La vida no es negra

La vida no es negra

POR BINGENE ARMENTEROS
Ocho de la mañana salgo de mi casa. ¡Un automóvil en vía contraria! Grrrrrrr. ¡Un tapón! Seguro hay un AMET que dirige mal  el tránsito. ¡Anarquía total del tráfico y tan temprano! Leo el periódico: Sigue la guerra en Irak, continúan las disputas entre los partidos, no hay luz, no hay agua, el crimen aumenta, el narcotráfico parece ser inevitable. Escucho en mi cabeza las palabras de uno de mis cantautores favoritos, Juan Luís Guerra, «El costo de la vida sube otra vez eso que baja ya ni se ve.»

Cierro los ojos en lo que me retumban en mis oídos sus canciones, no quiero abrirlos, las palabras se pierden y poco a poco escucho el ritmo, la melodía, los tambores, la güira, etc.

Visualizo mi país. Tierra querida la cual no cambio. Y mientras oigo los sonidos líricos de las canciones de Juan Luís Guerra empiezo a sentir el mar caribeño, su brisa suave refresca mis cachetes mientras los rayos brillantes del sol acarician las palmas, los cocos, las aceras dando una luz única de las Antillas, una fluorescencia que convierte el azul del mar Caribe en un azul envidiable por las otras aguas de la tierra.

Todo lo negro del día, se torna brillante pues veo frente a mí ese Mar y todas sus tonalidades que dependiendo del clima—según el sol penetra la atmósfera—éste se torna gris con las tormentas o juega con los diferentes cromatismos azules que la más preciosa aguamarina o el más puro zafiro pudieran envidiar.

Me encanta observar las cualidades camaleónicas del mar en la Avenida del Malecón, calle que transito para llegar a la Ciudad Colonial, antiguo ciudad que se ha convertido en mi segunda casa. Aquí alejada de las bocinas caóticas veo las piedras y el mármol de los vetustos caserones y trato de escuchar las palabras y la sabiduría de nuestros antecedentes.

Como en el resto de la ciudad las personas del vecindario se quejan. No llega la luz desde hace un mes, han cerrado negocios familiares, se fueron los AMET y los autos se estacionan cerrando el paso en las pequeñas calles o para el mismo peatón. No quiero esa negatividad ni esa furia que últimamente veo en los rostros de los dominicanos. Quiero ver lo que podemos aportar.

Me inmerso en mi pasión, el arte, me sumerjo en las pinturas y esculturas de nuestros maestros y veo ahí lo que se puedo ofrecer. Me transporto al mundo irreal de Amaya Salazar y tras su línea negra que traza a sus personajes y a sus paisajes visito cada color que se destaca en el cromatismo Antillano: cada uno sobresale por la luz del Caribe y convierte lo que pudiera sentirse en un momento de soledad en  un instante de paz y tranquilidad, de armonía con sus alrededores con sus días en la Isla del Caribe. Me sumerjo también en los mundos bravos y fuertes de José García Cordero pero dentro de su locura y rabia no veo el mensaje social sino su delineación fuerte, su demostración artística de un maestro dominicano que domina el pincel y el lienzo. Veo el gris, el negro, las tonalidades monocromáticas y como todo esto cuenta una historia y se convierte en una obra de arte. Observo las esculturas del fallecido maestro de la madera Antonio Prats-Ventós y me transporto a la época de sus Meninas o vivo mundos de fantasías tras sus obras abstractas que parecen símbolos de la antigüedad.

El arte, la historia, los monumentos antiguos, la flora, la fauna, la música, el clima son algunas de las maravillas que ofrece la Republica Dominicana. Cuando el calor sea insoportable, cuando el trafico anárquico te llenen de ira, respira, el mundo no es negro, hay que ver lo bueno y apoyarlo para que esto surja y sea lo más importante en la vida de uno.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas