La dramática crisis que vive el país, caracterizada por el secuestro de las instituciones públicas, una corrupción mayúscula, la manipulación mediática, la miseria e indefensión de las grandes masas; el envilecimiento, el conformismo de parte de sus élites y la violencia generalizada que padecemos, de dimensiones sin precedentes y apuntan hacia un verdadero desastre político, económico y social.
Sin embargo, esta situación recuerda, guardando las distancias de espacio, tiempo y gravedad; a la desesperanza y aparente pasividad con que la sociedad dominicana soportaba un estado de cosas negativo que generaba condiciones para un cambio radical en las actitudes de una nueva generación, que decidiera en nuestro destino.
Así, en 1842 nada hacía suponer que se produciría el milagro de la Separación de Haití; dos años después; en 1863, pocos suponían que un bienio más tarde; recuperaríamos la independencia traicionada; y en 1898 la dictadura lilisista parecía eterna y no se vislumbraba que en un año se desplomaría.
En el siglo XX, la pasividad dominicana ante la intervención militar norteamericana se trocó desde 1920 en jornadas patrióticas constantes, que obligaron a esa potencia, dos años después, a permitir una transición hacia el restablecimiento de la soberanía; en 1959, pocos pensaban que la tiranía absoluta de Trujillo se derrumbaría tras dos años, como un castillo de naipes; del mismo modo el gobierno golpista del Triunvirato que asumió el poder en 1963 ante la aparente indiferencia del pueblo, un año más tarde sería retado en las calles por las masas populares y dos después arrojado con todo el alto mando militar por los partidos de oposición y el pueblo en armas; y en 1976, la dictadura contrarrevolucionaria de Balaguer con 10 años en el poder gracias al apoyo norteamericano, el alto clero, del alto empresariado y los grandes terratenientes, fue abandonado por casi todos, y en dos años se vio forzado a dejar el poder a favor del candidato del PRD.
En todos esos casos, hubo hombres y mujeres de todas las edades que contribuyeron con su influencia, valor y experiencia, a superar esos regímenes; pero lo que le dio vida a los cambios, al parecer inesperados, fue la juventud; una nueva generación que por encima del conformismo o fatiga de las anteriores, se enfrentó resueltamente al régimen de turno para desplazarlo, con todas sus consecuencias, aunque la inexperiencia y ambiciones desmedidas hicieron que estos no fueran profundos ni duraderos.
Esas nuevas generaciones, encarnadas en su momento por Duarte y los trinitarios; Luperón y Salcedo; Cáceres y Jacobo Lara; Gilbert y Ercilia Pepín, Manolo Tavares y Minerva; Caamaño y Peña Gómez, han sido las responsables de romper el statu quo que mantenía el viejo orden y producir algunos cambios,
Ahora, frente a un régimen negador de todos los ideales y valores de la democracia, la justicia y la equidad, corresponde a todos unirse para luchar por los cambios que pide a gritos la sociedad dominicana, asqueada de tantos desafueros, incluyendo a grupos sanos del PLD, porque los hay, despojándonos de ambiciones trasnochadas, porque los jóvenes deben tomar la vanguardia para sacudir desde sus cimientos a esa oligarquía de la manipulación y la corrupción, que nos desgobierna.