Una etapa crucial de Manolo fue la de sus dos décadas en la Agencia Internacional para el Desarrollo, de los Estados Unidos, en República Dominicana, donde llegó a dirigir su área de promoción democrática. Sus profundas convicciones contribuyeron a que la USAID se comprometiera con las reformas políticas y la promoción de la institucionalidad democrática.
Al formularle un reconocimiento en el 2008, Rafael Toribio dijo que “cuando se escriba la historia de la democracia, de la sociedad civil y de los partidos en nuestro país, se tendrá, necesariamente, que hacer mención especial a Manolo Ortega y a los esfuerzos que realizó durante muchos años, para la consolidación de la primera, el fortalecimiento de la segunda, y la recuperación de la legitimidad y credibilidad de los terceros”.
Su influencia fue clave en los esfuerzos que se hicieron por la limpieza electoral en 1994, y cuando eso no fue posible, en la documentación y la resistencia al fraude electoral. Influiría en el papel de la USAID y de la embajada de los Estados Unidos, y enel esfuerzo de los expertos de la Fundación Internacional para Sistemas Electorales (IFES), durante la intensa y extensa crisis postelectoral. Su ayuda fue también extraordinaria para la documentación del fraude que yo dejé patente en el libro “Trauma Electoral”.
Y aquí estamos hoy recontando girones de una vida productiva y estelar de un ser humano humilde, que expresamente rechazó salones de funerarias y celebraciones religiosas. Sin embargo, aceptó que lo despidiéramos en esta casa, albergue de sus últimas realizaciones sociales. A decir verdad, estuve presente desde el acto fundacional en 1993, aunque en bajo relieve por sus responsabilidades de entonces en USAID.
(…)
La degeneración política, nacional e internacional, con fenómenos como Trump, y las incertidumbres de una época de escasos paradigmas, lo desconcertaron y apenaron en los últimos años.” Juan Bolívar Díaz, Manuel Ortega Soto: In memorian.
A finales del mes de enero de este año se rindió a los brazos del Morfeo de la eternidad, el entrañable amigo Manuel Ortega, Manolo, como lo conocíamos todos. Lo he tenido muy presente en este período electoral. Me parece verlo caminando a toda prisa, como si pudiese con su rapidez detener el tiempo y las malas acciones. Andaba siempre apresurado, pendiente de muchas reuniones, atento a todas las noticias de la política nacional e internacional. Estaba muy informado; si la dejadez me impedía conocer los últimos acontecimientos, solo lo llamaba para solicitarle la información. Entonces me daba detalles increíbles.
Tuve la suerte de trabajar a su lado. Fue mi contraparte en el famoso “Proyecto para el Apoyo a las Iniciativas Democráticas (PID)”, administrado por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y que se inició en el año 1992 y finalizó diez años más tarde en 2002. ¡Parece mentira que ya han transcurrido 18 años deesa experiencia! Aquella iniciativa buscaba apoyar a la sociedad civil organizada. Se inició con un fondo de 10 millones de dólares y terminó con una dicional de 3 millones de dólares más. La función coordinadora general de la universidad estaba bajo la responsabilidad del amigo Radhamés Mejía, y había una dirección ejecutiva que tenía como misión la organización y administración del proceso. El primer director ejecutivo fue mi esposo, Rafael Toribio. A finales del año 1993 lo sustituí en la función. Esta ha sido sin dudas una de las experiencias más maravillosas de mi vida.
Manolo y yo nos llevamos muy bien, a pesar de que los dos éramos dos hiperactivos, primarios y tercos. Nos parecíamos en la organización. Estábamos al día con todos los detalles administrativos, financieros y políticos que implicaba un proyecto de esa naturaleza. Aprendí mucho de su astucia negociadora, de su cabeza amueblada que era capaz de organizar un torbellino de ideas y articularlas con coherencia.
En el proyecto realizamos tres “Jornadas Nacionales por el voto consciente”. La idea era desarrollar en los cuatro puntos cardinales, en todos los municipios cabeceras, en todas las ciudades más importantes del país, encuentros en los cuales rescatábamos el valor del voto como un elemento clave de la ciudadanía. Presentábamos el voto como deber y como derecho. Era el mecanismo para educar a la ciudadanía, diciéndoles que una vez electas las autoridades (del Poder Ejecutivo, del Congreso y del nivel municipal), la sociedad civil tenía el derecho de reclamar el cumplimiento de las ofertas electorales. Recuerdo estar a su lado, yendo de un lado a otro, verificando que se realizaban las actividades propuestas. En un día recorríamos hasta 50 lugares. Al finalizar, nos sentíamos felices de ser partícipes del fortalecimiento de la democracia participativa, de ser propiciadores de la conciencia ciudadana.
Hoy Manolo ya no está con nosotros. De esas jornadas han pasado más de 20 años, y todavía, se está abogando por el voto. La campaña publicitaria en la cual figuras independientes de la opinión pública le piden, casi imploran, al pueblo que no venda su voto, me retrotrae a nuestros esfuerzos, y me entristece y abate. ¡Todavía el voto se vende por un pedazo de pan, por un bono, por una cerveza o una botella de ron!
Pasaron las elecciones municipales. Nos quedan las congresuales y presidenciales. Elactivismo político se reactivará, así como las dádivas. Muchos votarán por miedo a perder lo que consiguieron; otros para ver si tendrán una nueva oportunidad de llegar y arrebatar a los otros un trozo del pastel que se llama Estado. Muy pocos votarán con conciencia. Yo, seguiré abogando, hasta agotarme, hasta quedarme sin aliento, por una democracia real, por un estado de derecho y por una ciudadanía responsable. Gracias, Manolo, por ser un guerrero de sueños e ilusiones. Gracias por mantenerte firme, a pesar de que la sociedad se resiste a cambiar.
Manolo, a través de la palabra de su querido amigo Juan Bolívar, me ofreció el empuje que necesitaba para recuperar la esperanza. Gracias, Manolo Ortega, por haber amado tanto este país y creer y luchar por el cambio, en la construcción de una sociedad mejor.
“Pero como ser humano con sentido cósmico, Manolo era consciente de que la lucha por el mundo mejor, por la fraternidad, la solidaridad y la justicia no están al alcance de nuestras vidas efímeras y leves. Y que las reformas culturales y estructurales viajan mucho más lentas que nuestros sueños. Por esto tenía en su escritorio estas máximas del escritor universal William Rivers Pitt que dice: “no cuento con aquello por lo que lucho llegue a ser realidad en el transcurso de mi vida. En la actualidad, el estado de cosas ha llegado demasiado lejos. Acepto la posibilidad de fracasar y morir derrotado, pero eso no me preocupa. Vale la pena emprender la lucha porque nuestra causa lo merece. Pretendo dedicar los años que me restan de vida a esta lucha, sin esperar resultados. Más tarde o más temprano nuestra causa prevalecerá (…) Probablemente no estaré aquí para verla convertida en realidad. Pero la victoria es su propio premio porque un mejor es posible y eso es, a fin de cuentas, lo único que importa”. Juan Bolívar Díaz, Manuel Ortega Soto: In memorian.