¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Salmos 19:12
Cuando Jesús predicaba en Jerusalén, y se encontraba en el templo, cerca de lo que llamaban el pórtico de Salomón, lo rodearon algunos religiosos, y a ellos les dijo que él era el Hijo de Dios, enviado por el Padre, para hacer su obra en la tierra; y pedía que le creyeran por sus obras, por sus hechos, por su conducta. Los milagros los hacía en el nombre del Dios Padre. (Juan 10:25).
A los que escuchan su voz, Jesús les da la vida eterna. El Padre y yo somos uno. (Juan 10:30), les decía. Pero no le creyeron. Al contrario, agarraron piedra e intentaron apedrearlo. Cuando luego Pedro y Juan, ya llenos del Espíritu Santo, predicaron en el mismo lugar donde predicara Jesús (Hechos 3:11), el jefe de la guardia del templo y los saduceos, resentidos (así dice la Biblia) porque anunciaban la resurrección de Jesús de entre los muertos, fueron enviados a la cárcel. (Hechos 4:2-3).
El mismo a quien ellos crucificaron, no sabían que Dios lo hizo el Señor y Cristo, y lo exaltó a la diestra de Dios. (Hechos 2:36). Pero cuando Jesús, Pedro y Juan predicaban esos judíos y religiosos se molestaban. No se daban cuenta que el problema no estaba en Jesús, ni en Pedro, ni en Juan, sino en sus corazones llenos de incredulidad, de hipocresía, de falta de fe, de resentimiento, de soberbia, y por eso no podían recibir la verdad de la palabra de Dios.
Hay gente que se resiente por la verdad de la Palabra de Dios; y culpan a otros por sus fallas y errores. Y no se dan cuenta que lo cierto es que en lo más profundo de su corazón, hay manchas; que no están visibles, en las ropas, sino que existen fallas en lo más profundo del ser interior, errores que son ocultos.
Muchas veces el problema no está en la Palabra, ni se debe culpar al prójimo; el mal está en su propio corazón, en sus errores ocultos. Se preguntaba el profeta Jeremías ¿mudará el etiope su piel? Y el leopardo sus manchas? (Jeremías 13:23). Y con razón el salmista a la interrogante de quién podrá entender sus propios errores, se respondía diciendo: Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. (Salmos 19:13).
Debemos, pues, pedir a Dios con una gran humildad, si es que queremos ver y quitar las manchas del corazón, como lo hizo el salmista David: Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; Examina mis íntimos pensamientos y mi corazón. (Salmo 26:2).