José Rafael Molina Ureña fue la cabeza del movimiento revolucionario que buscaba la reposición de Juan Bosch en el poder, con quien se mantenía en contacto permanente para lograr su regreso desde el exilio. Estuvo en esos aprestos desde 1963 cuando intentó instalar un Gobierno constitucional con el presidente del Senado, Juan Casasnovas Garrido, dándole un contragolpe al Triunvirato.
Acudió al Palacio Nacional desde el 25 de abril de 1965 hasta el martes siguiente cuando el coronel Francisco Alberto Caamaño “lo obligó a salir” de la casa de Gobierno para hablar con el embajador norteamericano.
“Si el jefe de operaciones militares (Caamaño) había tomado la decisión de ir sin su conocimiento y sin su aprobación ya no era Presidente, no tenía autoridad sobre el jefe militar y ya nosotros sabíamos que tanto Francis como Hernando Ramírez estaban dispuestos a cambiar la consigna de ‘Vuelta a la constitucionalidad’ por una junta militar”.
Todas estas consideraciones fueron hechas por Leopoldo Espaillat Nanita en respuesta a testimonios ofrecidos por Franklin Domínguez sobre Molina Ureña, a quien Espaillat Nanita define como “organizado, de mucho carácter, muy discreto. Por eso Bosch le confió que se hiciera cargo de la organización del movimiento”.
Aseguró que el gobernante provisional no fue débil, que esos son “disparates” del reconocido dramaturgo “que no sabe ni jota de lo que estaba pasando. Lo que él relata no tiene nada que ver con 1965, fue en 1963 cuando el embajador norteamericano invitó a Molina a un desayuno tratando de que los militares que no querían a Bosch aceptaran a Molina que estaba en el orden sucesoral, era el presidente de la Cámara de Diputados y fue presidente de la Constituyente. La Constitución de 1963 es obra de Molina Ureña”.
Era cuñado de Molina pues estaba casado con Miriam Vanessa, su hermana. Fue su mano derecha en la estructuración de la parte civil de la trama bajo cuyo mando estuvo su pariente político, “no Peña Gómez” como aducen. Afirma que el líder del PRD “siempre trató de apropiarse del trabajo de Molina” y que autores como Rafa Gamundi Cordero tratan de quitar el mérito de la labor patriótica de Molina, además de denostarlo.
El enfático arquitecto no se limitó responder a Domínguez. Acusó de traidores a Caamaño, Hernando Ramírez y el grupo de militares que los acompañó a la legación norteamericana el 27 de abril de 1965 y al coronel de abril por otra acción; hace revelaciones de las relaciones entre Caamaño y Morillo López y a Emilio Ludovino Fernández (Milito) también le imputa deslealtad porque le rompió un documento redactado por él para que lo firmaran los militares asumiendo la responsabilidad de sus actos.
A Héctor Aristy, de quien dice era portavoz porque Caamaño era corto de palabras, le atribuye un “rol ambivalente y sospechoso”. La limitación expresiva de Caamaño se puso también de manifiesto en la misión norteamericana donde Hernando Ramírez fue quien habló, manifiesta.
Por su participación en la causa, Espaillat estuvo preso en un sótano de la Torre del Homenaje al que no entraba la luz natural. “Era como estar sepultado vivo. Ahí encontré a Máximo López Molina que bajó y me dio conversación, me quitó la angustia, a través de las rejas, hasta que me llevaron al tercer piso”.
Antes lo interrogó una comisión militar presidida por Neit Nivar, designada por el Triunvirato, indagando el paradero de Molina. Eso ocurrió en 1964 “cuando intentamos poner en la presidencia a Casasnovas. Me colocaron en una especie de jaula, tenía que estar en cuclillas”.
¿Mala voluntad? Espaillat dice no explicarse por qué Franklin “dice todas esas cosas inciertas de Molina, a lo mejor le tenía mala voluntad. No puedo justificar esa actitud. ¡Qué carajo sabía Franklin de nada!”.
Dice que Domínguez desconocía que él estaba involucrado y su casa fue parte de la organización por lo que acudieron a ella tras salir de la embajada. “Ahí Molina tuvo su última reunión con los militares y les tomó cuenta. Francis tiró el fusil y se agarró la cabeza porque se percató de lo que había hecho”.
“Existía una campaña para denostar a Molina diciendo que se había acobardado, se había ido del Palacio y lo que pasó, no dicho por mí sino por un extranjero con acceso al Departamento de Estado, fue que Hernando Ramírez y Caamaño llamaron reiteradamente al embajador, que estaba fuera”. Según Espaillat, manifestaron su deseo de que se formara una junta militar. Al preguntarles por Molina respondieron: “No sabemos… en el Palacio…”.
Él también estuvo en la casa de Gobierno “soportando el bombardeo y el ametrallamiento de la Aviación” y significa que se refugiaron en el sótano evitando el cañoneo de la Marina, no por cobardía. También aclaró que en los dos días en el poder Molina trabajó “llevando el movimiento y designando gente”.
Espaillat Nanita llegó al Palacio guiando su vehículo que ocupaban además, los hermanos Rivero, guardaespaldas de Molina, Máximo Lovatón y Manolo Fernández Mármol.
Reveló tres visitas que hizo a Caamaño para informarle “sobre la existencia de un movimiento militar que perseguía la reposición del Gobierno constitucional. “Yo tuve que darle mi palabra de honor de que el movimiento no era comunista”. La condición que puso fue que no le tocaran al coronel Morillo López y que se encargaría de hablar con él. “Lo cierto es que Morillo se mantuvo al margen”, exclama Espaillat.
Y reitera: “Francis entró bajo mi palabra de honor pero nos traicionó porque fue donde Donald Reid y le contó todo porque le debía a Donny haberlo rescatado de Belisario Peguero, lo sacó de la Policía y lo hizo oficial del Ejército junto con Morillo López”.
Espaillat Nanita nació el tres de diciembre de 1930, hijo de Ramón Antonio Espaillat Genao, médico militar, y María Teresa Nanita, diputada del régimen de Trujillo. Es el padre de Vanessa María, Francesca María y Leopoldo Antonio.
Se asiló junto a Molina en la embajada de Colombia. Intentaron salir y el nuncio Emanuele Clarizio le preguntó a Molina qué hacía, al responderle que iba a la zona constitucionalista el representante vaticano llamó al embajador norteamericano “y nos encontramos con un jeep de la Infantería de Marina que nos apuntaba y nos llevaron como a dos delincuentes a la embajada de Colombia bajo coerción que gestionó el nuncio”.
Pero se ausentaron y llegaron al comando de Peña Taveras. Cuenta que Caamaño los mandó a apresar “y mantuvo a Molina bajo arresto domiciliario en el apartamento de Mario Bonetti”, en la 19 de Marzo. “Al rato llegó Héctor Aristy y dijo que era una medida de protección porque había gente que quería matarlo”.