Así como después de la tormenta viene la calma, pasadas las elecciones municipales es preciso reflexionar, analizar y sacar cuentas. Dicho análisis se puede hacer desde diferentes perspectivas.
Iniciemos con el aspecto ciudadano. Queda clara la necesidad de que la ciudadanía reconozca la importancia de las elecciones municipales. Si bien es cierto que estos certámenes generan menor participación que los presidenciales, los datos preliminares apuntalan a un proceso poco concurrido que podría sentar un récord de abstención entre 50 y 60%, superior a la registrada en la pandemia del COVID-19.
¿Por qué la gente no salió a votar? Es una pregunta digna de análisis y a la vez son pésimas noticias para la democracia dominicana que se fundamenta en la descentralización y el contrapeso, pero si la ciudadanía participa poco pierde legitimidad, una democracia sin gente, como advirtió el buen amigo Juan Miguel Pérez, y no se valorizan los gobiernos locales, que son los que más inciden en el día a día de la gente porque están en los territorios.
Puede leer: La gallina de los huevos de oro
Pero no toda la responsabilidad es de la ciudadanía. Hay que decir que los partidos políticos, salvo algunas excepciones, no hacen el esfuerzo y probablemente no tengan el interés de llevar en sus boletas mejores candidaturas. A eso se suma que la campaña municipal fue insípida y aburrida, no hubo debates y las propuestas realistas brillaron por su ausencia, pese a que hoy día son muchos los temas que tienen que ver con la gestión territorial tales como ordenamiento, parqueos, aceras, drenaje, medio ambiente, etc.
Fue tanto así, que varias personas se me acercaron preguntándome por quién votar en las regidurías porque no conocían candidaturas en ese nivel. Entonces, no se le puede pedir a la gente que vote por quienes no le representan, no le generan entusiasmo y ni siquiera conocen.
Y es que mientras los partidos abran sus puertas grandes y cedan sus mejores candidaturas a personas bajo el criterio exclusivo de poseer recursos económicos para financiar la campaña, los perfiles no mejorarán.
Pero, en términos generales el pueblo dominicano dio cátedras de civismo y la Junta Central Electoral (JCE) de organización. Aunque hubo hechos violentos y una persona falleció en Azua, el proceso fue organizado y pacífico. Este elemento hizo al país merecedor de piropos por parte de observadores internacionales que reconocían aquí una virtud de los dominicanos, más notoria al compararse con naciones latinoamericanas que viven episodios graves de violencia ante elecciones.
El personal que formó parte de los colegios electorales exhibió mucha formación y disposición. La asistencia a personas mayores y con discapacidades fue buena. Pese a los augurios de algunos partidos de la oposición de fallas de equipos y de tecnología, todo eso funcionó bien y rápido. El sistema tecnológico de la JCE dio la talla, el proceso de escrutinio fue transparente (por primera vez hubo cámaras y transmisión en vivo), los boletines se emitieron a tiempo y la información fue fluida y certera, por lo que también en el aspecto de comunicación la JCE salió muy bien parada.
Ahora bien, quedan retos importantes en relación a lo que pasa en los alrededores de los recintos electorales, donde hubo proselitismo, encuestas, compra y venta de cédulas, expendio de bebidas alcohólicas, etc., actos denunciados por observadores de Participación Ciudadana y por la prensa. Es importante que la Procuraduría Electoral dé seguimiento a estas denuncias para que no haya impunidad electoral.
Todo esto porque estas elecciones municipales deben constituir una serie de aprendizajes colectivos, debido a que si bien es cierto ya pasaron, en tres meses hay elecciones nueva vez y lo más inteligente sería potencializar lo que funcionó y no repetir los mismos errores.