Lavar los pies del prójimo

Lavar los pies del prójimo

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Mi padre, médico, decía que la medicina era un sacerdocio. Connotaba así la exigente vocación de servicio, la entrega total que se requiere en el profesional médico. Con razón, a pesar de gustarme la ciencia de Hipócrates, temeroso de no poder asumir la medicina con estas estrictas exigencias, me incliné a estudiar derecho. No sabía yo, en ese entonces imberbe adolescente, lo que había dicho José Martí:

“Es la medicina como el derecho, profesión de lucha; necesítase un alma bien templada para desempeñar con éxito ese sacerdocio; el contacto de las diarias miserias morales y materiales, el combate con la sociedad y con la naturaleza, hacen mal a las almas pequeñas, mientras que es revelación de cosas altas en almas altas y hermosas”.

He recordado todo esto al leer la magnífica pieza de Tracy Kidder sobre el famoso Dr. Jim O’Connell, el médico que se ha ocupado de la salud y suerte de miles de personas sin hogar en Boston (“’You Have To Learn to Listen’: How a Doctor Cares for Boston´s Homeless”, The New York Times, January 5, 2023).

Un galeno que confiesa que lo que más le sorprendió, siendo un joven doctor de 30 años que decidió dedicarse a esta causa social, fue el modo como las enfermeras del centro de atención se aproximaban a sus reticentes pacientes: remojando sus pies.

Obviamente bañar en agua caliente medicamentada los pies de quienes sea pasan el día recorriendo las calles y esperando parados por horas y horas para poder recibir ayuda alimentaria es la mejor manera de aliviar los dolores y afecciones en sus extremidades inferiores. Y, lo que no es menos importante, es una excelente vía para detectar, más allá de enfermedades dermatológicas, problemas internos, como es el caso de neuropatías por alcoholismo.

Pero hay un significado más importante en este acto de lavar los pies. En tiempos bíblicos, por el polvo de los caminos y el uso de sandalias, era necesario el lavamiento de los pies. Pero ese lavado estaba a cargo de los siervos más bajos. Por eso los discípulos de Jesús se sorprenden cuando este, siendo su maestro, el hijo de Dios, se dispuso a lavar los pies de sus doce elegidos. (Juan 13:1-16), con lo que Jesús no solo simboliza la limpieza espiritual (Juan 13: 6-9), sino también y sobre todo, plantea un modelo de vida basado en la humildad cristiana y en el servicio desinteresado (Juan 13: 12-17).

La lección del lavatorio de pies es clarísima: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió”.

Como afirma Juan Pablo Martínez Arce, “con el Dios de Jesús presente en el lavado de los pies la tentación de construirnos un Dios a nuestra medida se rompe. Ya no estamos en presencia del dios (con minúscula) del éxito, del poder, del ídolo a nuestra imagen y semejanza; con Jesucristo entendemos cómo Dios se manifiesta en el suelo, en la debilidad, con una rodilla en tierra”.

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