Las señales de que un ataque dentro de la mayor cárcel de la ciudad ecuatoriana de Guayaquil era inminente no podían ser más claras.
Entre los internos de la Penitenciaría del Litoral ya se hablaba desde hacía días que venía un ataque de un grupo contra otro, pero el principal indicio llegó la madrugada del viernes: la policía detuvo a tres hombres que intentaban introducir a la prisión dos fusiles, cinco pistolas, tres granadas, cientos de cartuchos y hasta barras de dinamita.
La policía reportó las capturas y el decomiso, y horas después reveló algo que dentro de la cárcel ya sabían los presos: los tres detenidos eran internos que pertenecen a alguna de las bandas que operan dentro y quienes salieron para abastecerse de armas.
Lo que pasó horas después sólo confirmó que ya había más armas dentro: la noche del viernes, se desató un ataque y enfrentamientos entre facciones rivales que se extendieron hasta la madrugada del sábado y que dejó al menos 68 reos fallecidos y 25 más heridos, en la más reciente masacre dentro del sistema penitenciario ecuatoriano.
The Associated Press contactó a un preso en uno de los 12 pabellones que integran la prisión y habló sobre lo que ocurrió antes del enfrentamiento y cómo operan los distintos grupos para abastecerse de armas. La AP verificó la identidad del interno, quien pidió no ser identificado por temor a que lo maten.
Las autoridades tardaron varias horas el sábado para controlar la situación en la cárcel y utilizaron a 900 policías para entrar e intentar restablecer el orden en la Penitenciaría del Litoral, en la ciudad costera de Guayaquil, a 270 kilómetros al suroeste de Quito.
En lo que va del año, al menos 334 internos han fallecidos en distintos enfrentamientos en la misma prisión. Antes del viernes, el ataque más mortal ocurrió en septiembre, cuando murieron 119 reos.
El recluso que habló con la AP está en la penitenciaria desde hace cinco años, pagando una condena de 25 por asesinato. Él asegura que no es miembro de ninguna de las bandas y que intenta mantenerse neutral.
Dijo que días antes ya se escuchaba entre los presos que otro ataque era inminente y que se decía que el blanco sería el pabellón dos y el conocido como “transitoria”, a donde llegan los nuevos internos y esperan a que haya espacio para acomodarlos. Y los dichos se cumplieron.
La balacera, aseguró, empezó a las siete de la noche del viernes y él se escondió debajo de su litera de cemento en un celda de unos ocho metros cuadrados y en la que permanecen 12 reclusos. Pidió no identificar el pabellón en el que él se encuentra para evitar que pudiera ser identificado.