Ni la muerte certera, ni la agonía terrenal, impiden en un ser humano la presencia de la vida plena, ni la satisfacción de lo vivido, ni los sanos resultados logrados y, mucho menos, el logro de la transcendencia espiritual.
Perder a Leonora Ramírez es una perdida dolorosa, sufrible, comprensible desde la vida, pero incomprensible desde la utilidad y la bondad.
En su espalda cargaba toda una historia del periodismo ético, certero, agudo, objetivo y crítico, pero sobre todo, intelectualmente bien digerido.
Mi amiga Leonora Ramírez defendía lo que creía, manejaba el arte de la prudencia, el silencio, la pausa y la delicadeza para expresar sus diferencias. Era una mujer leída, apasionada y obsesiva que manejaba de forma eclética el conocimiento y la visión de la vida.
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La vida nos juntó en CDN compartiendo junto a Pablo Mckinney; allí aprendí mucho con Leonora Ramírez, su capacidad y talento para manejar diversidad de temas, hacerlo asimilable, digerible y hasta liviano para la población. Vivía el periodismo de forma apasionada, se expresaba sin falta ortográfica, era tierna y cercana en dejar sentir su regionalismo, el sincretismo cultural de la vida sanjuanera.
De vez en cuando comentábamos mis artículos de los lunes en periódico Hoy, o sus trabajos, entrevistas y opiniones que, de forma brillante, objetiva y actualizada sobre política, economía o la diversidad social, que eran temas que le atraían y los que trataba con su forma particular e independiente con la que vivía.
Existen varios síntomas que dejan en evidencia de la pobreza espiritual en un ser humano: la superficialidad y la dependencia, el dejarse atrapar por la banalidad, el inmediatismo y presentismo posmoderno; Leonora Ramírez fue una mujer diferente, ponía distancia y establecía limites cuando el compromiso no era social ni ético.
Su personalidad introvertida, a veces tímida, callada, le ayudaba y le servía de factor protector ante la tendencia morbosa de invadir la vida ajena o prestar la pluma para equilibrar balance o auditoria de personas de vidas incorrectas.
El periodismo ha de sentir una gran pérdida, sus familiares y nosotros sus amigos de siempre y para siempre. Vaya en paz amiga Leonora, que la tierra te sea leve y la eternidad grande para acogerte y recordarte como una mujer sana, buena, entregada y defensora de lo que creía.
Las enfermedades y la muerte a veces son injustas y defensoras de su genética y de su destino. Sé que luchaste cuerpo a cuerpo con el cáncer, el dolor visceral, la agonía y las cosas pendientes por realizar.
Amiga, vaya en paz, fue mucho lo que diste y aportaste en tu carrera y en tu presencia terrenal. A muchas generaciones enseñaste, dejaste marcada a una familia; estableciste un referente en una profesión complicada y estresante, Pero útil y necesaria para la sociedad y la existencia.
Ahora que has partido, nos dejas a todos con la conciencia de que fuiste una mujer de palabras sabias y de caminos sabios, que obraste bien, que viviste el bienestar interior en armonía con el exterior; lo poco o lo mucho que lograste fue por tu trabajo, y tu hoja de vida intachable. Vaya en paz, tranquila, con la satisfacción y el deber cumplido, de la vida correcta y del trabajo ético. Su pérdida, amiga, es significativa, asimilable, pero no borrable, su presencia y trabajo, alcanzó la transcendencia.