El tránsito de la juventud a la adultez, debe consolidar la madurez, y ésta, organizar y preparar de forma responsable la vejez. Cada etapa de la vida se vive y se sufre de forma diferente.
Aunque le tememos a la vejez, y para muchos sea sinónimo de soledad, limitaciones y resabios. Para otros, la vejez puede ser sabiduría, tranquilidad y confort existencial.
La vejez se vive tal y como se vivió la adultez. Es decir, el que no pudo lograr organizar el proyecto de vida de forma sana y saludable, en funcionabilidad, armonía, equilibrio, equidad y eficacia para fluir en el logro del bienestar.
Pero, además, trabajar la autonomía, la independencia, la libertad y las razones existenciales; duele decirlo, llegará a una vejez mas inseguro, vulnerable, miedoso e insatisfecho y espiritualmente más enfermo.
A veces, en la madurez se vive la prisa, la desorganización, el inmediatismo y exponerse a todo tipo de riesgo; confiando en el tiempo, los años por delante, las nuevas oportunidades y reparar los propios errores construidos.
Sin embargo, en la vejez se anda lento y liviano, viviendo cada bocado de vida, respirando el mejor oxígeno y hablando poco; guardando silencio, observando y administrando la prudencia.
Desde la vejez no se debe acumular ni administrar mucho. Se practican los mejores hábitos, el mejor alimento, las medicinas, los mejores espacios y las mejores personas.
Desde allí, no hay tiempo para sobrevivir, practicar el luchismo, ni devolver golpe, ni buscar confrontar ni frenar proceso.
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El anciano, o el envejeciente, sabe que le queda menos de lo que ha vivido, no hay tiempo para desgastarse, ni para rumiar el pasado, ni aferrarse ni apegarse a nada, simplemente fluir.
En la madurez se piensa en el futuro, se organiza el presente y se funciona con los para qué de la vida. Pero también se trabaja, se ahorra, se visualiza cómo se quiere o se desea llegar a la vejez digna.
El estigma de viejo “verde” “viejo despistado” o Viejo decrepito, etc. Son parte de biografía del adulto que fue practicando cierta vida desorganizada, irresponsable y desfocalizada de las aspiraciones existenciales para cuidar las próximas paradas de la vida.
La naturaleza tiene diferentes estaciones, y cada una tiene sus propias particularidades. Pero el ser humano no lo entiende, se niega o se engaña en reconocer cada estación y cada circunstancia de la vida.
No todos (as) estamos preparados para asumir una vejez con calidad o calidez de vida. Dispuesto a leer, caminar, escuchar música, visitar amigos, acudir a teatros, cine, playa, restaurantes, iglesias, tertulias, vida de utilidad y de transcendencia.
Mas bien, hay adultos construyendo vida para el solidarismo, la soledad patológica, la maledicencia, las trampas y las manipulaciones, o la victimización y las “mañas” de las viejas prácticas reforzadas que le hacen sufrible la vida.
El balance de la vida nos ayuda a reconocer que hay que vaciar la mochila y el baúl emocional del pasado, para soportar una vejez mas liviana y fortalecida con las emociones positivas.
En conclusión, los indicadores predicen que viviremos más años, aún con enfermedades catastróficas no trasmisibles, con dolores y limitaciones, pero queremos estar vivos y funcionales.
La vejez vista desde la madurez, es digna para sentir la armonía con el interior y el exterior; con el bienestar y la felicidad existencial.