En el marco de una profunda y extendida crisis económica, el domingo pasado se celebraron las elecciones presidenciales en Argentina, resultando electo Javier Milei con el 55.7% de los votos contra el 44.3% del candidato oficialista, Sergio Massa.
Milei ganó las elecciones identificándose como un liberal libertario, abogando por un sistema económico sin intervención del Estado y sin ayudas sociales. Su planteamiento se basa en el criterio de que se hace justicia social mediante el laissez faire dentro del terreno económico.
Su fuente de inspiración es la Escuela Austríaca y personajes relevantes de esa escuela de pensamiento económico como son Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, que plantean que la única manera de entender el problema social es a través de la comprensión de las acciones individuales.
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En el contexto de su posición liberal libertaria, Milei propuso un cambio drástico en el manejo de la economía argentina que incluye dolarizar la economía, cerrar el Banco Central y recortar el gasto público en un 15% del PIB. Considerando que, en el 2022, el gasto público representó más del 36% del PIB; consiguientemente, su propuesta implicaría una reducción del 41.7%.
Adicionalmente, Milei levantó la bandera de la liberalización económica, con un discurso anti establishment y planteó duras críticas a lo que él denomina la “casta política” argentina.
Confrontar el sistema y levantar un discurso con una narrativa política diferente le permitió arrastrar un amplio número de votantes cansados de la incapacidad de la clase política para abordar los serios problemas económicos y sociales. Esto, a pesar de la incertidumbre y temor que sus propuestas despertaban en muchas personas.
Lo ocurrido en Argentina no puede entenderse al margen del descalabro económico e institucional que ha vivido en los últimos años. La pobreza ha alcanzado un 40% y la indigencia a casi un 10% en 2023, en un escenario en que la inflación interanual supera el 142% y el peso argentino está totalmente devaluado con una tasa de cambio oficial de 350 pesos por dólar, y cerca de mil en el mercado paralelo. La deuda pública es de tal magnitud que Argentina es el mayor deudor del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Lo que está ocurriendo en Argentina tiene una larga historia. En los últimos 160 años el país ha vivido dieciséis crisis económicas lo que da un promedio de una por década.
Para finales del siglo XIX y principios del XX, Argentina era una de las grandes economías del mundo; se posicionó como la No. 6 en 1896, con un PIB per cápita equivalente al 83% del de Estados Unidos en valores de paridad de poder adquisitivo. En cambio, en 2022 la situación era otra. Argentina había pasado a ocupar la posición 66 entre las economías del mundo, y su PIB per cápita en relación con el de Estados Unidos pasó a equivaler el 34%.
Ese cambio ha sido el producto de grandes dificultades institucionales, malas políticas económicas que no han sido adecuadamente corregidas y una dependencia de las materias primas y el gasto público.
El país que Javier Milei gobernará a partir del 10 de diciembre próximo arrastra males de fondo que los gobiernos anteriores no pudieron corregir. El país no ha sido capaz de mantener un crecimiento sostenido.
En los años transcurridos entre 2012 y 2022, Argentina tuvo crecimiento negativo en seis de los once años. La dependencia de las materias primas y de un alto gasto público durante los últimos diez años han mantenido desajustadas la balanza de ingresos y gastos. El resultado ha sido déficit permanente, que entre 2012 y 2022 promediaron más de 5% del PIB; y una deuda pública que se pretendieron enfrentar con emisión monetaria, lo que ha conducido a una espiral inflacionaria.
En el plano de las relaciones internacionales, Milei ha planteado que romperá las relaciones con China y Brasil, y que paralizará el ingreso de la Argentina al BRIC en 2024. Parece que, su victoria, abrirá un escenario político incierto en Argentina que podría traer consigo sacudidas profundas a nivel internacional.
Lo de Argentina es tragedia y es comedia. Un cíclico tropezar con las mismas piedras, y un volver a dar con las mismas soluciones fallidas. Entre tanto, su desarrollo yendo a menos. En sostenida involución.