Las principales y más significativas propiedades del ADN o código cultural de la sociedad dominicana provienen de los modelos de organización social ya presentes en el siglo XIX de modo que, al menos a partir de aquel entonces si no desde antes, los rasgos culturales ahí adoptados conservan su vigencia y actualidad en la medida en que, primero, mutan y transforman el ordenamiento del cuerpo social; y, segundo, perduran en estado recesivo o dominante preservando, respectivamente, tanto su capacidad de evolución, y futura adaptación cultural a nuevos contextos locales e internacionales, como la unidad temporal de ese mismo cuerpo. Fernando Ferrán
Continuamos con el análisis del libro de Fernando Ferrán “Los Herederos. El ADN cultural del dominicano”, publicado por el Banco Central hace unos días. Nos adentramos a los puntos de partida de su planteamiento.
Para justificar su elección de febrero de 1844 como el punto de partida para la creación de nuestra herencia cultural, que él define como nuestro ADN, señala que para el siglo XIX se podrían considerar estos modelos tradicionales de organización social con sus respectivas características culturales, que eran:
1. Hatero. Cuya característica básica es la subordinación y la “disimulada igualdad”
2. Maderero. Improvisación e irresponsabilidad, a causa de la depredación (¿?)
3. Campesino. Resignación y conformismo.
4. Azucarero. Sometimiento, sumisión, segregación y exclusión.
5. Tabacalero. Independencia (personal y familiar), socialmente inclusivos e interdependientes.
6. Burocracia civil y militar. Conformismo, acomodamiento, ineficiencia y superficialidad.
Lo primero que llama la atención es que Ferrán diferencia al campesino del tabacalero. ¿Acaso los productores de tabaco no eran campesinos? En su clasificación resalta a los tabacaleros, en detrimento de los demás modelos. ¿No les recuerda a Pedro Francisco Bonó y su histórica defensa al tabaco como el modelo económico verdaderamente democrático? El propio Ferrán lo utiliza para justificar su posición. Lo que me llama la atención es que el campesinado dedicado al cultivo del tabaco prácticamente no existe desde finales del siglo XX. Apenas se cultiva en el Cibao tabaco negro para los cigarros, y el tabaco rubio se importa. O sea, que esa categoría no puede ser considerada en el siglo XXI.
Pero lo que más me preocupa es el reduccionismo y la generalización en sus categorías. Por ejemplo, en el azucarero, además de esas características, ¿No habría que decir que fueron los emprendedores, los que llevaron al país por los caminos del progreso que planteaba el positivismo y el capitalismo decimonónico?
Reconozco que páginas después, el autor plantea rupturas, debido a los cambios vertiginosos que se han producido en la sociedad dominicana. ¿Entonces? ¿No es una contradicción? Sobre todo cuando afirma que “en efecto, la sociedad dominicana preserva la pujanza empresarial y espíritu batallador que la caracterizaba en el pasado.”[i] (¿?) ¿No había escrito el autor páginas antes que los modelos tradicionales habían generado un pueblo conformista, a excepción de los tabacaleros, incapaz de emprender acciones transformadoras? Lo más interesante es la relación directa que establece de forma mágica y sin muchas explicaciones y argumentos convincentes es que el minifundio tabacalero es el padre directo de los micro empresarios de hoy. “El vigor e iniciativa empresarial de antaño, presente en una región particular del país -el Cibao tabacalero- se manifiesta ahora en todo el territorio nacional a través del denominado sector de las micro y pequeñas empresas, negocios y talleres que pululan y se esparcen por toda la geografía dominicana.”[ii] O sea que el espíritu empresarial cruzó las fronteras y llegó al este, al oeste y sur del país, convirtiendo a los depredadores sureños y a los sumisos del este en empresarios emprendedores por arte de magia.
¿Dónde está esa parte de la herencia cultural? Para responder a la pregunta, Ferrán afirma que “la prácticamente incondicional valoración moral es decisiva para explicar el marasmo ético y la indiferencia patria con que se vive en medio de tantos minifundios, negocios, talleres, oficinas públicas, ministerios, batallones, empresas y puestos de trabajo que colman el imaginario dominicano”.[iii] Más adelante expone su desgarradora y especulativa tesis: “De ahí que la sociedad dominicana se desdoble a sí misma. Su seno encarna el eterno retorno de lo mismo, debido a lo cual se regresa en su tiempo cíclico a la vieja historia de dos ciudades. (…) En ese ir y venir de lo mismo, cada individuo está consciente de estar sometido a su propia suerte y arbitrio. Podrá decir “yo” y diluirlo a veces en un “nosotros”, pero en verdad seguirá reproduciéndose en busca de lo que adolece en singular y plural: a saber una subjetividad consciente de sí”[iv]
Ferrán, a sabiendas o no, imposible saberlo, asume la posición del pesimismo dominicano de José Ramón López, quien afirmaba en su obra “La alimentación y las razas”, que la mala alimentación ancestral de la población del país no podía engendrar nada bueno. Desde otra perspectiva, pero siempre con una visión pesimista de la realidad, el amigo Fernando Ferrán afirma que la población acepta la usurpación y el abuso de poder por parte de los políticos dominicanos. Una característica fundamental es el individualismo prevaleciente que nos hace incapaces de pensar en el bien común. “Así las cosas, sencillamente, no hay forma de institucionalizar la sociedad dominicana bajo la égida del bien común, establecido por la voluntad general de la población y la subsecuente convivencia de todos y de todas por igual.”[v]
El espacio se agotó. En la próxima entrega hablaremos sobre la “singularidad dominicana”, según el amigo Fernando Ferrán.
[i] Fernando Ferrán, Los herederos. El ADN cultural de los dominicanos, Santo Domingo, Banco Central, 2019, p. 100.
[ii] Ibidem.
[iii] Ibidem, p. 109.
[iv] Ibidem, p. 113
[v] Ibidem, p. 117.