Una filia y sus efectos recorre el mundo. Se apodera del espacio, agrede sin piedad ni remedio. Afición que destroza, convertida en adicción.Entre el masoquismo y el sadismo prima el consumo y la aceptación de sus manifestaciones. Aunque sus nocivos efectos son conocidos, tanto como su origen, el interés tras el bulo y el amarillismo nos seduce y revierte nuestra esencia. Suena el pitido y acudimos con prisa a la lectura y relectura de la falsedad. Con mano trémula y actitud placentera, a pesar de no admitir el padecimiento, reenviamos el horror, la mentira. No importa la afectación a la persona, a la institución, no importa el daño que provoque, menos importa la posibilidad de contestación o desmentido. Inútiles las pruebas, los testimonios. La filia por la difusión de la falsía motiva a esparcir el veneno.Mientras más rápido mejor. Para no estar rezagados contribuimos, como portavoces, a la divulgación compulsiva de la patraña para convertirla en tendencia.Es una filia robusta cuya fortaleza repele la verdad.La catástrofe no interfiere la afición por las noticias falsas nialtera la intención de destruir con su publicación, al contrario. La pandemia ha permitido la exposición de la grandeza y también de la ruindad. Aflora el abyecto discurso de la vileza oportunista. No hay contén ni misericordia. Grupos malevos quisieran ganar la competencia fúnebre y como las cifras todavía no alcanzan suenan proféticos y anuncian, golosos, lo peor. El Covid- 19, desde su irrupción en China, ha postrado a EUA, Italia, España, Francia. Los sistemas sanitarios de los dueños del mundo sucumbieron embestidos por un virus. En nuestra región asola y la deuda social desafía. Imágenes dantescas en las calles, cadáveres putrefactos e insepultos, la cara del hambre asomando y las pendencias políticas continúan redivivas y conturban. No hay tregua ni frente a la destrucción. En la República Dominicana el esfuerzo ha sido ingente. La buena voluntad y el trabajo,intentan contrarrestar la tristeza, la desolación. El temor a la propagación del virus entre la población inerme y depauperada, preocupa a la mayoría. Desespera y desvela la desobediencia a las restricciones dictadas por el estado de emergencia.Descubrir el compromiso de bomberos, policías, militares, la dedicación de profesionales de la medicina, detrabajadoresdomésticos, de empleados públicos y privados, de transportistas, conmueve.La exhortación a mantener la entereza hecha por políticos, por representantes de grupos empresariales, industriales, financieros, conjura un tanto el pesar inenarrable.
La solidaridad, la responsabilidad y la comprensión del drama permiten enfrentar el desastre que a nadie podemos atribuir.Sin embargo, hay tambores que no dejan de batir. Cautivos de la perversa afición a difundir la malaventura, se solazan cada instante con las profecías. Quieren más. Es la sinrazón empoderada. Guerra mediática que no cesa, protagonistas que conocen a sus difamados, saben además que no se expondrían a la prevaricación, ni al cohecho, pero no se detienen. Cada temporada tiene sus víctimas y continúan porque el mandato es inconmovible y la agenda impostergable.Erigidos en portaestandartes de la ética, nada entorpece el vendaval que producen. No hay contención ni súplica que amaine esos ardores, menos ahora que la prédica pía criolla no existe. Quizás sirva el mensaje del Papa Francisco, abarcador de consuelo y esperanza. Jorge Mario Bergolio conmovido, propaló urbi et orbi “No somos autosuficientes. Solos nos hundimos.” Sin aspavientos,convencido de la necesidad de una prédica diferente al día a día de dolor e incertidumbre, el líder de la comunidad católica reconoció el trabajo de esos ciudadanos otrora desconsiderados, despreciados, lejos de las pasarelas y la frivolidad, imprescindibles en este momento. Cuando el protagonismo lo tienen la vulnerabilidad, el desconcierto y la muerte, el vicario de Cristo dice: nos encontramos asustados y perdidos. Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes, necesarios. Ojalá losmensajeros del odio y la sinrazón asuman el mensaje.