LIBROS
Las blasfemias de Dionisio de Jesús

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La poesía dominicana escrita durante los  años ochenta presenta una rica variedad   en cuanto a las diversas concepciones   del poema,  compareciendo simultáneamente y sin actitudes exclusivistas, lo que  constituye una diferencia notable respecto al período precedente  correspondiente a la poesía de postguerra.

Después de la época transcurrida bajo la fuerte influencia de la segunda ola de la vanguardia—la de los 50 y 60, y sus reflujos en las tres  décadas siguientes-, empiezan a surgir autores que, asumiendo la experiencia del “modernismo” local y sus derivaciones como un hecho consumado, aplican mucho de la técnica poética desarrollada en esa época, pero también presentan su crítica de modo irreverente, y en la reconfiguración de sus elementos con referencias más antiguas o recientísimas en el mundo de la cultura. Con frecuencia usan formas osadas, pero no en el sentido del experimentalismo programático que les antecedió: las formas ahora tienen una aplicación orgánica.

Un ejemplo es este libro de Dionisio de Jesús, que ya desde su título, Lo comido por lo bebido, sugiere que batirá sus referencias en una licuadora de irreverencias y de blasfemias. En efecto, Dionisio de Jesús lo hace con inteligencia en muchos de sus textos, creando un espacio alucinatorio que define una poética de carácter nihilista. Su concepción nietzscheana, subraya un componente irracional y demoníaco de la vida, que lo aproxima a la experiencia de la poesía maldita,  asumida por los simbolistas franceses,  especialmente por Arthur Rimbaud y por  Charles Baudelaire. Dionisio de Jesús se sirve del diagnóstico nietzscheano del nihilismo para enfocar su propia representación de la crisis existencial,  que busca exhumar los tan pisoteados valores de la tradición judeocristiana.

Sin embargo, de manera distinta a lo que sucede en muchos otros poetas de su generación, el aprovechamiento del nihilismo por Dionisio de Jesús no es ostentoso, no se escuda en tesis ni en proclamas, sino que avanza ocultamente y siempre acompañado de una vigilante atención al instinto dionisíaco del cuerpo. Desde esta perspectiva, Dionisio de Jesús reacciona siguiendo las huellas de Nietzsche, con la fuerza corrosiva  de la creatividad poética, con la metafísica de la expresión y de la forma.

La poesía es la actitud capaz de corresponder al  impulso de la fuerza dionisíaca de la vida, de expresar su perenne fluir y su ineludible perspectividad. Ello porque la poesía produce la forma, esto es, el escorzo creativo que penetra la realidad del devenir mejor que cuanto pueda hacer el concepto metafísico de la verdad. En la óptica de Dionisio de Jesús, el destino nihilista—más que “soportarlo virilmente”, como quería Weber—es visto con fruición o gozo.

La búsqueda de toda plenitud y de la unidad perdida se  proyectan, en esta poesía, a la vez como un impulso generador y como su imposibilidad. La pasión, pues, se impone a la lucidez: nunca deja de reconocer sus límites. Pero no por ello deja de ser demoníaca (Dionisio de Jesús es el poeta que habla “el lento idioma indomable de la pasión por el infierno”): enfrentada a sus límites, a lo efímero, la continua muerte, no vive sino de la transgresión permanente. Esa transgresión es múltiple: de orden vital, no parece realizarse sino en el desorden, en el riesgo extremo. (“Moldeado ha sido el ojo/ Literario del caos”;   de orden ético y social, tiende a desenmascarar toda norma, todo poder, y glorificar  el mal (“Y mi hermano trafica perdones como la prostituta/Su placer en la casa de Dios”; aun vive de un radicalismo más esencial: desafío al tiempo y a la propia muerte.

Lo que finalmente busca Dionisio  de Jesús es hacer de la intensidad y de la pasión una suerte de divinidad invulnerable. Su relación con Dios es  medida por este extraño hecho: la parte de su obra donde el erotismo está más  directamente presente, es también aquella donde Dios desempeña el papel más activo. En los textos donde aquel que se hace llamar por turnos el Creador, el Todo, el Divino,  el Celeste, se entrega a la orgía y al más crapuloso desenfreno, la intención visible es asociar lo que hay más alto a los actos que el hombre considera más vergonzosos. Intención visible, y que sin embargo, permanece misteriosa. Sobre tales escenas flota el recuerdo ahogado de una historia degradante, y en esta degradación, todo se hunde; pero al mismo tiempo, en el fondo de esta degradación, parece que se ha sentido una superación  infinita, una posibilidad sobrehumana, que no puede expresarse, sino por la evocación de una irreductible trascendencia. Dios cayendo en la ebriedad, cayendo en la prostitución, es, sin duda, la mujer que habiéndose entregado a estos estados inmorales, intenta arrastrar allí la moral suprema para que ésta, destruida, no lo pueda juzgar. Pero es también nuestro poeta quien atribuye a estos estados un significado trascendente, reconociendo ahí el equivalente de la visión divina.

El ámbito de esta poesía   no es tan sólo el de la naturaleza sino también el de la mujer. Ambos constituyen, en verdad, el espacio real de su experiencia en el mundo. Ambos participan de un doble signo: paradisíaco e infernal a un tiempo. La plenitud en la naturaleza o en la mujer es igualmente abismo o experiencia del abismo; además, una y otra están regida por la energía: el deseo. Así como aquélla es, para Dionisio de Jesús, un campo erótico, la mujer es sobre todo, por su parte, fantasía, cuerpo. Las raíces más oscuras de su alma, dice en  un poema,  son “los años desangrados por tu cuerpo”.   Por otra parte, la pasión erótica de Dionisio de Jesús es una de las formas del desarraigo existencial. Es una pasión  nómada. Se cumple  siempre en lugares de tránsito—colmadones, bares,  arrabales envenenados,  y sobre todo en lugares asociados al alcohol.

“El amor es un vacío,/La imagen es posesión del poeta con vaso de Cerveza en el Dumé” (p 144).:

A partir de la aparición de su primer libro, Axiología de las sombras (1984), la poesía de Dionisio de Jesús se configura con claridad—entre otros sentidos que no niegan éste—como una firme vocación que podríamos llamar de exploración mística de  lo perverso. A este respecto, Dionisio de Jesús debe ser designado como “el”  perverso de la Generación de los ochenta, como aquel que encarna la esencia de la perversión – quizás se trata de un nuevo Luis Alfredo Torres— cuando los otros perversos, León Félix Batista, Adrián Javier y Plinio Chahín, están  enfermos y sufren, también, sus propias derrotas.

Lo perverso en esta obra es la abyección del cuerpo, que remite a   la blasfemia, e incluso a  la perversión  de todos los sentidos. Entre el anclaje en lo abyecto y la elevación hacia lo que los alquimistas denominaban en otro tiempo lo “volátil”, en pocas palabras, entre las sustancias inferiores—del bajo vientre y del estiércol—y las sustancias superiores—exaltación, gloria, superación–, existe una curiosa proximidad, hecha de negación, de escisión, de repulsión, de atracción.

El cuerpo carnal, descompuesto o magullado, o por el contrario sin contacto y sin estigma, fascina y enloquece al poeta. Esta relación particular con la carne se debe sin duda al hecho de que el cristianismo es la única religión en la que Dios se encarnó en un cuerpo humano a fin de vivir y morir como víctima. De ahí el status concedido al cuerpo en esta obra. Por un lado, este se contempla como la parte viciada del hombre, océano de miseria abominable vestidura del alma, y por otra, está comprometido a la purificación  y  la resurrección:

Dicho de otro modo, en  Lo comido por lo bebido, publicado por Ediciones Ferilibro del Ministerio de Cultura de la República Dominicana, en  el año 2010,  y que abarca, hasta ahora, toda la poesía publicada por Dionisio de Jesús, la inmersión en lo abyecto rige el acceso a un más allá de la conciencia —lo subliminal–, así como a la sublimación en sentido freudiano, pues  la travesía del sufrimiento y la degradación a la inmortalidad prefiguran  un sentido apocalíptico.

Destruir el cuerpo físico o exponerlo a los tormentos de la carne: tal es la extraña  voluntad  del autor. Se trata  de construir  un espacio de promiscuidad afectividad, donde el poeta, sentado en su trono de excrementos humanos, los pies en un pantano inmundo, se come desesperadamente los miembros putrefactos de los hombres muertos; o bien, fermenta su vino en sus propias inmundicias, o, más aún, es un ser sin estirpe ni abolengo, un paria, sorprendido enfandosamente  en las más escandalosa de las orgías. Pero esta degradación, por completa que pueda ser, no le quita al creador ni sus títulos ni sus derechos. A la caída de Lucifer, a la caída del hombre, Dionisio de Jesús añade la caída divina.

Siguiendo el modelo de este decir, rebosante de mortificaciones, Dionisio de Jesús inventa, privándose de su propia presencia, una especie de parque erótico, entregado a la combinatoria de un goce ilimitado, donde encontramos los mismos cuerpos, mancillados y alabados, atormentados y desnudos.

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