La gente aguarda el discurso que mañana pronunciará el Presidente Danilo Medina ante la Asamblea Nacional, acto cumbre conmemorativo del 173 aniversario de la Independencia Nacional, una gesta histórica, heroicamente acontecida el 27 de Febrero de 1844, guiada por las mentes insignes y actuaciones ilustres de los patricios Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella.
Hay motivos para la ansiedad. Ciertos casos de corrupción político-empresarial de procedencia foránea –Odebrecht y la compra de los aviones Súper Tucano, ambos en Brasil-, unidos a otras cuestiones delictivas de factura local, como las ventas ilegales de terrenos estatales del sector Los Tres Brazos, la depredación de los de “cuello blanco” en las alturas de Valle Nuevo, donde nacen nuestros ríos, y las operaciones engañosas con predios del CEA, que culminaron en los recientes asesinatos de dos comunicadores y al suicidio del homicida en San Pedro de Macorís, describen un panorama putrefacto que aparentemente arroparía a la sociedad toda y amerita la reclamada intervención del mandatario.
Pero sobresale una incongruencia inexplicable. Mientras la generalidad de la sociedad, junto a la oposición y los medios de prensa demandan el accionar independiente de los poderes públicos, ese mismo concierto de voces pide al Presidente Medina que participe, que hable, que dirija los procesos mediante los cuales se encausarían a los acusados de tales desmanes contra el erario. No confían en las investigaciones del Procurador General Jean Alain Rodríguez, a quien desacreditan sin piedad.
Otra incongruencia. El miércoles último un grupo de manifestantes bloqueó las inmediaciones del Palacio Nacional, con la finalidad de remitirle al gobernante el libro verde firmado por ciudadanos anticorrupción. ¿Cuántos han firmado?