La situación ha sido y es dura para la mayoría de las mujeres del mundo, especialmente para las que habitan en África, América Latina y las Antillas, donde los Gobiernos, tradicionalmente dirigidos por hombres que no admiten la igualdad de género, retrasan con su estrechez mental y cultural la convivencia armónica y el desarrollo de la mujer, las niñas y las adolescentes.
La educación es la forma más adecuada para transformar la conducta de los hombres frente a las mujeres con la que se relacionan de manera recelosa, al crecer creyendo que es su enemiga, un peligro para él o un simple objeto de su propiedad.
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Desde la infancia, las sociedades patriarcales se esfuerzan en mantener las falsas ideas de que las mujeres carecen de capacidad, son malas, perversas y peligrosas debido a su fisiología y a los cambios hormonales que las hacen mutables, inconstantes para las actividades intelectuales relevantes.
Esta visión, que tiene la gran mayoría de los hombres latinoamericanos y caribeños, incide en que las mujeres, pese a titularse en las universidades, tener experiencia en manejos administrativos y de dirección, aún son discriminadas o explotadas laboralmente.
Una evidencia de la desigualdad de género en estas zonas del mundo es la persistente brecha laboral. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) las mujeres ganan un 16% menos que los hombres a nivel mundial y, en términos políticos, ocupan un 25.5% de las curules. La República Dominicana es un buen ejemplo de este tipo de discriminación.