Esta Semana Santa marcada por la pandemia del COVID-19 se debe proteger a los creyentes para que el culto al creador no sea producto de la impertinencia propia o de la de los guías espirituales de las distintas denominaciones religiosas.
Los creyentes, Igual que el resto de la población, deben someterse a la disciplina impuesta por las autoridades: quedarse en sus casas, tomar las medidas de higiene, respetar el toque de queda, no organizar encuentros ni cultos, practicar la solidaridad y el humanismo en la mayor dimensión posible.
La tradición religiosa del pueblo dominicano se manifiesta en el apego de una parte significativa de la población a los ritos litúrgicos, fundamentalmente cristianos, aunque también se han establecido prácticas y costumbres alternas asociadas a las festividades y conmemoraciones religiosas.
Navidad, Semana Santa y fiestas patronales implican a toda la sociedad, desde quienes asumen la ritualidad como manifestación de su fe, quienes aprovechan los días de asueto para la diversión y el descanso, hasta quienes repiten conductas imbricadas en la cultura de manera automática porque “es la costumbre”.
Villancicos y encuentros familiares en Navidad; habichuelas con dulce, recogimiento en las iglesias, viajes a las playas, montañas o reuniones familiares en la Semana Santa; en cada pueblo la celebración de la santa o el patrón desde una amplia variedad de cultos y modos de adoración.
Esta Semana Santa 2020 llega en pleno desarrollo de la pandemia producida por Coronavirus y encuentra el país en Estado de Emergencia: la gente recluida en los hogares, actos litúrgicos prohibidos y la familia imposibilitada de reunirse en torno a las habichuelas con dulce.
En este periodo, las actividades colectivas asociadas a la Semana Santa: misas, procesiones, viacrucis, encuentros y hábitos cotidianos acostumbrados en la fecha, se constituyen en riesgo. La pandemia obligará a crear nuevas ritualidades y a redefinir la relación entre rito, liturgia, fe e identidad en condiciones de aislamiento social y confinamiento.
Para los creyentes, sobre todo para los practicantes activos, el rol del rito es la afirmación y reforzamiento de su fe. Para muchos fieles, el rito y la liturgia sustituyen la convicción y se convierten en pantomimas en las que sus vidas quedan atrapadas.
Corresponde a los guías espirituales y líderes de las diversas confesiones evitar que el rito litúrgico se convierta en mímica inútil de la fe promoviendo el carácter profundamente subjetivo e individual del acto ritual como forma de comunicación de cada fiel con su Dios.
Ya tendrán tiempo los teólogos, pastores, sacerdotes y gurúes de redefinir la relación entre rito, liturgia, fe y compromiso para sus respectivas feligresías en el marco de sus respectivos sistemas de creencias, dogmas y sus interpretaciones.
Ya habrá tiempo para el abrazo, las habichuelas con dulce, la procesión o la playa.
Ahora, cada quien debe encontrarse con su fe desde su retiro e intentar seguir viviendo.