Vivo en esa edad en que no eres joven, pero tampoco viejo; esa edad intermedia en que, los afanes ya no existen; la comprensión es una constante; el amor, un referente; la paz, lo más deseado; la salud, la gran quimera porque no te abandone; la amistad, ese valor maravilloso; la bondad un reto, y vivir toda una ilusión. (…)
Cuando éramos jóvenes queríamos conquistar el mundo con nuestras acciones; ahora, para nuestra dicha, somos unos conquistados por la vida. Como antes decía, no hay afanes que nos torturen, ni tampoco ambiciones que nos deslumbren. Ahora, un abrazo nos reconforta más que un fajo de billetes; una sonrisa nos alegra el alma; un amigo nos ayuda a vivir; y si tenemos salud sabemos comprender que somos esencialmente ricos. Esta es la diferencia que podemos encontrar desde la primavera ilusionante en que vivimos, al otoño dorado donde hemos logrado la paz que andábamos buscando en nuestra errante vida. http://www.facundocabral.info/rincondepla-texto.php?Id=609
Muchos de mis amigos se han burlado siempre de mi “desvergüenza” por anunciar a los cuatro vientos los años que he vivido. En la cultura occidental el regalo de la vida es un pecado. Ocultamos nuestra edad. Una tarea imposible, aunque se utilicen artificios. En la cultura china, sin embargo, cumplir años es una hazaña, una virtud, una proeza. Mientras en el mundo occidental la celebración más importante es darle todo el esplendor a las quinceañeras, en oriente, principalmente en China, el gran agasajo se hace a los 80, porque se celebra la vida y la virtud de haber desafiado todos los obstáculos.
Ayer cumplí la maravillosa edad de 62 años. Ansiaba que llegaran mis sesentas, y ya ven han transcurrido 730 días, y me siento dichosa de cada risa, cada lágrima y cada emoción vivida. Me he ganado el respeto de celebrar que soy una sobreviviente por el simple hecho de haber vivido.
Cuando cumplí mis 40 años escribí un artículo, cuando entonces tenía la columna en el periódico El Siglo. Me sentía dichosa. Estaba segura de mis fuerzas. Me sentía invencible. Trabajaba en la universidad, escribía artículos y libros, participaba en las actividades sociales. Y había llegado a mis días un gran amor de verano. Después de un matrimonio fallido, producto de la ilusión juvenil. Me casé con Rafael y comenzamos a construir juntos nuestra historia, al lado de sus hijos, que hice míos, tan míos como si hubiesen salido de mi vientre. Me apoyaba con alegría en mi empeño.
Al llegar a mis 50 años, continuaba con mis afanes y mis energías que pensaba inagotables. Acepté que no podía tener la misma piel, ni el mismo cutis, ni el mismo cuerpo de mis años noveles. Acepté ciertas arrugas, aunque me empeñaba en ocultar los incontrolables platinados. Una tarea titánica e imposible que me obliga a estar pendiente de ocultarlos cada diez días. En esos años comencé a iniciarme en la filosofía taoísta. Me enamoré de ella, aunque me traicione mi parte caribeña de la desesperación, cuando el taoísmo aconseja el fluir.
La mujer invencible fue vencida. Hace 15 años que un asma agudo e insolentemente grave me asecha cuando creo que mis fuerzas están en su punto máximo. Durante estos años de caídas, levantadas y recaídas, aprendí que soy humana, frágil, débil y vulnerable. De esta experiencia nació un Encuentro. La conciencia de la vulnerabilidad me hizo descubrir el otro lado de la vida. Aprendí que el trabajo, es solo eso: trabajo. Aprendí que los amigos verdaderos, no los hipócritas, y la familia son tus verdaderos aliados. Aprendí que en esos momentos de debilidad es que reconoces a los que te aman. Aprendí que tu compañero de vida es el mejor y más seguro sostén para proseguir. Aprendí que la enfermedad te obliga a replantearte la vida y a ver nuevas perspectivas. Aprendí la belleza de lo nimio. Aprendí que no puedo estar en todo ni complacer a todos. Aprendí que es mejor decir la verdad de lo que sientes, antes que usar artificios hipócritas para complacer. Aprendí que el no hacer es un arte. Aprendí en fin a caminar más despacio.
Ansiaba llegar a los 60 años. Antes tuve que aprender a dejar mis canas al aire. Hoy soy feliz de haberme liberado de esa tortura, de exhibir mi pelo platinado con orgullo. Y al llegar a mis ansiadas seis décadas me hice un corte moderno para darle un nuevo aire. Quería compartir mi felicidad con los míos. Gritarle al mundo conocido y desconocido que había llegado a la edad en que podía celebrar el simple mérito de estar viva. Así lo hice. Bailé como nunca. Y gocé como una niña.
Hoy a mis 62 años estoy consciente de que estoy viviendo en el otoño de la vida. Como dice este hermoso artículo reflexión de Pla Ventura escrito en el año 2013, ya no soy joven, pero tampoco anciana. Vivo la plenitud de la juventud de mi vejez. Ya no quiero demostrar nada. Durante estos años construí mi historia. Ya no quiero decir palabras complacientes, pero tampoco ofensivas. Me llegó el momento de no hacer lo que me impongan. Solo quiero hacer lo que deseo. No quiero sonrisas hipócritas. No quiero abrazos no sentidos. No quiero falsas alabanzas.
Solo quiero hacer lo que amo: escribir mis Encuentros, escribir sobre lo que investigo, dar clases de los temas que me apasionan, ayudar a los que quieran investigar, estar con mi compañero que un día fue de verano y que hoy gracias al cielo compartimos el otoño. Quiero disfrutar de mis nietos. Compartir con mis amigas un vino para hablar de todo y de nada. Quiero SER. No quiero, no puedo ni debo APARENTAR lo que no soy. Solo deseo caminar por la playa y ver el baile cadencioso de las olas, ver las gaviotas que adornan el cielo y sentir el calor del sol mientras la arena humedece mis pies. Quiero seguir escuchando el zumbido de los pinos cuando la brisa traviesa los golpea. Ver crecer mis plantas, especialmente los Anturios florecidos. Quiero seguir compartiendo hasta que no tengamos aliento con mis hermanos, sus compañeros de viaje y sus hijos, mis amados sobrinos.
En fin, en este otoño de la vida, doy gracias por el regalo de haber llegado y tener las fuerzas para seguir caminando. Hasta que el Dios de la vida me reclame. Entonces partiría feliz a su encuentro y al reencuentro con mis seres amados que viven la vida eterna.