desiguales años quisimos ser caballos de más brío. “Ser o no ser”: dilema de existencia, discursea el hondón de los sentidos, y en profesión de fe y de los comienzos nos vamos, con franqueza, de las manos…
Pero es así: si piensa la materia y te interpela por mi voz el fango, nos revelamos cardinal progenie, un salpique de icor corre en tu mano. Pero es así. Nosotros, tan anónimos,
tan calladitos a mitad del prado, por una vez vencimos a la muerte…
¡Victoria excepcional! ¡Gloria es nacernos… que el espíritu escupe eternidades!
En “Medio de los sentidos”, la mujer es amanuense de la gracia y de la verdad que nos completa y redime, como se aprecia en los versos encendidos con la llama divina que arrebata, no sin obviar el eco sutil de la filosofía platónica:
Así fijé en oír el Absoluto… Llegó hasta mí la Voz Fundamental y posose en mis tímpanos malditos no aptos para oír su funeral.
La razón me arrogué.
¿A qué escuchar invictos?
¿La derrota a qué suena en tu cordal?
Pensé: debo tocar, tocar, tocar, no puertas, no linos ni amatistas ni oropel, sino lo duro, lo blando, la textura, principio de un saber reconocer; pero ¿cómo podré tocarte, luna, infinito gigante, orbe, granel de astros, nebulosas transparentes, idea, espíritu, esencia, Alto Saber?
Hay una alternativa que se ofrece:
—¿Nunca has tocado un cuerpo de mujer?
La poesía genuina, la que sale del corazón sensible a los encantos de la Creación, logra la forma que encauza la gracia divina y la llama que enciende el aura incandescente mediante el arrebol luminoso de la palabra sagrada para henchir el verbo de entusiasmo y pureza, remedo radiante de las apelaciones estelares.
En su poema “Hijo pródigo”, Leopoldo Minaya quiere restablecer la relación fecunda del Hijo con el Padre mediante la energía que empata el alma, el ideal y los afectos. Como el relato bíblico, el poeta alude, simbólicamente, a la vuelta al manadero de la fe en la trascendencia, destino que a todos nos apela.
Hay una singular expresión de amor en Leopoldo Minaya, que es una clara señal de la ternura mística de su sensibilidad trascendente.
En su poema “Retablo” aflora ese acordado sentimiento que permite sentir con el otro, compenetrarse con el dolor o angustia de las criaturas, como lo revelan varios poemas del poeta interiorista cuando pone en ejecución la capacidad de sintonía de su sensibilidad con el doliente corderillo que bala desesperado en su retablo, que lo asume como símbolo de la dolencia humana cuando reclama piedad y atención a sus reclamos.
En este hermoso poema la persona lírica, sintiéndose abatida y sola, clama a la Divinidad, al tiempo que ausculta una peculiar faceta de la vida encarnada en el pastor, que plasma en forma lírica enriquecida con ecos bíblicos y acento entrañablemente pastoril y cordialmente bucólico.
En este simbólico poema el sujeto lírico se autodefine como “un corderillo solo y herido entre los bosques”, con lo cual ha producido una de las creaciones más hermosas de la lírica dominicana.
La ternura mística es la más clara señal del sentimiento divino, del ágape sagrado, brote de amor puro y sublime el que mana de la sensibilidad herida de compasión y ternura, según apreciamos en los ardientes versos de Leopoldo Minaya.
La verdad es un patrimonio de la conciencia espiritual en la que fundan su obra filósofos, iluminados, santos y teopoetas. La verdad poética y la intuición mística, fuente inspiradora de la lírica trascendente, embellece y enriquece la lírica mística.
Leopoldo Minaya es el resultado de una corriente estética y espiritual que se ha nutrido de grandes iluminados y estetas de las letras universales, como san Juan de la Cruz, fray Luis de León, William Wordsworth, William Blake, Unamuno, Paul Valery, Machado, García Lorca, Darío, Neruda, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, y de los dominicanos Mieses Burgos, Manuel Rueda, Nelson Julio Minaya y León David, entre otros valiosos creadores de la literatura universal.
La suya es una poesía con los rasgos creativos de quien tiene voz propia, tono peculiar y tropo distintivo.
Uno de los textos místicos más luminosos de la lírica teopoética dominicana: el poema “La voz del ángel”, de Leopoldo Minaya, una memorable creación de orden superior, revelado en una experiencia mística a la luz de edificantes vivencias sagradas.
Este memorable poema de Leopoldo Minaya confirma no solo su inteligencia sutil y su sensibilidad mística, sino la alta capacidad poética del agraciado creador interiorista para sentir en el fuero de su conciencia la llama sagrada de la fuente divina, fuero y cauce de una sabiduría arcana, sagrada y divina, con el lenguaje simbólico de la creación teopoética.
La obra poética de Leopoldo Minaya revela la huella de una ardiente sensibilidad y el testimonio de una alta conciencia mística cuyo venero luminoso alienta una hermosa y edificante expresión estética, simbólica y mística, rica en hondura interior y auspiciosa de una cautivante belleza trascendente con la sabiduría sagrada de la revelación.