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El impacto de ver a Trujillo ajusticiado

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Colaboradores muy cercanos de Trujillo  no resistieron el impacto que significó ver aquel hombre amante de la vanidad y del poder absoluto, tirado en la cama con el cuerpo en posición fetal, rígido, ensangrentado, con el uniforme sucio y roto, el rostro amoratado y el brazo izquierdo prácticamente en un hilo. Sólo tuvieron valor para contemplar al que cayó “víctima de la conjura de sus propios amigos y favorecidos”, Héctor Trujillo, Joaquín Balaguer, José Sobá y Virgilio Álvarez Pina, quien describe ese para ellos agobiante momento, en las memorias que ahora publica  su descendencia.

“Procedimos a desnudar el cuerpo del Jefe. El doctor  Sobá sugirió que se llamara un especialista para embalsamarlo, sugerencia que fue aplazada por el doctor González Cruz, quien era el director del Cuerpo Médico. Mientras tanto, ya desnudo el cadáver, se procedió a ponerlo recto, tarea que hicieron Sobá, el propio González y el doctor Abel González, llamado por González Cruz. Se procedió a quitarle el anillo de brillantes cuando justamente entraba doña María”, escribió Álvarez Pina (Don Cucho).

Esos patéticos instantes, el funeral, la actitud de Ramfis en el velatorio, las indagaciones posteriores al ajusticiamiento y el aparente oportunismo de Balaguer los narra el autor en sus detalles más mínimos.

Cuenta que la hasta entonces Primera Dama “se tiró sobre el cuerpo desnudo de su marido, abrazándole fuertemente. Así permaneció varios minutos hasta que se incorporó ordenándome con autoridad: “¡Cucho, quiero que al Jefe lo vistan de frac y que lo único que lleve en el pecho sea el collar del Vaticano!”.

Ninguno de los galenos, narra, sabía como embalsamar al ya derribado “Perínclito”, según confesaron. Llamaron a un experto que fue instruyéndolos y la tarea duró hasta entrada la madrugada.

Más revelaciones
“La Era de Trujillo, Narraciones de don Cucho”, es un acopio de revelaciones, no sólo de la vida del llamado “Hijo Benemérito de San Cristóbal”, sino de sus leales, ajusticiadores, opositores. Según este libro que habla hasta de la preferencia del “Ilustre” por los calzoncillos de seda, éste presintió su partida de este mundo y así lo comunicó a Paíno Pichardo y a don Cucho, días antes del tiranicidio, en la cubierta del Yate Angelita. Les dijo que los dejaría pronto.

Pero no sospechaba quiénes eran los que tramaban desaparecerlo, al contrario, reaccionó incrédulo, según apunta Álvarez Pina, cuando el general Manuel Ramón García Urbáez (Billía), “leal subalterno oriundo de su mismo pueblo natal”, le informó en abril de 1961 que los hermanos Díaz tramaban ultimarlo.

Paíno Pichardo, Marcos Jorge Moreno, Sobá, el denominado “egregio” y don Cucho recorrían la zona fronteriza y se les unió García Urbáez “quien era el comandante militar de más alto rango” en el área. Tras unos minutos a solas con el soldado de tan elevada posición, Trujillo retornó al grupo y comentó:

-¿Saben ustedes lo que me dijo Billía?

– No, Jefe, no oímos nada.

– Pues me sale con el cuento de que Modesto y Juan Tomás están metidos en un complot en contra mía.

Paíno le preguntó qué le había respondido y Trujillo replicó: -¿Qué le iba a contestar? Que un hijo del viejo Lucas Díaz no traiciona nunca”.

Muerto Trujillo, acota Álvarez Pina, “el general García Urbáez fue investigado y hecho prisionero por algunos días. Liberado por órdenes de Ramfis, conservó su uniforme hasta que fue pensionado años más tarde”.

Hay un capítulo dedicado a la persecución y asesinato de los conjurados y la participación en el complot y sobrevivencia de Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama.

Cada relato de uno de los servidores o enemigo del “Jefe”, en las buenas o en desgracia, es una sorpresa. La enigmática y habilidosa conducta de Balaguer durante la llamada “Era de Trujillo”, probablemente se publica por primera vez en este libro, como cuando retuvo un mensaje del dictador al padre del Presidente Kennedy. Don Cucho perfila, en diferentes narraciones, la personalidad de “ese hombre de apariencia frágil, pero de temple de acero” que sabía que, desaparecido Trujillo, “era sólo cuestión de saber esperar y hacer los amarres necesarios para el futuro inmediato”.

Otros protagonistas a  los que se alude en esta obra de 280 páginas, ilustrada con fotos inéditas, son Ramón Emilio Jiménez, Yamil Isaías, Telésforo Calderón, Manuel de Moya Alonso, Johnny Abbes, Celito Peña, Francisco Elpidio Beras, Vicente Tolentino Rojas, Horacio y Germán Emilio Ornes, José Ernesto García Aybar, Nicolás Pichardo, Francisco Prats Ramírez, Héctor Incháustegui, Franklin Mieses, Henry Gazón, Félix Bernardino, Máximo Bonetti Burgos, Arturo Espaillat, Ernesto Vega Pagán, Joaquín Salazar,  José Manuel Machado, Luis Mercado, Cristiana Peynado.

También Hart Dottin, Juan XXIII, Rafael Estrella Ureña, Rafael Vidal, Roberto Despradel, Plinio y Teódulo Pina Chevalier,  Tomás Hernández Franco,  Elías Brache, Alfredo Ricart Olives, Arturo Pellerano Sardá, Virgilio Vilomar, Ángel Morales, Augusto Chottín, Mario Fermín Cabral, Miguel Ángel Roca, Jacinto Peynado, Arístides Fiallo Cabral, José Manuel Jiménez, Quero Saviñón, Juancito Rodríguez, Quiterio Berroa, José Antonio Bonilla Atiles, Pipí Troncoso y sus hijos, Víctor Garrido Puello, Generoso Núñez, J. Furcy Pichardo, Arturo Logroño,  Amadeo Barletta, Bienvenida Ricardo, Federico Fiallo, Porfirio Herrera, Manuel Arturo Peña Batlle, Julio Vega Batlle, Germán Soriano, Rafael Bonnelly, Virgilio Díaz Ordóñez, Porfirio Rubirosa, Alfredo González, José Ramón Báez López Penha y muchos otros.

La mayoría estuvo con él hasta el final. Otros se declararon desafectos.  De Estrella Ureña, que lo ayudó a subir, dice el escritor que siempre desconfió Trujillo. Álvarez Pina terminó al lado del “Insigne” aunque en principio se negaba apoyarlo. Noel Henríquez le advirtió en 1930: “Cucho, este hombre llegó para quedarse, es mejor entenderse con él porque tiene los juegos pesados”. Sin embargo, Modesto Díaz, que ayudó a su derrocamiento, en los comienzos aconsejó al político: “Cucho, engánchate en este tren ahora, para que después no lo lamentes”.

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