Marina es mi nieta, un manojo de ternura de cinco meses de edad que va de brazos en brazos tocando corazones con su gracia inocente, su tierna sonrisa y sus bellos ojos negros como el azabache.
Ella nos ha inscrito en el club de los abuelos y nos ha dado el placer del “abueleo”, deliciosa experiencia de la que nos contaban nuestros amigos y parientes.
No existe un ser más tierno ni al mismo tiempo más indefenso que una niña o un niño. Es la miniatura de la mujer y el hombre de este mundo.
Dependen de su madre y su padre, de los familiares y la sociedad que debe velar para que se desarrollen en un ambiente propicio, seguro, con amor y necesidades cubiertas, sin embargo, la realidad universal es otra.
Cuán numerosas son las carencias que no le permiten vivir o desarrollarse a los niños. Mirando a Marina sentimos el impulso de continuar luchando por un mundo mejor para las niñas y niños.
Queremos que Marina, las niñas y los niños de las Antillas, de América Latina y de todo el planeta crezcan protegidos, por eso reclamamos a los adultos terminar con las injusticias y las inequidades. Construyamos una sociedad mejor.
¡Gracias Laurita por traernos a Marina!