La XXX Bienal Nacional y los Premios

La XXX Bienal Nacional y los Premios

Observadores externos se preguntan por qué, en la Bienal Nacional de Artes Visuales, hay nueve Premios, igualitarios además. Es una cifra extraña, generalmente en los concursos no hay tantos. Una explicación se impone.

Anteriormente se otorgaba un premio por cada categoría visual concursante. Una opción tradicional, pero con un inconveniente: ciertas categorías no contaban con una obra premiable… y la declaración “desierta” se volvía inaceptable.

La Bienal se actualizó. Se conservó la cantidad de galardones, un legado muy loable, pero fueron “obras”, de cualquier categoría, las coronadas. Así, en esta edición, la categoría de Instalación provocó seis veces el entusiasmo de los jueces.

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Por cierto, a los Premios pueden agregar Menciones. Ahora, fueron cuatro, motivadas como lo hicieron para los Premios, ¡alegaciones bienvenidas!

Si agregamos el Gran Premio, los florones ascienden a diez, lo que redondea el veredicto. Bien merecen los artistas dominicanos este estímulo al talento, aunque sea cada dos años solamente.

Premios disfrutados

Visita tras visita, aun antes de la atribución de premios, teníamos nuestras obras favoritas, y esta predilección a veces cambiaba…

Sin embargo, una pieza nos llamaba especialmente la atención, en una palabra nos fascinaba. Era una instalación -quisiéramos encontrar una palabra más hermosa-: era “El Dije” de América Olivo. Nos gustaba tanto que, pesimista, temíamos que el jurado no la distinguiera por su exceso de belleza…

Fue por tanto casi una sorpresa deleitable… Estas “Historias Entrelazadas”, este reciclaje mágico, este tejido de plástico, que, bien iluminado, triplica su estética con dos sombras, permanecerá en nuestra memoria de los Premios. Una “aclaración” poética contribuye al mensaje, otra excepción…

Yolanda Naranjo, excelente artista que reside en Grecia, también presentó una obra inconfundible, de una originalidad emocionante, poniendo en alto la femineidad y sus secretos íntimos. Hasta el título conmueve: “Icono de una lágrima y un corazón”.

Nuevamente, la parte material contribuye al encanto. Son unas cremalleras, casi indiscretas, y los bollos de hilo en el piso, acentúan el placer de ver… No olvidemos la construcción espacial y los colores, que contribuyen a la mezcla de ligereza y aplomo, con un montaje perfecto.

La instalación-video, compleja, (ir)reverente, refinada, sensual, de Ico Abreu, es algo perturbadora y lúdica, jugando también con la oscuridad, Obviamente, el autor posee talento cinematográfico… y nos propone en pantalla una micro-ficción. Ahora bien, la segunda obra, en frente, podía eliminarse, y solo quede aquel revoloteo, -premiado-, de imágenes, luces y matices.

“La Isla”, de José Alberto Checo, otro Premio muy merecido, evoca aun todo el Caribe insular… con sus grandes elevaciones rocosas -podrían ser países… y la mirada de islas que apenas alzan arrecifes y costas.

Son construcciones minerales magistrales… y, de repente, descubrimos alusiones a la fauna marina.
Realización insuperable, ritmo ondulante, verticalidad aérea, superficie porosa, seducen… y estremecen.

Alegría por más premios

Hay casi un contraste, en todos los sentidos, con el Premio conferido a Enrique Royo, por sus pequeñitas vasijas en cerámica, esmeradamente elaboradas, tan parecidas y distintas… El título de “La Ultima Cena”, motivo inevitable de reflexión y evocación. Fue un hallazgo “genial”… y encaminó el triunfo.

La concepción pictórica de Susan Mezquita, premiada, que optó por un díptico, ha sido esencial en su “Jardín Urbano”… Luego, la simbiosis y oposición entre el interior y el exterior, la vegetación próxima y su reducción iconográfica, seducen por su originalidad y su mensaje… pero otra virtud ha sido la plenitud y el refinamiento del oficio, demostrado en la interpretación del sofá, ¡cuya comodidad nos incomoda frente al sacrificio de la naturaleza!

Concluiremos celebrando el Premio atribuido al colectivo Comecoco –integrado por Carlos Oliva, Ignacio Alcántara y Raymundo Martínez, que multiplica las impresiones perceptivas e introduce una inteligente connotación sacra, iluminando la oscuridad y la pena. Nos quedamos esperando la flor, una y otra vez, por su hermosura y su alegoría.

Ojalá esta “Capilla del Encuentro” permanezca debidamente conservada en el Museo, después del cierre de la Bienal.

Reconocimiento póstumo personal

Un sentir totalmente personal, y ajeno a los Premios, fue una profunda tristeza, mirando los tres dibujos de Julián Amado, que falleció muy poco tiempo después de haber sido seleccionado.

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