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La Pontificia, Real y Autónoma Universidad de Santo Domingo (UASD) fue la primera institución de su género erigida en el Nuevo Mundo mediante la Bula In Apostolatus Culmine del Papa Pablo III, expedida en Roma el 28 de octubre de 1538. La última fue la de León de Nicaragua, creada por decreto de las Cortes de Cádiz el 10 de enero de 1812. Salamanca y Alcalá de Henares, las dos universidades españolas más famosas de la época, fueron los modelos que inspiraron las fundaciones de más de una treintena de universidades en el Nuevo Mundo. Entre ambas existieron diferencias significativas que se proyectaron en sus filiales del Nuevo Mundo y que dieron lugar a dos tipos distintos de esquemas universitarios que prefiguraron la actual división de la educación universitaria latinoamericana en universidades estatales y universidades privadas. Algunos de nuestros amables lectores se sorprenderían ante el hecho de que la Pontificia, Real y Autónoma Universidad de Santo Domingo, además de ser la más antigua universidad de América, se constituyera en el antecedente histórico de una universidad privada fundada en tierras americanas.
Las universidades hispanoamericanas de la época otorgaban los grados de bachiller, licenciado, doctor o maestro en todas sus facultades. Y hasta llegaron a hacerlo en lenguas indígenas a raíz que el Virrey de Toledo dispusiera en el año 1579 que no se ordenara a ningún eclesiástico que no dominara una lengua aborigen. Las actividades de esas instituciones de educación superior giraban en torno a una idea central de Dios, y de una preocupación básica: salvar al hombre. De las aulas de las universidades hispanoamericanas de esa época habrían de egresar el personal requerido por la burocracia colonial.
De lo que expresado más arriba, podemos colegir la existencia por siglos de universidades coloniales cuyas característica hemos tratados de enunciar. Tal modelo de universidad respondió a una concepción y a un propósito muy bien definido. Fueron instituciones universitarias con una visión propia el mundo, del hombre y de la sociedad de acuerdo con las normas de sus tiempos. Cualquiera que sea la opinión que nos merezca las universidades coloniales o las universidades hispanoamericanas fundadas en tiempos de la colonia, aún estemos, como en verdad lo estamos, en desacuerdo con su ideología escolástica o con sus fines teológicos, debemos de admitir que hubo una universidad colonial, independiente del número de sus Facultades y escuelas sujeto a la orientación fundamental de la misma. Al tratar de hacer una ponderación justa de la obra realizada por las universidades coloniales encontraremos que, pese a su responsabilidad en el atraso científico de nuestro continente debido a los esquemas mentales que prevalecieron en su quehacer, al menos podemos extraer algunos elementos positivos que bien valdría la pena mencionar: a) su concepción unitaria de lo que se entendía como universidad; b) su pretensión de autogobernarse mediante la acción de sus claustros; y c) la participación estudiantil en el claustro de consiliarios de algunas de estas universidades, así como el derecho de votar en el discernimiento de las cátedras de que disfrutaron sus alumnos, precedente de la co-gestión universitaria que hoy constituye una de las preciadas características de la universidad latinoamericana. Al respecto, Carlos Tünnermann expresa lo siguiente: “la Universidad colonial no podía ser sino un reflejo de la cultura ibérica de la época. La inferioridad de España en el campo de las ciencias, pese a su extraordinario desarrollo en las letras y las artes, es por cierto un fenómeno que ha merecido las más hondas reflexiones de parte de las mentes españolas más lúcidas”. Con todo, y no obstante las limitaciones que se les señalan, por las aulas de las universidades coloniales pasaron hombres y mujeres comprometidas con la causa de la independencia y de la libertad de las naciones americanas.