Una arremetida alcista hacia el costo de la vida se acentuó desde hace algunos meses haciendo temblar a consumidores ante góndolas de supermercados, tramos de detallistas e insufribles listas de medicamentos que son ahora más prohibitivos que nunca. A las farmacias se debe acudir armado de valor y de abundante billetera.
La salud ha quedado en doble peligro por ser ínfimo el subsidio para la compra de medicinas que a los afiliados expiden las ARS ahora enfrascadas en romper lanzas con los médicos del desenfreno en el cobro de copagos. Otra prueba de que los consumidores están desprotegidos y que las concesiones del Estado, como mantener reducidos los precios de los combustibles y atenuar impuestos para abaratar costos a productores, importadores e intermediarios, solo surten efectos para las cajas registradoras.
No parece que haya existido alguna forma institucionalizada de frenar los desmadres en el valor comercial de las cosas imprescindibles para la gente de empleos precarios o aplastada por la informalidad de ocupaciones que escapan a toda regulación y constituyen las casi dos terceras partes del mercado laboral. La pobreza no ha retrocedido. Sí lo ha hecho el poder adquisitivo no acrecentado por salarios.
Las alzas ocurren sin transparencia y aunque las importaciones de materias primas e insumos esenciales están libres crecientemente desde octubre pasado de los factores que habían triplicado costos de operaciones, fabricación y transporte marítimo.