A propósito de que cada mes de octubre el activismo feminista transnacional visibiliza las desigualdades que limitan a las niñas en todo el mundo, retomamos el escrito autobiográfico de la sufragista y poeta Livia Veloz publicado en 1977, en el cual se evidencia la condición de las niñas dominicanas de los barrios y las zonas rurales en la década de 1920-1930; época en que se cristaliza el movimiento por la demanda de la ciudadanía de las mujeres, y las maestras normales, como ella, reportan las inequidades existentes en toda la República.
Explica Veloz que «para las niñas de los barrios y las zonas rurales el futuro era tejer y bordar por paga; lavar y planchar la ropa ajena (…) trabajar en los quehaceres domésticos». Además, relata, que nuestras niñas -que quizás fueron nuestras bisabuelas y abuelas- tenían totalmente vedados los mecanismos de instrucción sino pertenecían a clases económicas adineradas.
Tanto aquellas niñas de los barrios y las zonas rurales, como las vinculadas a familias con poder económico y político, estaban destinadas muchas ala unión conyugal como realización personal: «Para la niña dominicana solo había un camino: el casamiento. Y alcanzar el matrimonio era una empresa difícil de acuerdo a su condición social».
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¿Es este panorama una hoja más de la historia no narrada de las dominicanas? Cuando se compilan las cifras actuales de las uniones tempranas, los embarazos no planificados en niñas y adolescentes, así como las causas de la deserción escolar, vinculadas al trabajo doméstico propiciado por el cuidado de sus hijos e hijas, o por el acoso provocado por su condición de madre-niña, el péndulo del tiempo refleja inercias que ocurren en el país no de manera fortuita, pues continúan siendo propiciadas por las normativas patriarcalistas que como hace un siglo creían conveniente mantener la supremacía de un sexo sobre otro.
De manera que, 100 años después, los indicadores de la situación de nuestras niñas demuestran que al anquilosar nuevas legislaciones que garanticen la total y real protección, la vida de las niñas se convierte en un estado intergeneracional que no solo las limitan en sus avances, sino también dentro de sus comunidades y familias.
En 1926, al estudiar desde la perspectiva médica la condición de las niñas y el alto índice de mortalidad infantil, nuestra pionera médica Evangelina Rodríguez, formulaba un plan nacional para que municipalistas, autoridades y periodistas de la época acordaran acciones para proteger a las niñas, las madres-niñas y a la niñez en general.
Constituía este plan de Rodríguez, en voz de la periodista y maestra normal, Petronila Angélica Gómez Brea, las bases para « una República libre y fuerte, con la edificación de seguras bases sobre las cuales habrá de descansar la futura sociedad».
Junto a Rodríguez y a Gómez Brea, este péndulo del tiempo nos motiva a recordar a las «Otras», un conglomerado de maestras normales que, inspiradas en Abigail Mejía -específicamente en el movimiento político Acción Feminista Dominicana-, llevaron sus saberes a las escuelas de los barrios y zonasrurales, donde estaban las niñas. Hasta allí llegaban tras varios días de viajes en encomiendas, tal como relata Veloz, con sillas de madera y buenas lecturas, estas últimas como estrategia que era AGENCIA para la construcción de las autonomías emancipadoras.