Además del miedo que tan oportunamente mueve masas hacia la vacunación y las pruebas PCR, un solo acto de brutal agresión a una indefensa mujer en Baní demuestra, apenas comenzando el año, que una peste a considerar junto al virus SARS-CoV-2 merece toda la atención y correctivos posibles.
Fuera de lo estrictamente criminal que resulta apelar a la violencia sin sentido, sin ser imprescindible para defenderse ni haber mediado provocación, en el suceso entre un automovilista y una motociclista banilejos, salta a la vista la desproporción entre un hombre corpulento y una mujer de vulnerable talla media hacia la que se lanzó a bofetadas tras chocarla.
En términos legales y de masculina inclinación a abusar por impulsos primarios y falso sentido de superioridad, el alto índice de agresiones a la femeneidad muestra hoy débiles contraposiciones institucionales.
En los últimos tiempos decenas de hombres dieron muerte a mujeres poco después de haber salido de las cárceles en las que se encontraban por medidas preventivas reclamadas por las que casi inmediatamente serían sus víctimas. No ocurra esto con Santa Arias.
Muchas otras perecieron por armas blancas y de fuego a pesar de que habían alertado a las autoridades -de insuficente reacción- de que corrían peligro tras directas y creíbles amenazas de tipos violentos que se dejaron dominar por intenciones destructivas hacia seres que reclamaban como de su absoluta pertenencia.
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