Llama poderosamente nuestra atención la serenidad, seguridad y firmeza de convicciones exhibidas por el Presidente Danilo Medina en las actuales circunstancias. Mientras el tsunami Odebrecht amenaza al gobierno, a su partido, a la clase política y al empresariado, el jefe del Estado permanece moderado y contenido.
Cuando la oposición se desgañita tratando de extraer el máximo capital político electoral del escándalo surgido tras los sobornos de Odebrecht, Medina luce frío, imperturbable, seguro de sí mismo. Mientras sociedad civil y medios de comunicación pretenden acorralarlo y manchar su comprobada honestidad, Medina se entrega al trabajo con aplomo y humildad.
Tal templanza debe atribuirse a dos cualidades inherentes al arte de gobernar: la primera virtud de un hombre de Estado es el buen sentido. Cualquiera es bueno para gobernar –decía Eurípides-, si posee la prudencia. El segundo, su acceso a información privilegiada, la cual permite establecer que su seguridad, o el control de sus emociones, dimanan de la certeza de que personalmente sale airoso e incólume del trance inmoral que representa Odebrecht, que embarra a casi el continente.
Las fuentes de información del mandatario de cualquier país medianamente importante como la República Dominicana son vastas, y provienen, entre otros, de los servicios de inteligencia nacionales e internacionales, de contactos personales con colegas gobernantes de la región, cuyos teléfonos son invulnerables a interceptaciones; también, de sus principales embajadas, influyentes colaboradores y amigos situados en diferentes estratos sociales y entramados políticos.
Medina aguarda tranquilamente que la Fiscalía General de Brasil entregue en Julio toda la información colectada sobre Odebrecht, con los interrogatorios practicados a los principales ejecutivos encarcelados y otras revelaciones.