Por: Bienvenida Polanco
Después de tres décadas de régimen totalitario, el Primer Festival de Teatro Dominicano, histórico acontecimiento de 1963, abrió oficialmente a nivel nacional el vínculo entre la democracia y la literatura destinada a la representación.
He sostenido un ‘Modernismo tardio’ como rasgo característico importante en los autores dominicanos que produjeron obras de escritura teatral durante la tiranía de Trujillo como consecuencia del estado de represión inherente a ese tipo de regímenes políticos. En 1963 la apertura a nuevos aires democráticos fue ocasión propicia para sacudimientos, y el mes de agosto vio la celebración del Primer Festival de Teatro Dominicano, con la participación de obras y autores exclusivamente nativos.
Fue inaugurado por el presidente de la República, Juan Bosch, el jueves 22 de agosto con motivo de las celebraciones del Centenario de la Restauración de la República (‘El Caribe’, Archivo General de la Nación, Folio 0534 y ss.) y la presencia del mandatario formaba parte del programa de apoyo al arte nacional, una de las premisas principales que proyectaba su Gobierno.
El Festival acogió piezas de diferentes estilos y aunque se destacaron obras de autores con trayectoria ya probada como Incháustegui Cabral, lo más notable resultó la participación de los noveles dramaturgos con sus propuestas que representaban las últimas tendencias de la literatura dramática en el mundo. Participaron ‘La Otra Estrella en el Cielo’, de Avilés Blonda; ‘Más Allá de la Búsqueda’, de Iván García; ‘Sueños de gente común’, de Rafael Vásquez; ‘Una Gaveta para muchos Sueños’, de Rafael Áñez Bergés; ’Creonte’, de Marcio Veloz Maggiolo, y ‘Filoctetes’, de Incháustegui.
Tanto ‘Creonte’ como ‘Filoctetes’ constituían inequívocos remanentes de la influencia modernista tardía que prevaleció durante la dictadura de 1930 a 1961. E igual ocurriría con la pieza de García Guerra.
Eran producciones híbridas que respondían a formatos de modelos clásicos grecolatinos pero al mismo tiempo exhibían un contenido subversivo de denuncia ante los regímenes dictatoriales para entonces tan comunes en Latinoamérica.
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No habían exhibido en el pasado esa misma posición insurrecta otros textos de línea simbolista producidos por dramaturgos afiliados a ‘’La Era’’ de Trujillo, como Mieses Burgos – ‘Medea’, ‘El Héroe’, ‘La Ciudad Inefable’-; Aida Cartagena – ‘Odio total Euménides’-; Carmen Natalia –‘Luna gitana’ de 1943-, o Delia Weber, autora de –‘Los viajeros’ de 1944, y ‘Lo eterno’-.
Vale decir en este punto que la pieza de nuestra literatura teatral que otorga la primicia en el tratamiento modernista a los modelos de la antigüedad clásica grecolatina apareció en Santo Domingo en 1916: ‘El nacimiento de Dionisos’, de Pedro Henríquez Ureña y publicada originalmente en 1909 en la ‘Revista de Mexico’.
El canon clásico había sido retomado por el movimiento de la cultura occidental denominado ‘Parnasianismo’, fundado por Leconte De Lisle desde la segunda mitad del siglo XIX como una regresión al equilibrio en el arte, ante las exageraciones que el Realismo había alcanzado con sus extremadas propuestas ‘’Naturalistas’’.
El gran movimiento universal parnasianiano generó su vertiente principal, el Simbolismo, a través de la cual se concretizó y se expandió. En efecto, en 1886 Jean Moreás, poeta parisino de origen griego, lanzó el ‘Manifiesto simbolista’ y dos años después, como una continuación en cadena, el libro ‘Azul’ de Rubén Darío -1888- daría impulso a la trayectoria del Modernismo, que inició definitivamente siendo simbolista en fondo y forma. Darío llevó a su máximo esplendor el Modernismo, consecuencia directa del Simbolismo literario y de la cual sería su indiscutible primer líder y cantor.
No es sorprendente que el Modernismo se mantuviese vivo en las ex colonias de la América hispana posteriormente a su surgimiento y durante tantas décadas, dado que costituyó el primer aporte relevante que Hispanoamérica dio a la literatura universal.
Los personajes y formatos de la antigüedad clásica elegidos para sus piezas por Veloz Maggiolo y por Incháustegui Cabral –‘Filoctetes’, ‘Creonte’- continuaban aquella línea activada por el Parnasianismo y que permaneció en vigencia a través del modernismo simbolista cuyos orígenes hemos señalado. Desde el punto de vista del contenido ambas continuaban la línea de denuncia política soterrada contra el régimen de Trujillo inaugurada tempranamente en 1958 por Franklin Domínguez –‘Espigas maduras’-.
La tercera muestra de opción por los cánones clásicos en el Festival fue la de Iván García Guerra, entonces muy joven. Escribió en una noche su pieza ‘Más allá de la búsqueda’ para presentarla al público que la ovacionó merecidamente. Coincidio con Máximo Avilés Blonda al presentar ambos dramaturgos propuestas en formatos novedosos y temáticas que llamaron la atención de manera válida y permanente.
Avilés Blonda entregó ‘La otra estrella en el cielo’ bajo los lineamientos del llamado ‘Teatro épico’ que Berthold Brecht desde Alemania había proclamado y puesto de moda en todo el mundo. La presencia de Brecht y de otros artistas vanguardistas importantes de la época, a través de los montajes, de los diálogos, de las obras mismas, imprimieron al Festival una áurea de estallido de libertad que aun hoy se percibe en la lectura de las notas archivadas y asimismo desde la lectura actual de cada pieza.
El Festival fue coordinado por el director del TEAN, Teatro escuela de arte nacional, Rafael Gil. Los informes periodísticos de la época dan cuenta de los múltiples detalles -el primer decorado que estuvo listo fue el de la pieza ‘Filoctetes’ (El Caribe, 3 de julio de 1963. Folio 0532, AGN); la realización escenográfica estuvo a cargo de Luis Acevedo…
Queda aun pendiente de estudio el conjunto de la escritura teatral de Añez Bergés, quien posteriormente continuó produciendo.
El montaje de ‘Los ojos grises del ahorcado’, de 1969, obtuvo reconocimiento internacional a partir de la puesta en escena bajo la direccion de Rafael Villalona. En 2020 la Editorial Ortega publicó suya ‘El dulce compañero del otoño’.