Petronila Gómez llama a la acción contra la intervención estadounidense
A comienzos de 1923, cuando ya Fémina se encaminaba a un año de circulación, el director de la revista «ilustrada» Letras, también presidente del enclave cultural de la Sociedad Petromacorisana Ateneo de Macorís, Quiterio Berroa Canelo, hizo señalamientos y recomendaciones a la principal editorialista de la publicación feminista; pero, en lugar de referirse a las vindicaciones sufragistas que ya causaban recelos entre conservadores, centra sus consejos en la forma de escribir de la periodista y maestra normal Petronila Angélica Gómez Brea, directora de esta AGENCIA, alentándola a seguir las pautas escriturales del canon androcentrista para los versos.
Auto-conferida del poder editorial –de publicar o no publicar; jerarquizar los hechos en torno a su naciente feminismo- comparte la carta en la sección «Frases cordiales y alentadoras», correspondiendo al consejo del maestro con esta expresión: «(…) Distinguido maestro y amigo, su confidencial y amable carta relativa a mi humilde composición en verso es un estímulo para mí que me impulsa a nuevos esfuerzos».
A partir de intercambios epistolares como este, se rescata la voz valorativa de la maestra normal, prevaleciente cada vez que considera oportuno gestionar el ejercicio de los derechos subjetivos de las dominicanas ante la situación de opresión en la que se encontraban.
Pero, además, mediante esas posturas subvierte e incorpora como epicentro de sus tesis editoriales a las féminas que impulsaban el sufragismo.
Estas valoraciones de los espacios públicos al que tanto ella como todas las dominicanas coetáneas se les tenía vedado participar, no es la voz iniciática, ni la única; al menos dos voces identitarias más se recopilan en la primera revista feminista del país.
Así, en 1922 comienza con un llamado a la acción, asumiendo en nombre de las mujeres que tomaron la tribuna, las calles y las plenarias internacionales para contrarrestar la intervención estadounidense en la República Dominicana. De manera que, desde la génesis ocurre una marcada intención de incidir con la voz de la indagación amparada en las ideas del «sufragismo de vanguardia».
«Dad, pues, a la mujer luz, mucha luz, para que no sea la mujer pasiva y mecánica de otra época, sino la mujer activa y de voluntad propia, que con su ejemplo y sus consejos sepa dirigir los sentimientos de aquel niño que lo acompañarán hasta adulto y lo harán un elemento útil, no perjudicial, y un ser moral que sabrá responder a las exigencias de la sociedad civilizadora», editorializa Gómez Brea.
Con estas argumentaciones, es posible registrar para la Historia que la fémina que argumenta adquiere un rol colectivo mayor, puesto que habla en nombre de todas las dominicanas deseosas de participar plenamente en el rescate de la soberanía y la reconstrucción nacional.
Pero, además, es voz dispuesta a dialogar a partir de formulaciones juicios y pronósticos, tales como: las urgencias de ocuparse de la mortalidad infantil, del desarme de las naciones, obviar las diferencias políticas y tomar como guía el ejemplo de La Trinitaria; y claro, no dejar inactivas a las mujeres ante la imperante reconstrucción del país.
Y, aunque poco recurre a las argumentaciones prescriptivas, la maestra normal las usa para convocar el accionar político: incredulidad ante los planes de desocupación imperialista (en 1922 escribe: «¡Ojalá que, desoyendo la Casa Blanca!»); así como actitud de protesta frente al Congreso debido a la práctica monopólica de los vales con que se pagaban a los jornaleros («¿Será necesario, acaso, como parte sufrida que la mujer vaya al seno del Congreso?», 1924).