POR DELIA BLANCO
Leer, es probablemente un paso que nos marca la vida.
Todos podemos recordar con poco esfuerzo el momento mágico y sorprendente cuando hilvanamos las primeras sílabas convertidas en palabras.
A mí, me tocó, en brazos de mi padrino con cinco años de edad, y empecé a soltar to-ma-te.
Todavía visualizo en mis sueños ese librito de caligrafía y lectura con que aprendimos a escribir y leer.
Ya en el liceo, hemos disfrutado el amor por la lengua, con profesores y profesoras que nos enseñaron la belleza del sonido, del ritmo, del sentido y de la metáfora, hasta llevarnos poco a poco a reunirnos en torno a la obra de un autor. El primer paso, de relación total y carnal con una novela se la debemos a Honorato de Balzac. Durante varias semanas vivimos dentro de nuestro grupo de lectores una relación pasional de joven estudiante provinciana, llegada a París para enfrentarse con la sociedad y la libertad, envuelta en la atracción de unos amores tórridos y adulterinos.
Peau de Chagrin, exaltó nuestra adolescencia. En esta obra y con ella Balzac, nos invitaba a penetrar el mundo de la doble moral, de la soberbia y del engaño. Pasábamos horas enteras en el café de la esquina del liceo comentando el tiroteo, el juego y la crueldad que enfrentaban el estudiante y su amante.
Evocábamos frase por frase, las construcciones semánticas, analizábamos, la puntuación, el ritmo y el rosario etimológico de una lengua sobria y eficiente.
Éramos, ciertamente felices. El amor a la lectura, nos hacía insurgentes, pues experimentábamos todos los espacios prohibidos, y nos hacíamos cómplices.
Nos liberábamos de una pequeña burguesía apretada en su corsé de doble moral.
Alcanzamos la mayor exquisitez de goce con Madame Bovary.
Flaubert nos acaparó por completo, pasamos varios años leyendo y releyendo La Educación Sentimental. Definitivamente, este autor nos atrapó en un mundo de una amplia complejidad oscura y abierta.
Navegábamos entre el amor y el desamor, el aburrimiento de Emma y su gloria,su pasión y sus odios.
París, nos abrió todas las puertas en el sótano de la librería Maspéro, entre los años 67 y 80, no faltábamos un solo encuentro con los autores.
En esta ciudad, el escritor, el intelectual, comparte de lleno con el lector sus obras, también, sus inquietudes, sus compromisos, sus pasiones y utopías.
Parece ser que París no ha roto nunca con su tradición de café literario y filosófico del Siglo de las Luces y que los lectores franceses, siguen repitiendo ese espíritu de camarillas y encuentros, a tal nivel que a partir de los años 80, el Ministerio de la Cultura de Francia, así como el Centro Nacional del Libro, lanzan anualmente la operación cultural nacional Leer es Fiesta (Lire en Fete), que dinamiza toda la sociedad hacia la lectura y el libro.
Es una movilización nacional. Las Bibliotecas de todos los municipios, grandes o pequeños, las regionales, se adhieren al movimiento de la capital con sus propios proyectos por todas las regiones.
Las librerías, de todo tamaño, organizan durante todo el mes de la actividad, siempre en octubre, encuentros excepcionales con autores llamados a firmar sus obras a los lectores, intercambiar y a contribuir con el diálogo que suscitan sus libros.
En esa capital cultural, cada año, se busca un tema, una motivación que federe todas las instituciones de ediciones y lectura, las librerías, los clubes de lectores, para llevar juntos, un auténtico concierto que nos armonice con el mundo de la palabra escrita.
Este año, la ciudad y el patrimonio, son los invitados de honor.
La ciudad, protagonista de la literatura, la ciudad territorio de la novela, imagen de la poesía, la misma poética.
Este es un gran e importante tema, que abre las ventanas a muchos autores, y que además nos reenvía las ciudades de los escritores, reales e imaginarias, la inolvidable Lima de Vargas Llosa, el Buenos Aires de Cortazar y de Borges, Tánger de Bowles, Argelde Camus, Londres de Dickens, París de Víctor Hugo, de Zola, de Flaubert, de Simone de Beauvoir, y de Sartre.
Este es un tema tan amplio y tan generoso, que encuentra ecos extraordinarios, espejos en todo el planeta. Y como ¡Leer es fiesta! en el mundo entero, los servicios culturales franceses a través de sus misiones diplomáticas, tiran un puente con el mundo.
En República Dominicana, lo disfrutaremos. La ciudad de Santo Domingo, de Santiago de los Caballeros, de Moca, de San Pedro de Macorís, han fascinado a los escritores con alto interés.
Marcio Veloz Maggiolo, es una ciudad literaria en sí, los barrios, sobre todo Villa Francisca, aparecen en sus obras con detalles de explorador.
Sus novelas, Materia Prima, Uña y Carne, se desenvuelven en el laberinto urbano de la capital; el novelista es conocedor obsesivo de la cultura urbana barrial, casi ignorada entre los años 60 y 80, por la mayoría de los capitaleños.
Pero, Santo Domingo, está en la novelística nacional, en las obras de Andrés L. Mateo, Pedro Bergés. Cuentística y poesía nacional en su conjunto. República Dominicana, tiene una producción literaria muy implicada con el medio urbano en trasfondo.
Los mismos poetas y novelistas han producido ensayos y disertaciones sobre este aspecto, tanto los poetas como los narradores.
Existe una poética de la ciudad en la literatura dominicana que podemos abordar y disfrutar y de lo que escribiré más adelante.