Uno nace realmente cuando aprende a leer. Porque la madurez se va logrando cuando vamos aprendiendo a conocer el entorno, gracias a la lectura de los libros que nos marcaron como personas.
Y, en especial, nuestra niñez, con aquellos libros que nos hicieron nacer a la vida, despertar de la ensoñación del mundo, del éxtasis del universo. De modo que el acontecimiento más trascendental, de la historia personal de un individuo, es el acto de aprender a leer. Y, este evento, casi siempre sucede en la infancia, en esa etapa de deslumbramiento y embeleso del mundo.
Para el que se alfabetiza en la adultez, todo su tiempo anterior fue, penosamente, de oscuridad e ignorancia.
Leer me hizo una persona letrada y creó en mí una conciencia de las cosas del mundo, de la naturaleza, de las palabras y de la sociedad. Nada dejó un signo más indeleble en mi personalidad, en mi memoria, en mi imaginación y en mi sensibilidad, como el momento en que aprendí a leer y escribir mi nombre.
También a saber leer el nombre de las cosas y a escribir el nombre de mis amigos y mis familiares, de las plantas y de los animales. Nada es equiparable a ese evento antropológico y cultural, a ese salto epistemológico y heurístico. A esa magia en que pude traducir las letras y las palabras de los libros en imágenes, sonidos y colores, y esto enriqueció profundamente mi vida.
Porque ese acontecimiento, a pesar de ser individual, me permitió romper los límites del tiempo y del espacio, al poder viajar por lugares ignotos, ciudades mágicas, países encantados, paisajes fantásticos.
También por geografías, culturas, historias y sociedades: espacios mágicos, fantásticos y misteriosos del mundo y del universo. Esas ilustraciones y palabras primeras, que vimos y desciframos, con ojos infantiles y azorados, son inolvidables e imborrables de nuestra memoria.
De ahí nació –confieso– mi fervor libresco, y acaso mi bibliofilia, que perdurarán –doy fe–, hasta mi muerte.Las experiencias de lectura me permiten transformar la vida en ilusión y en sueño. Aprendí a leer temprano y a escribir tarde.
Leer me ha permitido definir los perfiles de mi personalidad, ejercitar mi memoria, afinar mi sensibilidad y potenciar mi imaginación. Gracias a la lectura he podido disipar ansiedades, entretenerme, divertirme, y aprender, con este vicio apasionado, pero maravilloso y exaltante, en el que me refugio para vivir una vida paralela.
Con la lectura,combato las adversidades de la vida, atenúo las incertidumbres, mitigo las penas, congelo los instantes de felicidad y disipo las angustias cotidianas.
Nunca supe que mi destino sería literario, o que serían las letras. Desde adolescente quedé hechizado por la magia de la poesía, la fantasía del cuento y la novela, y el poder seductor del ensayo. Ahí empezó mi travesía por el mundo de las letras y de las ideas. Los escritores y los filósofos empezaron a formar parte de mi altar letrado y de la tribu de mi sensibilidad.
Se volvieron fantasmas y dioses de una religión profana, que se llama: literatura. De ahí que Novalis dijera: “La poesía es la religión natural del hombre”.
Los libros y sus autores han ejercido en mí una mágica hospitalidad y despertado mi vocación de escritor.
Sin ellos habría sido menos sensible y más conformista, y sin espíritu crítico.
Buscamos en las páginas de los libros las fantasías y las ficciones que no encontramos en la realidad.
Intentamos descifrar enigmas y vivir las vidas que habríamos querido tener en el presente y en el pasado. Perdemos la inocencia y combatimos la soledad, a través de la comunión libre con el libro. Leer los buenos libros nos libera de la cárcel del tedio.
Nos sirven de refugio contra la melancolía, pues nos sumergen en mundos de ensoñaciones y quimeras: nos hacen desentender de las perversidades y las monstruosidades que los hombres han edificado, aviesamente.
La lectura dejó de ser en mí una pasión prohibida y un juego para convertirse en un oficio del arte de vivir y una filosofía existencial. Se volvió un mecanismo de resistencia de las adversidades, un acto de rebelión contra la dureza de la vida cotidiana y un escape del hastío.
Desde que aprendí a leer, los libros han sido un antídoto, cada vez que me he sentido abatido, angustiado o desesperado.
De ahí que me entrego a la lectura para satisfacer mi apetito de conocimiento y aprendizaje: me sumerjo en la escritura para canalizar mis energías intelectuales y creativas. Leer y escribir son maneras de vivir.
Vivo para leer y escribir, y recrear y memorizar lo leído; también para vivir en el sueño, lo leído en la vigilia. Sartre dividió su autobiografía Las palabras en leer y escribir. Justamente, la vida de todo escritor se representa en esos dos actos de la existencia, que se completa con otro: publicar.
La lectura es así una práctica cultural de la vida, que nos ayuda a sobrellevar los avatares de los túneles existenciales, en que transcurre el laberinto de nuestras pasiones espirituales y estéticas.
En cambio, la escritura es una acción voluntaria, que nos ayuda a materializar, en palabras, ideas, pensamientos, recuerdos y conceptos, y a hacer brotar de la mente, por una necesidad psicológica y espiritual, lo que llevamos dentro. Leer es un placer, y escribir, un desgarramiento.
Quien lee siente los murmullos del estilo y las voces del lenguaje de los autores, mientras que quien escribe, siente los desprendimientos de la conciencia creadora.
La invención de la escritura ha sido el acontecimiento más trascendental del hombre y el salto cultural que más contribuyó, en su proceso de humanización: le permitió comunicarse, desarrollar el lenguaje y cruzar la barrera del salvajismo a la civilización. Leer nos hizo pues más humanos.
La invención del libro aceleró el proceso de difusión, divulgación y creación de ese dispositivo o instrumento capaz de guardar la memoria verbal y letrada de escritores y pensadores, sabios y eruditos de la humanidad. Una civilización sin literatura y sin libros habría sido un mundo sin ideales, sin sueños y sin utopías.
Es decir, de autómatas y seres sin memoria y sin conciencia de su ser en el mundo. Y sin conciencia histórica ni estética. En efecto, leer nos ha evitado sucumbir a las tragedias, a los desastres y al caos, a las grandes pestes y colapsos creados por el hombre mismo.
Ninguna otra práctica humana ha contribuido a romper tantas barreras contra la ignorancia, el oscurantismo y la barbarie como la lectura. Nada ha sembrado y avivado con más brillantez y esplendidez la imaginación humana y atizado la voluntad creadora, como la lectura.
Ninguna otra práctica social nos ha transformado tanto, a nosotros, los lectores, como la lectura silenciosa y desinteresada, que nos convierte en protagonistas, y actores públicos o secretos, de la aventura de la lectura. Ni participar de la magia transformadora de la experiencia lectora, de esa pasión de descifrar signos verbales de las páginas de los libros, con mirada horizontal y silenciosa.
Al leer, continuamos el sueño de la vida, pues la lectura es la vigilia celebrante con que derrotamos el tiempo, aplazamos la muerte y convertimos en realidad, la ilusión, y en posible, lo imposible.