Y… llegará el día en que podamos disfrutar juntos amaneceres y atardeceres… y llegará el día en que podamos decirnos cara a cara cuánto nos amamos y nos extrañamos… y llegará el día en que los abrazos no estén prohibidos… y llegará el día en que juntarnos para celebrar la vida y el amor no tendrá el signo del temor… porque juntos venceremos a este microscópico monstruo que mantiene en vilo a toda la humanidad, que ha detenido la historia y nublado dramáticamente el futuro.
En el día de hoy apuesto a la esperanza. Palabras escritas ante la presencia de un nuevo día. De una nueva mañana en que puedo gritar: Sí, sí, sí todavía estoy viva. MUKIEN
Me desperté una mañana durante mi cuarentena feliz de haber sido testigo de un nuevo día, de que los rayos del sol entraran por mi ventana. Me levanté de la cama con la energía renovada, sencillamente, porque me sentía viva y con fuerzas para enfrentar los embates del día que apenas iniciaba. Ante la realidad de que no tenía agenda prevista, como me he acostumbrado durante largos años, decidí dedicarme a la contemplación, a la reflexión.
Vivimos en el ritmo acelerado de darle importancia a las cosas; que con las prisas cotidianas olvidamos añoramos tener tiempo para el no hacer. Sin embargo, hoy que se impuso por mandato el quedarnos en casa, queremos salir al mundo. ¡La eterna contradicción existencial! Añoramos lo que nos falta. Ignoramos y despreciamos lo que tenemos. Vivimos corriendo y las horas de los días nos parecen insuficientes para hacer lo que queremos. Nos enseñaron que lo importante es llegar a la meta, y no disfrutar del trayecto, del camino elegido.
Ahora me doy cuenta, en el atardecer de mi vida, que perdí algunos días, horas, tal vez años, luchando por llegar a alguna parte, que podía ser cualquier parte. No niego que he hecho lo que he amado y he querido. He tenido la suerte de transitar por el trayecto elegido. Quise ser maestra, y todavía sigo en las aulas. Quise ser historiadora, y luché a sangre y fuego para serlo.
Quise ser escritora, y he cultivado ese don recibido a través de mis encuentros. Pero quise ser otras cosas que no pude. Y no lo lamento. Hay que saber perder. El encierro, confieso hoy, me ha renovado la humanidad. Soy de las privilegiadas que no tiene que agotar largas caminatas para conseguir el pan. Soy de las privilegiadas que tiene un techo seguro, a diferencia de aquellos que viven en condiciones infrahumanas. Y, a pesar de mi alegría de estar viva, de sentir el calor y el sudor en mi piel, pienso en ellos, los de siempre, los sin nombres, los excluidos de la vida, los que más sufrirán los embates de esta crisis sanitaria.
El encierro, repito, me ha renovado las fibras profundas de mi humanidad. He redescubierto mi pasión por lo pequeño. Las orquídeas, el regalo milagroso de la primavera tropical, adornan nuestro patio citadino. Verlas con sus intensos colores, hizo que renovara mis esperanzas.
La primavera se impuso al dolor, a la soledad, a la tristeza y las ausencias. El encierro, reitero de nuevo, me ha renovado el alma. La compañía de Rafael ha sido perfecta. Nos acoplamos a las tareas cotidianas a un ritmo mágico, en el que cada uno ponía de su parte para hacer del trabajo hogareño un goce, no un tedio. Dimensioné su presencia, en las casi tres décadas de vida compartida y en la familia que reconstruimos. Como a todos, los que debíamos y debemos permanecer ocultos tras las paredes de nuestros hogares, extrañamos los abrazos. Los encuentros con la tropa familiar de hermanos, cuñados, sobrinos y nietos. Extraño los mensajes para inventar una excusa a fin de reunirnos.
Celebrar cualquier cosa, celebrar el amor, celebrar la unidad, celebrar nuestras diferencias, celebrar nuestra historia de vida. Extraño, como todos también, el encuentro con los hijos y los nietos. La excusa dominical para organizar una pizza, o unos hot dogs, o unos sándwiches maravillosos que prepara Rafael. En fin, disfrutar de la conversación desorganizada entre los adultos, interrumpida con los gritos de Lucas o Andrés porque desean usar el Ipad de la abuela. La presencia de Rafael Eduardo, que se siente adulto y participa en nuestras conversaciones con sus propias opiniones. Extraño las noches de chicas.
El permiso que me brindo para compartir con mis amigas. Disfrutar de un brindis por la amistad, reunirnos sin agendas previas, por el simple placer de estar juntas y celebrar sin motivo alguno. Extraño la libertad de salir sin ataduras. Inventar una excusa para tomar el vehículo y comprar cualquier tontería. O, sencillamente, visitar a una amiga, ir de tiendas… En cambio, he aprendido a valorar aún más a la soledad, el encuentro conmigo misma, con mi alma, mis ansiedades, mis alegrías y preocupaciones.
Valoro que nos hemos visto obligados a anteponer la vanidad y la superficialidad a la simple lucha por la sobrevivencia. El ‘nosotros’ tiene ahora más significado que el ‘yo’ Espero que esta crisis profunda del mundo actual nos haga pensar, nos permita emerger de las cenizas renovados, como cuando el ave Fénix reinicia un nuevo vuelo. Quiero ver nacer una humanidad distinta. Un pequeño virus, nos ha sometido y doblegado. Ha atacado a príncipes, celebridades, pobres, jóvenes, viejos, ricos, niños, mujeres… Un extraño visitante ha demostrado que, aunque nos sintamos poderosos, somos débiles, impotentes e iguales ante la tragedia. Nos ha igualado y ojalá nos vuelva más humanos. Que este sacrificio del personal médico y paramédico, convertidos hoy en los héroes de la tragedia, no sea en vano. Que podamos renovar nuestras almas.
Que el valor no se contabilice en dinero, porque el intruso virus nos enseñó que el dinero y los privilegios no tienen sentido ante la catástrofe. Por la humanidad, por un rostro los millones de seres que han sufrido. Que la muerte de tanta gente no haya sido en vano. Amén.