Existe una interrogante antiquísima sobre si los lideres nacen o se hacen y la verdad es, que las dos concepciones son anómalas. Toda vez, que entre ambas acepciones hay una relación tan indisoluble que cualquier manifestación de una sin el abrigo de la otra sería efímera. ¿Porque hago ésta aseveración tan categórica? Porque no existe ni existirá jamás la consecución de un liderazgo sin el nacimiento previo en el subconsciente de quien lo protagoniza de una causa social. Y, posteriormente surge la materialización y generación de cambios a través de lo que pudiéramos llamar ideal; como fueron los casos de Gandhi, Luther King, Mandela, Calcuta y muchos otros.
Asimismo, desde la antigüedad el liderazgo es uno de los temas más debatidos y que sigue siendo objeto de discusión. Sin embargo, el mismo históricamente ha sido uno de los temas más tergiversados en términos pragmático y conceptualmente hablando. Por tal razón, dice el gran John C. Maxwell uno de los más atiborrados tratadistas del liderazgo que “El corazón está primero”. Por consiguiente, uno “no puede hacer que la gente siga a uno y actué; si primero no se conmueven sus emociones y sus intereses”. En efecto, esto significa que la causa social es el motor con el que se logra persuadir a los demás y también hacer empatía cognitiva y afectiva con sus intereses.
La Transmutación del Liderazgo.
Desde los antiguos imperios esclavistas hasta llegar a la posmodernidad, todas las concepciones filosóficas que se han elaborado respeto al liderazgo han tenido como finalidad ulterior dirigir al supuesto líder a la búsqueda del poder, ¡nada más descabellado! pues después del ideal lo fundamental en su vida tiene que ser la promoción de un liderazgo transformacional y responsable; sin importar siquiera si el mismo logra ser testigo ocular de esos cambios. Por ello, un líder que no logra sentar ni siquiera las bases de los cambios estructurales será recordado como un gran tribuno cautivador de multitudes; pero jamás puede ser considerado como un líder.
Dentro de ese contexto, los dominicanos con esas características Sui géneris que nos adornan; de creer que lo sabemos todo y, de dotar de títulos nobiliarios cual, si fuéramos reyes a individuos que no llegan ni a coprófagos y, como áulicos vivimos bombardeando a otros con epítetos que no sabemos ni definir. Desde esa perspectiva, la mayoría del dominicano visualiza como líder aquellos individuos que detentan el poder y estos últimos, conscientes de esa realidad alimentan esa atrofiada idea coincidiendo con el gran Maquiavelo quien sentenció en el siglo XVI. “Que un príncipe sabio es aquel que haya la forma de mantener a sus ciudadanos de todo nivel y en todas las circunstancias dependiendo de él y del Estado”,
Líderes al Vapor.
República Dominicana tiene un vacío tan grande de liderazgo, que cualquier esperpento o pelafustán con capacidad de brindar a multitudes un sándwich y un pica pollo; inmediatamente comienza a ser sindicado como líder. Lo bendicen, le dispensan elogios inmerecidos y hasta le pronostican un largo futuro político. Por eso, la política dominicana y casi la sociedad en sentido general están tan cualquierizadas, profanadas y anquilosadas que no estamos haciendo otra cosa que lo que planteó el gran Harold Lasswell, quien afirmó que el poder se traduce en la siguiente fórmula. “Quién da qué, a quién, por qué medios y con qué efectos”.
Frente a esa práctica dantesca, de manera obligada debemos preguntarnos. ¿Es un líder aquel que llegó al poder sin abrazar previamente una causa social? Y más aún, ¿mantendrá ese supuesto liderazgo cuando abandone de brazos cruzados y cabizbajo las mieles del poder? Las respuestas son muy simples, no se puede conservar lo que nunca se ha tenido. En ese sentido, solo nos queda concluir diciendo que, si nos conformamos, si claudicamos o si no disentimos no seremos otra cosa que; una aldea llena de líderes de sándwich y pica pollos.