La maestra de ceremonia dio apertura al coloquio y el director Rafael Peralta Romero saludó a los asistentes en nombre de la biblioteca y pasó a motivar el evento: “Enriquillo es una figura histórica que con el tiempo se ha convertido en una figura mitológica”, y citando Versainograma a Santo Domingo del poeta Pablo Neruda recitó:
“Aunque hace siglos de esta historia amarga/ por amarga y por vieja es que la cuento/ porque las cosas no se aclaran nunca/ con el olvido ni con el silencio”… y continuó: “Aquí esta noche se conocerá la verdad sobre Enriquillo”… e inmediatamente presentó a la historiadora Lidia Martínez de Macarrulla.
Enriquillo, guerrero de América
La autora del libro Enriquillo, guerrero de América, inició su exposición preguntando: “¿Cuándo nació este taíno?”, e inmediatamente se respondió: “Para la historia, su figura comenzó cuando siendo niño presenció y sufrió la Masacre del cacicazgo de Jaragua en julio de 1503, hecha por el gobernador de la isla de ese entonces, Fray Nicolás de Ovando, en Guaba, hoy Léogâne, en Haití, enviado para hacer el trabajo de organización social y política de la primera colonia en el Nuevo Mundo.
“Enriquillo fue criado por curas franciscanos” —informa la historiadora—,“quienes le enseñaron a leer y escribir el castellano, siendo educado como español. Quiérase o no, Enriquillo se convertiría en un ente superior que lograría aglutinar a muchos indígenas a su alrededor y sembraría la llama de la libertad en su pueblo verdadero que era formado por indígenas. Se le ha considerado el último cacique de la isla española”.
Lidia Martínez de Macarrulla ha encontrado un punto de inflexión que da lugar al surgimiento del líder, “el héroe de su etnia” y añade: “Alguien tenía que llevar la antorcha de la libertad y fue ese indio españolizado quien decidió alzarse y ayudar a levantar la dignidad de su pueblo frente a la historia”.
Sin embargo, ella reconoce que “La gota que derramó la copa fue el abuso de Andrés de Valenzuela contra Mencía, quien, luego de Enriquillo y Mencía estar casados, tornó más violenta su actitud contra el indio llegando a golpearlo frente a los demás indígenas de su encomienda para que vieran que ese jefecito no era más que un simple esclavo”.
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La expositora dejó claro que ella no cree que haya sido un motivo pasional el que lo llevó a alzarse como decían los españoles. Entiende que “fue una decisión pensada y desarrollada desde hacía buen tiempo. Tomó a los indígenas que lo apoyaban y a su esposa trillando el camino hacia la reivindicación de sus derechos. La sierra del Baoruco sería su campo de acción”.
Enriquillo y la memoria colectiva
En la segunda ponencia, el historiador Juan Daniel Balcácer ponderó los posibles métodos para abordar la historia. Recordó que en el país puede “comprobarse que el cacique Enriquillo no es una figura preterida en el imaginario popular dominicano”. Citó calles, avenidas, parques, ciudades, lago, productos… que llevan su nombre en reconocimiento.
Sin embargo, fue enfático al decir que “poco o nada tiene que ver este personaje con el surgimiento de la dominicanidad o identidad nacional”.
En este punto, Juan Daniel Balcácer se distanció de la historiadora Lidia Martínez de Macarrulla, al llamar la atención sobre quienes afirman que Enriquillo se “rebeló contra los colonizadores españoles” y que luchó “contra las acciones genocidas, opresoras y abusivas propiciadas por las instituciones colonizadoras”.
Y añadió: “Cierto es que hacia 1519 Enriquillo se alzó en el Baoruco, según señaló Las Casas”, pero aclaró que alzarse, en aquella época, no significaba necesariamente rebelarse contra la autoridad en actitud bélica; “quienes se “alzaban” sencillamente se iban hacia los montes en donde preferían subsistir libremente”.
Balcácer reconoció que al cabo de los años la rebelión obligó a la corona a concertar un acuerdo de paz con el cacique, pero no debe omitirse el hecho de que él pactó con el rey de España, aceptó el título de “Don” (que ni siquiera tenían los Oidores de la Real Audiencia), se declaró súbdito y vasallo de su Majestad, y por escrito Enriquillo se comprometió —junto con sus seguidores y a cambio de una remuneración económica— a perseguir cualquier indio o negro que se mantuvieran sublevados en actitud rebelde y de desobediencia frente a los encomenderos.
El indigenismo como ideología dominante en la sociedad dominicana
Juan Francisco Martínez Almánzar, profesor de historia en la UASD, autor de la obra Manual de Historia Crítica Dominicana, se ha enfrentado en los últimos 36 años a la “historiografía tradicional” que ha mitificado la figura de Enriquillo. Coincide con los expositores anteriores en cuanto al origen y educación franciscana del indígena, enfatizando que recibió una enseñanza típicamente española.
El historiador analiza las diversas fuentes históricas que se han reseñado y estudiado a partir de 1514; el matrimonio de Enriquillo con Mencía y el ultraje de que fue víctima cuando el encomendero Valenzuela utiliza la violencia contra ella y expresa: “Los apologistas de Enriquillo no señalan un solo caso en que este haya levantado su voz de protesta por los abusos en contra de los aborígenes que impotentes veían cómo sus mujeres eran tomadas y abusadas sexualmente por los encomenderos”.
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Y remata: “Las protestas en contra de esa situación se produjeron cuando el indígena aculturizado padeció en carne propia lo que era algo natural para cualquier español: hacerle el amor a una indígena sin importarle que esta tuviese o no compañero”.
Martínez Almánzar critica a los partidarios de la corriente indigenista y de la leyenda que se creó alrededor de Enriquillo, observando que no prestaron atención a los esclavos negros, e incluso atribuyeron la declaración de guerra de 1523 a la alegada sublevación de Enriquillo.
Sin embargo, entiende que “El indígena españolizado huyó para alejarse del lugar y de esta manera evitar un daño o peligro. Se fue para que su esposa no se volviera a convertir en objeto sexual de un lujurioso español”.
“Lo acordado con Barrionuevo le permitió, como admite Peña Batlle, obtener su libertad individual a cambio de su sumisión política, lo que demuestra que no fue, como se hizo creer, un libertador de su raza”, expresa Martínez Almánzar ante la mirada impávida del público.
Enriquillo: ¿Símbolo de la resistencia taína?
Rafael Peralta presentó a José Guerrero Sánchez, historiador, antropólogo y director del Museo Nacional de Historia y Geografía, quien abordó al sublevado Enriquillo desde las perspectivas:
Enriquillo: historia, leyenda y arqueología
Excelente comunicador, Guerrero asegura sin rodeos que el cacique Enriquillo «es el personaje más venerado de nuestra historia colonial.
Unos lo alaban como héroe indígena y otros lo detractan como español espurio. Más que ensalzarlo o denostarlo, urge investigar in situ la geografía de los indios y negros alzados en la isla y analizar la figura de dicho cacique en el contexto de la sociedad indoeuropea del Nuevo Mundo según la historia, la leyenda y la arqueología”.
En ese orden, planteó que el Enriquillo de la leyenda ha predominado sobre el de la historia, mientras el de la arqueología permanece debajo de los estratos arqueológicos.
“Enriquillo nació en las faldas de la sierra del Bahoruco”—expuso el historiador y agregó—:“y su padre fue uno de los caciques, junto a otros sesenta, quemados dentro de un bohío en Jaragua por el gobernador Ovando mientras disfrutaban de un juego de cañas. La matanza realizada con premeditación y alevosía no perdonó niños y viejos.
Ovando luego ahorcó a la cacica Anacaona, fundó la villa de la Verapaz, apresó indios —también en Higüey— para construir la ciudad de Santo Domingo y expropió los indios a los españoles casados con indias. Con esta brutal acción, Ovando puso fin a la sociedad indo-hispana que se había creado cuando los rebeldes del alcalde Jiménez Roldán se unieron a las indias y se convirtieron en “caciques blancos””.
Guerrero sitúa a Enriquillo a los siete años cuando sobrevivió a la matanza de Jaragua y fue acogido por el monasterio franciscano de la Verapaz, cerca de Puerto Príncipe, donde aprendió a hablar, a leer y a escribir en castellano y a vivir como español.
Los franciscanos apoyaron la encomienda indígena y educaban a los hijos de caciques para que, una vez adultos, gobernaran al servicio de España.
Aclaró que cuando el cacique inició su rebelión y se estableció en la sierra de Bahoruco, en 1519, los aborígenes habían descendido de 300 mil en 1492 a menos de doce mil debido a maltratos, guerras, trabajo forzado, enfermedades y aculturación.
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José Guerrero resuelve con agudeza el tema de la violación de Mencía, la esposa de Enriquillo: “La abundancia de mujeres indias y la escasez de mujeres españolas y negras, provocó el robo reiterado de mujeres indígenas por españoles y negros. Ese fue un motivo de conflicto de los indios con los españoles y los negros”.
El antropólogo refirió que Fray Cipriano de Utrera, el panelista Juan Martínez Almánzar y otros autores acusan a Enriquillo de ser un agente españolizado, traidor de su pueblo por haber perseguido a indios y negros rebeldes.
Sin embargo, puso en claro, citando a Pedro Mir: “Quien pide la paz está obligado a aceptar las condiciones, no a imponerlas”. Y agregó que la persecución la utilizaron los europeos para azuzar las rivalidades étnicas de indios y negros para apoyarse en unos y atacar a otros.
Después de su muerte, Enriquillo no volvió a mencionarse hasta que Sánchez Valverde afirmó en 1785 que fue enterrado en Boyá, en donde según Del Monte y Tejada vivían descendientes suyos que eran mulatos, zambos y mestizos con privilegios de indios. El historiador aclaró que Boyá no fue pueblo de Enriquillo, pero sí donde vivieron los últimos indios en la isla.
José Guerrero redondeó la ponencia con una analogía que produjo admiración entre los presentes: “El indio permite sintetizar el blanco que no somos y queremos ser con el negro y el mulato que somos y no queremos ser. Los seres humanos, independientemente de su sociedad y cultura, prefieren lo ideal a lo real, el deseo al objeto, razón por la cual Aristóteles dijo cuatro siglos antes de Cristo que la ficción del mito supera a la realidad histórica porque aquella es universal y ésta es particular”.
Enriquillo, el héroe del Bahoruco
El moderador Rafael Peralta Romero presentó al historiador y empresario Manuel García Arévalo, último panelista.
El coautor de la obra Mitología taína define como un clamor de justicia el caso de Enriquillo por lo que se torna diferente al de los demás caciques de La Española. Sin restarle méritos a su heroica sublevación en el Bahoruco, esta no tuvo por objeto la defensa de los territorios indígenas y sus culturas ancestrales.
Coincidiendo con el profesor Juan Francisco Martínez Almánzar y con José Guerrero afirmó que “Se debió más bien a un sentimiento de indignación por la indiferencia de las autoridades ante las ofensas personales y los maltratos que le propinaron, evidenciando con ello el contraste entre los dos sectores que existían al iniciarse la época colonial: el prepotente de los encomenderos y el marginado de los indios y los esclavos africanos”.
García Arévalo reconoce que el novelista Manuel de Jesús Galván, con toda la impronta verosímil que aporta una obra de ficción histórica, confiere a Enriquillo un carácter mítico, que con la exaltación de su figura lo transforma en un héroe de la nacionalidad dominicana fuertemente arraigado en el imaginario popular.
“Enriquillo era un cacique taíno transculturizado —afirma el historiador—. Profesaba la fe cristiana y aprendió a hablar y a leer en castellano, educado cuando niño por los frailes franciscanos en la Villa de Vera Paz, en el cacicazgo de Jaragua”.
Refiere que Andrés Valenzuela, vecino de la Villa de San Juan de la Maguana, quien sucedió a su padre en la posesión de un repartimiento de indios cuyo cacique era Enriquillo, no solo trató de propasarse con Mencía, la esposa de éste, sino que le quitó una yegua que poseía. Y al sentirse ética y moralmente agraviado, Enriquillo demandó la justicia que le fue negada por la Real Audiencia de Santo Domingo, con lo cual, al humillado cacique, no le quedó otro camino que alzarse en rebeldía.
El autor de El Murciélago y la lechuza en el arte expresó: “Tras las mediaciones del capitán Barrionuevo, portador de una carta firmada por la emperatriz, en ausencia de Carlos V, quien se refirió al cacique en términos deferentes llamándole “Don Enrique” y otorgándole el perdón por los daños causados durante la insurrección, garantizando que él y su gente serían bien tratados como vasallos de la Corona”.
Manuel García Arévalo concluyó su ponencia contando que Enriquillo optó por avenirse con los españoles, comprometiéndose a asegurar «la paz y sosiego de la tierra».
Preguntas y respuestas encontraron aclaraciones y otras quedaron en el tintero por falta de datos históricos y de espacio en esta crónica para incluirlas, pero en general, reinó el entusiasmo.
Afuera, una luna llena bañaba el manto de árboles dormidos sobre el sector de Gascue y la brisa fresca de enero despidió a un público consciente de que “las cosas no se aclaran nunca con el olvido ni con el silencio”, como evocó el chileno Pablo Neruda refiriéndose a los indios muertos en la isla Española.
Y al final, bajando la escalinata de la Biblioteca Nacional, una señora le comentó al esposo que fue una gran noche para Enriquillo.