La vida: entre personalidad y personaje

La vida: entre personalidad y personaje

José Miguel Gómez

Las creencias influyen en el comportamiento, y el comportamiento influyen en los resultados, y los resultados terminan siendo influenciado por el sistema de creencia con los que se vive. Sin embargo, las emociones llegan más rápido a condicionar el sistema de creencia para influir en el pensamiento y en la conducta. El cerebro en su área pre-frontal discrimina, racionaliza y ejecuta parte del sistema de creencia y de conducta. Pero el sistema límbico y las amígdalas cerebrales influyen en las emociones, en el miedo y, ayudan a recordar los traumas y los episodios desagradables de la vida. Sin dejar de recordar que la personalidad es una expresión Bio-psico-social-cultural. Donde influyen el temperamento que es hereditario y el carácter que es adquirido, moldeado por el ambiente y la socialización de la vida. La personalidad, también cuenta con los rasgos, que son forma de reaccionar de la misma manera es diferente circunstancia de donde se va estableciendo perfiles, o tipos de personalidad, por esa forma constante de responder conductualmente ante los estresores psico sociales o de forma adaptativa y armónica.
La personalidad es dinámica, integra la herencia, la parte psicológica, emocional, afectiva, social, espiritual y las condicionantes socio-cultural y socio económico e histórico para caracterizar a una identidad del “yo” personal, y el “yo” social. También los valores, la familia, la escuela, la socialización con los amigos, van a influir en el desarrollo de la personalidad. Diría que hay persona con personalidad y perfiles muy definidos y saludables en su estructura de personalidad, en sus valores, Identidad, en el comportamiento y conducta que le lleva a ser diferentes de las demás personas. Pero la Inteligencia, la madurez la conciencia, la dignidad, el altruismo, la coherencia, la trascendencia, ayudan a establecer la diferencia, entre la práctica de la personalidad y el personaje. El personaje es lo que tú proyecta, gerencia y promueve de la personalidad; lo adapta a las diferentes circunstancias, lo hace moldeable, pero sin divorciarse de la personalidad. Es decir, la personalidad dirige al personaje, lo controla, le impone la prudencia, el silencio, administra las explosiones, los descontroles, enseña cuando hay que ceder, perder, retirarse, empezar, luchar etc.
Existen personas que el personaje se deja expresar por su extroversión, su cambio de humor, su repuesta inadaptativa, su inmadurez en el comportamiento, su falta de tacto, de incapacidad en medir las consecuencias; habla de una personalidad que luce frágil, inconsistente, influenciable, desdoblada, relativista, que pierde la coherencia y la consistencia en proyectar el equilibrio, la equidad y la eficacia entre sus creencias, su comportamiento y en los resultados de la vida. Para mal, las sociedades del consumo, del relativismo y de la cultura de la prisa, asimilan el personaje y el “parecer”. De ahí que las personas se ocupan de vender, ofertar o proyectar una vida que haga consonancia y valla en la dirección con el comportamiento de la sociedad del mercado, del confort, de la felicidad inducida y de la identidad generaliza donde todos practicamos, pensamos y nos comportamos de la misma manera, o pensamos o asimilamos los mismos antivalores, pareciendo que no hay paralelismo ni iconos, ni símbolos, ni valor diferentes. El personaje parece suplir a la personalidad, salir y renunciar de ella, abortarla y reducir la herencia, el temperamento, la diferenciación, la dignidad, los principios, los valores y la espiritualidad. El “personaje y el parecer” parecen lo digerible, lo conquistado y asimilado. Le corresponde a cada individuo cuidar su personalidad, su salud mental para no perder el equilibrio, y no despersonalizarse en una vida que se debate entre la personalidad y el personaje. En la medida que mejoramos en las actitudes emocionales positivas, mejoramos nuestro sistema de creencia y pensamiento para mejorar e el comportamiento y en los resultados para ser mejores personas, mejores parejas, mejores padres y mejores ciudadanos. Se impone que en la vida adulta cuidemos la personalidad y nos preocupemos por no entrar en la desmoralización y la despersonalización, dos prácticas que conviven en el mundo posmoderno y en la sociedades atrapadas.

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