Nos quejamos mucho del tránsito, y de verdad, muchas veces es insoportable.
Pero más que insoportable, es peligrosísimo: muchos muertos y discapacitados es la evidencia.
La lista de problemas es larga.
Romper el orden es práctica común de muchos al volante. Si hay una fila larga en espera de cambio de luz, es casi seguro que algunos pasarán zumbando por el lado incorrecto para colocarse delante de los demás.
Si hay un tapón en la carretera, harán otra hilera de vehículos en el alero destinado a las emergencias para avanzar por encima de los otros.
Bloquear las intersecciones de las calles está a la orden del día.
Para avanzar un poco impiden entonces el paso de otros vehículos y el tapón se magnifica.
La impaciencia, claro está, es elemento constitutivo del problema.
Llegar al destino sin querer esperar el tiempo necesario, que quizás sería más corto si hubiera orden.
El consumo de alcohol y drogas complica el problema y las soluciones. Con la razón nublada no hay conducta responsable.
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La velocidad a veces es escalofriante. El riesgo que asumen muchos conductores asombra. Los motoristas hacen piruetas como si manejar fuera un espectáculo, y algunos van zumbando con niños detrás sin siquiera un casco.
Por eso, no importa cuántos cumplan las leyes, estamos en alto riesgo, rodeados de personas desaprensivas sin temor a nada. La irresponsabilidad es su reino, la indisciplina su rutina.
No por casualidad la República Dominicana es líder mundial en muertes por accidentes de tránsito. De 183 países comparados, la tasa de muertes en este país por accidentes es de 67.2 por 100,000 habitantes. Los próximos 24 países son africanos y Venezuela ocupa el lugar 26 con 39.7 muertes por 100,000 habitantes. Hay 28 países con menos de 5 muertes por 100,000 habitantes, la mayoría en Europa (datos publicados en 2020).
Agrava la situación la falta de estricto control y patrullaje en las calles y carreteras para sancionar a todos los que violen la ley.
Hace tiempo escribí un artículo indicando que las multas eran una mina de oro que el Gobierno dominicano no explotaba, y, por ende, la población se exponía constantemente a las imprudencias y abusos de los conductores.
Para que un sistema de multas funcione adecuadamente, primero, hay que establecerlo, y segundo, las sanciones tienen que aplicarse con justicia, sin favores ni privilegios; a todo el que viole las reglas del tránsito sin miramientos.
Lamentablemente se arrastra una cultura de sobornos que reproduce las violaciones a la ley en distintas esferas, siendo las de tránsito una de las más devastadoras.
Y encima de todo eso, muchos agentes se dedican a sustituir semáforos que funcionan, contribuyendo a aumentar la impaciencia y las molestias.
Los conductores andan como chivos sin ley y mucha gente está muriendo o queda discapacitada para el resto de sus vidas. ¡Basta ya! Esto tiene que cambiar.
El costo humano, social y económico es muy alto, tanto para la población dominicana como para los turistas que visitan el país.