Doy riendas sueltas a mi alma en este Encuentro sabatino, que acoge mis diferentes dimensiones existenciales. Soy la mujer de dos caras, aparentemente contradictorias, pero profundamente complementarias. Amo el conocimiento, vivo con la eterna agonía de listar las cosas que debo estudiar y aprender, a sabiendas que no me alcanzará la vida para agotar la interminable lista de pendientes. Leo, escribo, escudriño y soy feliz materializando la escritura de lo que pienso. Me siento pequeña ante la grandeza de la creatividad humana. Me admiro de los escritores capaces de pensar y proponer reflexiones nuevas que nos guían por caminos desconocidos. Adoro la historia. La investigación histórica me ha ayudado a encontrarme. El pasado es lo que explica el presente. Qué hemos sido como humanidad. Por dónde hemos transitado. El viaje del conocimiento es el eterno descubrimiento de una mente inquieta que vive para aprender.
Pero soy también la mujer que ama otras dimensiones de la vida. Amo el amor en todas sus dimensiones y expresiones. Amo la naturaleza y los pequeños-grandes regalos que nos ofrecen cada día. Amo el amanecer, porque anuncia el reinicio de la vida, la reiteración de que para vivir mejor se hace necesario reinventarse cada mañana. Al pasar las horas, se inicia el atardecer, que nos advierte con la aparición de la luna que el día llega a su fin. Es el momento de detenerse para pensar y seguir de nuevo.
Con el tiempo, con los avatares cotidianos de la vida, he aprendido que cada día debemos dejar espacio para la ternura, para acariciar nuestra alma. Detenernos en la prisa para admirar lo pequeño, para encontrar belleza en lo pequeño, en lo nimio, en lo que está ante nuestros ojos y no valoramos, porque el cumplimiento de un horario nos ha automatizado de tal manera que olvidamos lo importante.
Hay que dar ternura al corazón para que no se endurezca, para que no perezca. A veces, vivimos pensando en el mañana, olvidando el hoy y el ahora. Vivir solo para el futuro es una gran limitante. Nos impide disfrutar los regalos gratuitos que nos ofrece la vida. La premura por llegar a la hora establecida, nos ciega. Olvidamos sentir la brisa, sentir los rayos del sol, la forma de las nubes, el baile de los árboles al compás del viento. No reparamos en la gente que nos rodea, ni pensamos en sus dramas, en sus alegrías o ansiedades.
He aprendido a encontrar la ternura. Envuelta en el ritmo acelerado del trabajo, la docencia y la investigación, combinado con los roles de mujer, esposa, amiga, hermana, abuela, tía, madre y cuñada. El redescubrimiento de la ternura me ha humanizado, me ha permitido descubrir al otro, al prójimo más próximo. Al que trabaja en a tu lado para hacerte la vida más fácil, a esas mujeres que abandonan y descuidan sus hogares para cuidar el tuyo por una necesidad apremiante de sobrevivir. Esos seres que han descubierto el silencio como su principal y quizás única arma para resistir en un ambiente que no es el suyo, son personas, con almas, sentimientos y necesidades.
Me he obligado a descubrir la fisionomía y las identidades de los seres sin nombres y sin rostros que nos rodean. Nosotros los privilegiados de la vida, a veces vivimos en el eterno egoísmo de sentirnos el centro del universo, olvidando que otros comparten la misma galaxia y que tienen tantos derechos como tú. Qué egoístas hemos sido! Pensamos que nuestros problemas son los únicos y los más importantes; olvidamos que hay otros seres que quizás están viviendo problemas mayores y sufrimientos más profundos. Pero somos demasiado egoístas para pensar en el otro.
Buscar el equilibrio vital debería ser la primera tarea de todo ser humano. Pero no nos importa. Es difícil mantener alentadas todas las facetas existenciales. A veces los roles se atropellan, se entorpecen unos con otros, pues uno quiere prevalecer, aunque tenga que maltratar y someter a los demás. Lo importante es hacer conciencia de que el equilibrio supone que no podremos ser excelentes siempre y en todo momento. Hay momentos en que debemos abandonar la vida intelectual para sentarnos en el piso a jugar con los niños. Y en ese momento, nada es más importante que la risa, el juego, los gritos y las tonterías maravillosas que nos llevan a la ternura infinita. Hay ocasiones en que no tenemos tiempo de estar al día con la última obra, sencillamente porque preferiste estar con tu pareja. El equilibrio es la clave de que ninguno de los múltiples roles se atropellen entre sí.
Perdonen si este Encuentro de hoy es muy mío. Quizás me dejé influenciar por la lluvia que cae a cántaros. El sonido maravilloso del agua que golpea el suelo. Tal vez solo fue que al escuchar el llanto estrepitoso del cielo, me puse nostálgica y me dediqué a pensar sobre la vida. Es posible que haya sido solo un grito silencioso de mi alma para evitar que la razón prevalezca por encima del pensamiento. No lo sé. He querido dejar que mis dedos hablaran sin interrupciones ni tapujos. Sencillamente escribir lo que se siente, sin pensar mucho. Una muestra de la escritura del alma, no de la razón. Nos vemos en la próxima.