Por Eduardo Villanueva
«La vida es otra cosa» es una frase que puede interpretarse de varias maneras, dependiendo del contexto en el que se utilice.
En este caso, se refiere al título de una novela de Jeannette Miller, quien viene a ser para la literatura de habla hispana lo que ha sido el compositor ruso Igor Stravinsky (1882-1971) en el mundo de los melómanos, pues logró una síntesis de la música, compactando y resumiendo la extensión de sus composiciones para la tendencia artística a la brevedad con calidad y peso específico, que perdura hasta nuestros días y que Jeannette Miller ha sabido plasmar en este luminoso libro.
Cuando leemos esta impactante novela, nos vienen a la mente dos grandes autores de los siglos XIX y XX: Guy de Maupassant (1850-1893) y Thomas Mann (1875-1955). A Mann no le temblaba el pulso para desarrollar extensas novelas donde construía sus personajes con tanto lujo de detalles, que al final nos parecen parte de nuestra familia, como ocurre con “Los Buddenbrook” (casi 500 páginas). Maupassant, en cambio, logra en sus breves cuentos, algunos de 10 páginas de extensión, captar nuestra atención a sus protagonistas con excepcionales profundidad y economía de texto, a veces en apenas diez páginas impresas.
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Pero antes de empezar a comentar sobre mis impresiones de esta valiosa novela de Jeannette Miller, voy a analizar el sugestivo título. La expresión «La vida es otra cosa» sugiere una ruptura con la percepción habitual o tradicional de la vida. Puede implicar un cambio de perspectiva, una revelación, o un despertar a nuevas posibilidades. Indica que la vida es más compleja, profunda o significativa de lo que inicialmente se percibe. También sugiere una invitación a explorar diferentes formas de vivir o entender la existencia. Esta frase tiene importancia, porque puede inspirar reflexiones profundas sobre el significado de la vida y la manera en que la percibimos. También puede servir como un recordatorio de que existen múltiples perspectivas y experiencias de vida y que es importante estar abiertos a explorarlas. Además, puede ser un estímulo para buscar un mayor sentido de propósito y significado en nuestras propias vidas, así como para cultivar una actitud de apertura y curiosidad hacia el mundo que nos rodea.
En resumen, «La vida es otra cosa» es una frase que invita a reflexionar sobre el significado y la naturaleza de la existencia humana, así como a adoptar una actitud de apertura y exploración hacia nuevos paradigmas. Su importancia radica en su capacidad para inspirar un pensamiento profundo y una mayor conciencia de uno mismo y del mundo.
La novela “La vida es otra cosa”, en 174 páginas (edición de “Santuario”) logra crear una profunda visión de la compleja y abigarrada realidad social e histórica dominicana, con personajes que parecen saltar de las páginas para introducirnos en ese amplio microcosmos (valga la contradicción) que solo puede plasmar una persona con excepcionales dotes de observación y análisis de la tierra que la vio nacer, para ofrecernos un “tratado de la realidad” como acertadamente escribe en el prólogo Marcio Veloz Maggiolo, quien nos hace estar atentos a la “coagulada moral de la dictadura” Trujillista, que sirve de telón de fondo de la novela. Los personajes parecen arrancados de la vida misma, no solo protagonistas siniestros de la “Era de Trujillo”, sino de personas que han recurrido a los temibles y muchas veces trágicos “viajes en yola” a Puerto Rico.
La primera que conocemos es la indómita María, madre de doce criaturas, de las cuales únicamente “Chino” la acompaña, y a quien ella sigue dispuesta a ayudar. Miguel vive en New York y tiene cierto nivel económico que le permite auxiliar a su madre Martina y darle “buen vivir”, pero no necesariamente la vida que ella deseaba. Miguel vendía mariguana tanto en New York como en su tierra natal. Vender droga era la manera menos “sudorosa” de ganar dinero. Aunque tenía varias mujeres, ninguna llenaba los requisitos que su madre anhelaba. Por eso seguía soltero. La maestra Lurdes es una caso aparte, con estudios que la llevaron hasta a España, pero regresó a ejercer la docencia en el pueblo de Vengan a Ver “para aportar al mejoramiento de su país”. Es un faro de luz en medio de la tiniebla social imperante, y por eso es amiga del párroco local, el padre Cuso, y es acogida bajo las alas protectoras de María. Miguel está enamorado de ella, pero él sabe que su vida azarosa no le permite pretender a una mujer de su categoría, poseedora de elevados valores cristianos. Vengan a Ver es una especie de Macondo frente al veleidoso mar, donde tarde o temprano “siempre sucede lo mejor”. Yudelka se ha ido a vivir a la Capital, con todo lo que eso implica, desde el dinero que no alcanza, y los cortes de electricidad campeando por sus respetos. Ella era “toda una profesional en servicios sexuales”. Sus “masajes”, por supuesto, incluyen “final feliz”. Tiburón es harina de otro costal, pero con defectos contundentes. Es la encarnación de los muchos esbirros de Trujillo que mantuvieron en zozobra a la población de Vengan a Ver, antes y después del ajusticiamiento del tirano. Jeannette Miller solamente necesitó 5 líneas de texto para describir a este engendro: “A los dieciséis años Tiburón era frío y sanguinario. Mediano de estatura, flaco y barrigón, la piel enrojecida y la cara llena de espinillas, nunca le había gustado bañarse y despedía un olor desagradable. Usaba un sombrero curtido y hediondo, y apenas se cambiaba la ropa… Nació dañado”. Como era de esperarse, la vileza de Tiburón choca con la rectitud de Lurdes y el padre Cuso. Pronto empezó a desearles la muerte a ambos.
Pero Tiburón no es el único indeseable de Vengan a Ver. Está también el Coronel Ventura, “encargado de los grupos de inteligencia de la zona suroeste”, quien de inmediato tomó interés en Maritza, hija de doce años de Tito y María, quienes la enviaron disfrazada de varón a un convento de. Monjas en Jarabacoa, donde la niña pasó cinco fructíferos años, durante los cuales fue alfabetizada y aprendió diversos oficios. Pero la entereza de Tito no agradaba al Coronel Ventura y una vez más el Padre Cuso tuvo que aportar sus buenos oficios para que esa familia no muriera de hambre. Cuando mataron a Trujillo, el infame Tiburón desapareció sin dejar rastro, y estuvo escondido en la sierra. En el ínterin, la vida se iba complicando cada vez más para la población: apagones, despidos masivos, tráfico de drogas, en una crisis constante y generalizada, con los ricos en números cada vez más reducidos mientras aumentaban sus riquezas y los pobres cada vez más pobres, en una interminable crisis, sin olvidar la revolución de 1965, “que solo sirvió para que la ignominia se apropiara del país definitivamente, estableciendo la impunidad, el robo legalizado, la trampa, el engaño, el tráfico de gentes y ahora la droga…”. Podríamos seguir con más “spoilers” sobre “La vida es otra cosa”, pero quisiera pasar ahora a lo que esta novela ha significado para un servidor y su apreciación de la obra de Jeannette Miller.
Jeannette Miller tiene una profunda importancia literaria y sociológica debido a sus contribuciones a la literatura dominicana y sus agudas observaciones de nuestra sociedad a partir de la segunda mitad del siglo XX. Jeannette Miller es conocida por su dominio del formato del cuento y la novela. Sus obras se caracterizan por una narración concisa, descripciones vívidas y un enfoque en los conocimientos psicológicos de sus personajes, de lo que “La vida es otra cosa” es un gran ejemplo. Podríamos decir que Jeannette Miller es una figura destacada del movimiento socio-poético nacionalista, que busca retratar el comportamiento humano y las condiciones sociales dominicanas con objetividad científica y, a menudo, describe las duras realidades de la vida. El estilo de escritura y las preocupaciones temáticas de Jeannette Miller han influido en numerosos escritores. Su capacidad para captar las complejidades de la naturaleza humana en narrativas breves han marcado un referente en el género. Las obras de Jeannette Miller brindan un reflejo detallado de la sociedad dominicana durante sus diversas etapas, particularmente las clases sociales, la moralidad y el impacto de la urbanización desproporcionada que nos afecta. “La vida es otra cosa” profundiza en los dilemas morales que enfrentan los individuos en una sociedad que cambia rápidamente, explorando temas como la ambición, la codicia y las consecuencias de las normas sociales de ayer enfrentadas con las de hoy. Como hemos visto en la primera parte de este escrito, a través de sus personajes, Jeannette Miller ofrece percepciones sobre la psicología y el comportamiento humano de los dominicanos y dominicanas de diversos estratos, revelando los conflictos internos y las motivaciones que impulsan las acciones de las personas. Estoy seguro de que el legado de Jeannette Miller perdurará a través de sus cuentos y novelas, que continúan siendo estudiados y admirados por su destreza literaria y profundidad temática. Sus historias se incluyen en antologías y se adaptan a diversos medios, lo que garantiza que sus ideas y observaciones lleguen a nuevas audiencias.
En conclusión, Jeannette Miller es una figura fundamental tanto en la literatura dominicana e hispanoamericana como en el estudio de la sociedad, célebre por su hábil narración y sus perspicaces comentarios sobre la condición humana y la dinámica social de las distintas etapas que ha vivido y sigue viviendo. Nunca dejaré de recomendar la lectura de “La vida es otra cosa”.