Por: Amaurys Pérez Vargas
La trata negrera entre los siglos XV – XIX: La de aborígenes de las Islas Lucayas del siglo XLX. En las primeras interacciones de Cristóbal Colón con los indios de las Antillas se operó una clara delimitación que separó a los españoles de los aborígenes, actitud que se refleja en las expresiones con juicios de valor que opusieron a los primeros (considerados superiores) sobre los segundos (vistos como inferiores). Uno de los primeros argumentos utilizados para sostener la tesis de la inferioridad fue la “idolatría” registrada el 15 de febrero de 1493.
El segundo planteamiento utilizado para denigrar a las poblaciones aborígenes fue el “canibalismo”, tal como se revela en el Memorial redactado a los Reyes Católicos en La Isabela, el 30 de enero de 1494, sobre un suceso acontecido en su segundo viaje a las Indias “Cuales cosas se les podrían pagar bien con esclavos caníbales, gente tan fiera y dispuesta y bien proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales, quitados de aquella inhumanidad, creemos que serán mejores que otros ningunos esclavos…”.
Además del manifiesto etnocentrismo, el almirante hizo intervenir en su narrativa ciertos estereotipos para profundizar las diferencias entre los distintos grupos étnicos, siendo la población aborigen percibida desde entonces como extraña, absurda, inquietante, amenazante o inferior, a los fines de provocar que dicha civilización no fuera vista como una verdadera cultura.
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En ese orden, la desvalorización de la alteridad cultural llegó a radicalizarse hasta el punto de negar su humanidad. Ciertamente, hubo un reconocimiento de la diversidad cultural, y, por ende, de la alteridad, pero degradando e inferiorizando al indígena, cuyo proceso de deshumanización los redujo a una vida infrahumana y a sufrir, la menos conocida de las tratas de seres humanos en las Américas.
Las lógicas que condujeron a este tráfico se encuentran en los vínculos que se establecen entre Trata y esclavitud, cuyos fenómenos históricos parecen estar intrínsicamente relacionados pues sin sistema esclavista la trata no tendría razón de ser.
En efecto, en la región del Caribe tuvo a bien desarrollarse desde el siglo XV una cierta forma de esclavitud, las encomiendas, que posibilitaron la emergencia en 1512 de este circuito cuyo propósito buscaba compensar la disminución de la población aborigen, a través de la importación masiva de habitantes procedentes de las islas Lucayas, los cuales fueron trasladados en un primer momento a Santo Domingo, siendo poco después destinados, en menor escala, a Cuba y Puerto Rico, bajo el supuesto de que dicho archipiélago antillano estaba compuesto por islas «inútiles» a causa de la inexistencia de oro.
Según nos dice el Dr. Roberto Cassá, “Los lucayos eran capturados en expediciones privadas, organizadas por sociedades de encomenderos que adquirían o alquilaban buques y contrataban personal asalariado. Ante todo, esos armadores se autoabastecían para atender las concesiones de riberas o vetas de oro recibidas de las autoridades”.
Este autor nos agrega además que “al cabo de cierto tiempo no quedó un indio sobre el archipiélago lucayo, siendo probable que llegaran a Santo Domingo y demás Antillas unos 15,000. Para 1517 el licenciado Alonso de Suazo estimó que quedaban menos de 2,000 lucayos vivos en la isla”. Se sabe que sus condiciones de vida fueron deplorables pues los lucayos padecieron mucha hambre, abusos y maltrato, tal como lo describiera fray Bartolomé de las Casas, en su Historia General de Indias.
Prof. Amaury Pérez, Ph.D.
Sociólogo e Historiador
UASD/PUCMM