Amantes de los clichés, hemos bautizado las elecciones como una “fiesta de la democracia” pero olvidamos, cada cuatro años, que esa fiesta se baila con una música de infarto: el descrédito apambichao se mezcla con un desdén típico y unos acordes de barbaridad callejera.
Los ritmos de esta fiesta disgustaron a los electores de los territorios más grandes en las elecciones del domingo pasado: la abstención municipal fue de 55.94%, mientras que la distrital fue del 41.97. En algunos municipios, incluso, pasó del 60%: Santiago (67.92%), Santo Domingo Este (66.47%), Santo Domingo Oeste (63.95), el Distrito Nacional (63.19%) y Santo Domingo Norte (61.25%), por ejemplo.
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Estos números hablan del desprecio de los electores hacia unos políticos desacreditados por lucrarse en el poder, ejercer el clientelismo para llegar, comprar votos y sostener un vil sistema que impide una participación equitativa. Tanto se juegan para ser electos que, tras perder, Domingo Núñez (Mingo), candidato la Fuerza del Pueblo (FP) en el distrito de Cañongo, en Dajabón, prefirió suicidarse que enfrentar las consecuencias de perder.
La democracia se sostiene sobre patas que podrían ser frágiles. Los partidos están obligados a revisarse y cambiar. A nadie le conviene que vayamos a peor.