El malecón de Santo Domingo reflejó recientemente tres de los indicadores de las tendencias de la humanidad: un manto multicolor, dominado por el blanco de miles de envases de plásticos, acumulación inmensa de sargazos y el color marrón de los sedimentos arrastrados por el río Ozama.
En una decepcionante metáfora visual y olfativa se unieron, como una advertencia, la falta de política local para manejar los residuos sólidos y las aguas servidas, el deterioro multicausal de las cuencas hidrográficas por un lado y, por otro, la acumulación de nutrientes en los mares y océanos, la modificación de las grandes corrientes marinas y de la velocidad de reproducción y crecimiento de algas, inducidas por las variaciones climáticas y la contaminación generada en los grandes continentes.
Puede leer: ¿Les digo Algo?
Humanidad, países, empresas, comunidades e individuos deben actuar para desacelerar la marcha hacia el colapso de la civilización. Desde cada nivel y en función de sus posibilidades hay que ser parte de la solución y disminuir sus aportes al problema. Se necesita voluntad para corregir el rumbo y reorientar la racionalidad de los procesos productivos para lograr el mayor nivel de satisfacción de las necesidades humanas con el menor deterioro ambiental.
Para enfrentar las amenazas del cambio climático urge cambiar los modelos económicos y las relaciones de poder que lo generan. Pensar globalmente y actuar localmente en asuntos ambientales nunca fue más necesario y urgente.