Es una verdad de Perogrullo eso de que ayer no es hoy, y que mañana tampoco será hoy. Se trata simplemente de arbitrarias paradas que hacemos en la escala del tiempo. Nos movemos como materia en el espacio y solemos periódicamente contemplarnos desde diferentes ángulos. Por tiempo inmemorable el Homo sapiens ha buscado conscientemente inmortalizarse, objetivo que ha logrado a través del mecanismo de la reproducción.
Las personas escapan del trágico fenómeno de la muerte por medio de la fecundación. Las unidades individuales del mundo animal y vegetal al multiplicarse garantizan su prevalencia en la naturaleza.
Lo que denominamos memoria, digamos el registro a través de los sentidos de algo vivido, ya sea visual, auditivo, olfativo, gustativo y táctil, se graba en el cerebro.
Esas impresiones permanecen temporales, o de por vida almacenadas en grupos especiales de células neuronales cerebrales.
Los hechos sociales que se generan en la cotidianidad, dependiendo de su relevancia, tradicionalmente han solido darse a conocer al conglomerado como mensajes, ya sea utilizando la prensa escrita, la radio, la televisión y más modernamente por la Internet.
El nuevo universo de la comunicación en una de sus versiones más acabadas conocida como 5G, nos permite en tiempo real ver y escuchar casi instantáneamente todo lo que sucede en nuestro planeta y más allá de la escala orbitaria.
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Antes de la pandemia de la covid-19, en una breve alocución y aprovechando el almuerzo navideño del Grupo Corripio para los colaboradores de los periódicos Nacional y Hoy, su propietario José Luis Corripio, cariñosamente llamado don Pepín, nos expresaba que el rol de mensajero oportuno de sucesos de los periódicos impresos era cada vez menor y que la sobrevivencia de esos diarios dependería de otros contenidos resaltando los artículos de fondo. Esa aguda y sabia observación se me grabó en la memoria. Tres años después verificaba lo acertado del juicio enunciado.
Se cuentan por decenas de miles las personas que mis ojos han visto concentradas en las pantallas de sus teléfonos inteligentes mirando, escuchando y transmitiendo imágenes y voces. Ya se cuentan por miles de millones las personas en el mundo que hacen uso de las redes sociales llámense WhatsApp, Telegram, Messenger, Instagram, Twitter, Facebook, YouTube, así como otro gran etcétera de modalidades dentro de la Internet.
Lo rápido de la recepción de la información y la gran facilidad de su reenvío a otras personas hacen que mensajes escritos, sonoros y vídeos se muevan sin que los mismos hayan sido sometidos a escrutinios en los que se constate la veracidad de lo emitido. La alta tecnología informática permite crear falsas imágenes y pistas sonoras muy difíciles, por no decir imposible de ser distinguidas en su autenticidad. Llegamos al punto de no saber si lo que estamos mirando y escuchando será un reflejo de lo real y de si será el producto de una mentira virtual.
Hemos venido sintiendo gran sosiego, alegría y optimismo cuando con frecuencia personas nos hacen llamadas telefónicas, o nos detienen en la calle para expresarnos que leen con agrado nuestra columna escrita cada martes.
¡No todo es enredo de imágenes y sonidos, todavía queda mucha gente que lee!