Llevo años hurgando en los sentimientos, emociones, conducta y resultado de vida de Jhonny Abbes García. Le descubrí en la psicopatobiografia de su jefe, Rafael Leónidas Trujillo Molina, y le volví a encontrar y a entender, cuando estudié la personalidad de Joaquín Balaguer.
El poder para uno es una necesidad enfermiza, para otro, es principio y fin, pero para muchos, es una droga de la que no pueden salir, ni posponer, ni aprender a vivir sin el poder.
Para la tríada no existe el “dejar ir, ni el dejar ser, ni el dejar llegar”. El poder en cualquier área de la vida: político, empresarial, sindical, militar y social, son armas de doble filo, la codicia y la droga de la que nadie parece deshacerse, ni retirarse.
El narcisista, es un necesitado de reconocimiento y la validación para hacer resonancia en su propia autoestima y valía personal y social. Su “yo” hiper-inflado se convierte en su gasolina y, a la vez, en su fósforo para lograr propósito o quemarse en la vida. Son buscadores de poder, ventajas, beneficios.
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Todo su egocentrismo y necesidad de reconocimiento y de éxito son de él, a los demás, le entrega migajas, la sobra del amor y de su tiempo.
Resulta extremadamente raro que un narcisista se entregue a una causa social, a la conquista de una utopía o paradigma, o por una lucha por los demás, de hacerlo, es si él lo dirige, el mérito o el reconocimiento es para él; así funcionan en el amor, en la empresa, la política, el gremio, la profesión y en la vida cotidiana.
Los maquiavélicos, son seres extraños, a veces pasan inadvertido, de poca visibilidad y de pobre competencia, pero llevan su música por dentro, de sus propósitos no sabe nadie, buscan y lo desean todo, pero lo disimulan muy bien; ellos, los maquiavélicos son capaz de dividir, traicionar, engañar, hacer trampas, crear chismes y desidia, con tal de lograr propósitos, objetivos y metas. Los maquiavélicos no saben de ética, de moral, ni de normas, ni de procedimientos; sencillamente, si la circunstancia les favorece, se lanzan por el poder, la oportunidad, el puesto y control personal.
Los maquiavélicos no aman, no existe la felicidad en su código personal ni en su historial de vida.
El último, pero el más peligroso de la tríada, son los psicópatas funcionales, a estos le gusta de todo: el poder, la belleza, el confort, la vanidad y la opulencia. Para ellos no hay límites, ni respeto, ni consideración por las normas sociales, familiares, de parejas, ni grupales.
Son monstruos vestidos de señor, depredadores de lo ajeno y de la historia de sus víctimas.
Los psicópatas no manejan empatía, ni afectividad, ni indignación o vergüenza, ni culpa por los daños y riesgos que le reproducen a las demás personas.
Abbes García se identificaba espiritualmente como Rosacruz, comulgaba algunos domingos en la misa de las Mercedes, se presionaba al salir como un buen cristiano, pero en las noches iba a torturar y ponía corriente eléctrica en la cárcel de la 40, amaba el poder, la adrenalina y los riego que nadie se atrevía hacer.
La tríada, son los trastornos más disfuncionales, pero lamentablemente los tenemos al lado, en la familia o en la pareja o en la sociedad.