Dicen las cifras que hemos llegado a 10 millones de personas en el país. Los números y las estadísticas son imprescindible para organizar, planificar y viabilizar las prioridades, y gerenciar la salud, la educación, la producción de alimentos, la vivienda, carreteras, agua potable, energía, calidad de vida, bienestar y la felicidad.
La inequidad, la falta de cohesión social y la mala distribución de la riqueza han imposibilitado que más dominicanos de esos 10 millones vivan con dignidad y en Estado de derecho social. Pero también la falta de ética pública, la ausencia de valores morales en lo público y privado; más, la falta de compromiso de una ciudadanía responsable, han reproducido una cultura de vivir sin consecuencia, bajo un modelo relativista e individualista donde no se piense en 10 millones de habitantes, en el presente y para el futuro.
De esos 10 millones de habitantes, distribuidos la mayoría en zona urbana, más hombres que mujeres, con una mayor tendencia al aumento de la esperanza de vida. Sin embargo, la población sigue siendo adolescente y joven para un 22% a un 24%. El desafío como país es cómo resolver el problema del desempleo, la falta de tecnificación en los jóvenes para insertarlos en la productividad, o cómo vamos a disminuir las cifras odiosas del embarazo en los adolescentes, los actos delictivos en adultos y jóvenes, la inseguridad ciudadana, los femenicidios, el sicariato, el bandolerismo, la delincuencia y los niveles de frustración en que viven los excluidos sociales.
Pero hablemos de la salud mental de 10 millones de habitantes: el 19,3% tiene riesgo de padecer un trastorno psiquiátrico, de dónde un 6,3% padecerían de depresión mayor, el 1,2% trastorno bipolar, el 1.3% de esquizofrenia y el 0. 6% de trastorno de ansiedad, etc. Independiente de estas cifras facilitadas hace unos años por la Organización Mundial de la Salud (OMS), otra situación preocupante es el aumento del divorcio, familias disfuncionales, rotas, reconstruidas que afecta el apego, el vínculo, el sentido de pertenencia, la autoestima y la efectividad en los hijos, pero también, el aumento del alcoholismo, ludopatía, consumo de drogas e intento de suicidio.
Dicen las estadísticas que de cada 10 niños, 9 viven con su madre, pero no conocen o no tienen una relación sana con la figura del padre. De ahí que el 38% de los hogares son de dinámica matrifocal o monoparental. Lógicamente, esto apunta a una familia con mayor estrés-psicosocial, más carencia y de mayor vulnerabilidad en su salud mental. Como pueden reflexionar, de esos 10 millones de personas, van a tener riesgos y vulnerabilidad en salud mental, ya sea, con trastorno del sueño, trastorno psico-somático, desesperanza, frustraciones, ideas o intento de suicidio, falta de habilidades para resolver problemas e incapacidad para aumentar sus factores protectores para responder a los conflictos y circunstanciar de sistema de carencia en que viven. Uno de los indicadores de bienestar y felicidad en la vida es poder determinar los niveles de salud mental de la población en función de sus expectativas de logros, objetivos, propósitos, calidad y calidez de vida.
Corresponde al Estado organizar y planificar el desarrollo de esos 10 millones de ciudadanos para que alcancen los estándares de desarrollo social y humano. De forma individual, le corresponde a cada familia, individuo, aprender a cuidar y planificar su desarrollo integral, para mejorar su vida, su salud mental y su felicidad. El desafío es responder con políticas públicas, con inversión focalizada a los grupos más vulnerables y de mayor riesgo. 10 millones necesitan esperanza, altruismo, compromiso, solidaridad para sentir la dignidad de vivir y existir en un país con inclusión social. La salud mental es el mejor indicador de chequear las cifras y saber cómo andamos y para dónde vamos en los próximos años.