Inicia oficialmente la campaña electoral interna. En realidad, nunca se ha interrumpido. Marchas, concentraciones, vallas; mensajes en televisión, radio, redes sociales y medios escritos; infinidad de entrevistas, vocinglería y debates en programas de panel y noticiarios saturan la vida de una ciudadanía que requiere mejores actores políticos que promuevan políticas públicas consistentes con el interés nacional.
Los cambios de colores de muchos de los actores de este sainete evidencian la degradación del sistema de partidos. No existe un análisis coherente, ni propuestas creíbles, ni compromisos válidos. Los partidos venden sus figuras desligadas de sus historias reales, proclamando más que sus virtudes las debilidades del enemigo.
Utilizan la corrupción y la ineficiencia del otro como arma de ataque y coraza protectora. El otro, siempre el otro, es más corrupto, más inoperante, más ineficiente. La principal bondad de cada propuesta radica en la perversidad de la ajena.
Mientras, la población sigue indefensa ante el descaro y la mañosería de quienes aspiran a dirigir el Estado.
La perspectiva sigue siendo sombría para la población: promotores de bancas de apuestas y loterías, agiotistas, buscavidas, mentirosos profesionales, vendedores de ilusión, traficantes y oportunistas permean las grandes organizaciones políticas con posibilidades reales de ganar.
Nos espera, gane quien gane, más de lo mismo. El precio es demasiado alto y la sociedad dominicana está compelida a transformar esta realidad por su propia supervivencia.