Con el propósito de narrar la memoria de un personaje, Marcio Veloz Maggiolo escribe una de las más importantes novelas históricas de nuestra literatura y una de las más destacadas que se publica sobre la llegada de los españoles en el siglo XV y su afincamiento en el siglo XVI. Ya Bruno Rosario Candelier había escrito sobre la fundación de la primera ciudad, La Isabela, “El sueño de Cipango” (2002). La estructura de la novela de Veloz Maggiolo es sencilla y podríamos decir reiterada en su novelística; recordemos la estructura de “El hombre del acordeón” (2003). Es una voz intradiegética que permite presentar las memorias del personaje y, por lo tanto, se juega a los vaivenes de la memoria, lo que la hace la novela, algunas veces reiterativa, porque la memoria no puede captar en el orden lógico los acontecimientos y produce un relato circular.
Los valores estéticos de esta obra son, en primer lugar, la forma de la composición, el relato donde el personaje cuenta su memoria y desaparece el narrador que ve y conoce. La prosa es limpia y brillante. Desde “El buen ladrón” (1961), Veloz Maggiolo ha presentado sus dotes de escritor en una narrativa, en la que se unen la belleza de la expresión, la construcción de los periodos sintácticos claros y un lenguaje medio, sin la pretensión de impresionar al lector.
Así como fluye la memoria del personaje, va fluyendo la escritura de Veloz Maggiolo que realiza una novela dentro de la vertiente de la nueva narrativa que se inaugura en nuestro país en la década del sesenta con la exploración experimental y la desestructuración del modelo de la literatura realista. Cabe señalar a manera de ejemplo, los distintos llamados metapoéticos que aparecen en esta obra. El autor refiere el lenguaje de la época, pero su texto mantiene una claridad para el lector presente. Aunque introduce muchos indigenismos, no tiene la pretensión de reconstruir ni el vocabulario de los aborígenes ni el español peninsular de Nebrija, en su primera gramática, ni de Rojas, en “La celestina”.
Por otra parte, la novela intenta borrar la memoria de un historiador y un antropólogo que ha estudiado de manera detenida el periodo histórico y la cultura de los aborígenes. Él puede exponer de forma ficticia acontecimientos históricos que muchas veces completan la mirada que pudiéramos darle la cotidianidad vivida, por los compañeros de Colón abandonados a su suerte en La Española luego del naufragio de la Santa María.
Uno de los aspectos más sobresalientes de la obra está en plantear la presencia de los judíos en el descubrimiento. Pienso que es una de las lagunas de la historia que el autor quiere llenar. La relación de Colón con los judíos y la presencia de estos en el descubrimiento y conquista de América, muestra esa condición de la España finis terrae, como tierra de fronteras, árabe, judía, africana, portuguesa, en la que se van a insertar los indígenas como naborías del nuevo modelo económico y social que instauraron los colones en América.
La presencia judía presenta, además, la alternancia de otra religión en América y el autor lleva el tema hasta la creación de la inquisición por Torquemada. El narrador dice tener conocimiento de los planes de Josef Ben Hailevi Haviri “de fundar el judaísmo fusionista en las nuevas tierras” (41). Hailevi entiende que los indios son descendientes de una de las tribus perdidas de Israel, creencia que permite dar al relato una cierta trabazón con la narrativa cosmogónica cristiana en contraste con la cosmogonía taína, que muy bien se describe en la obra. Las distintas visiones de los peninsulares sobre los indios y sus creencias religiosas desata una narrativa que cuenta y muestra las prácticas espirituales de ambas culturas y los choques que se dan así como la aspiración de Luis Torres de hacer en América la tierra de Dios profetizada por los padres fundadores de Israel. Con este aspecto, Marcio Veloz presenta una narración intradiegética que refiere a sus obras de temas bíblicos.
La formación de una familia conformada por un español, Nathaniel Torres y una indígena, Jariquema, y la experiencia de haber sido ayudante de fray Ramón Pané, designado por Colón a su llegada en el segundo viaje para investigar las creencias de los indios y autor de la obra “De la antigüedad de los indios”, permite darle verosimilitud al discurso de la voz narrativa sobre las costumbres de los indicios y realizar un despliegue de prácticas y labores cotidianas que describen la cultura de los indígenas de tal manera que se llena el horizonte de expectativa que toda obra crea en el lector.
El narrador, además de narrar la historia fundacional de los primeros emplazamientos de los colonos en América, presenta los conflictos entre los nativos (Guacanagarix- Caonabo) y entre los peninsulares, con su diversidad regional (andaluces, castellanos y aragoneses) con los italianos representados en los hermanos Cristóbal y Bartolomé Colón. Estos conflictos que terminan con la matanza de Jaragua por Nicolás de Ovando y el arresto y posterior remisión engrilletado de Colón por Bobadilla y la lucha por el rescate de Arana que se extiende a la Península. Otras tensiones de la vida colonial se presentan por la administración y la posesión de las tierras, como la Rebelión de Roldán. Debido a las características de la obra, un relato de memoria, estos acontecimientos quedan referidos como lo hace el historiador y no están simbolizados y teatralizados por personas, caracteres e intrigas como lo realiza la novela clásica, desde “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” (1605) hasta las novelas realistas que sirven de modelo a Manuel de Jesús Galván en “Enriquillo” (1882).
Toda novela es siempre una continuación de otro relato. En esta el relato mayor es la Biblia y los menores son la historia, como expresión de un tiempo pasado y de las acciones humanas significativas que permiten conocernos. Las textualidades e intertextualidad de la obra con la historia, en este caso como materia a trabajar, la presencia de personajes reconocidos, ayudar a conformar el drama humano y su categoría de texto trascendente en la historia de la cultura y en la conformación de las humanitas.
Es mandatorio que en una novela histórica haya congruencia entre los hechos del pasado. Que el texto guarde una cierta historicidad y que lo narrado permita comprender el periodo que, de forma ficticia, se presenta al lector. En “La Navidad, memorias de un naufragio” (Ediciones Lacré, Madrid, 2016), de Marcio Veloz Maggiolo, se logran con creces estos fundamentos de la novela histórica. Por lo que si la novela perdiera valor en cuanto a su construcción novelista ganaría la historia en cuanto a la contextualización y a la presentación de una atmósfera a través de la narración de la vida cotidiana en un tiempo tan alejado de nosotros. Una atmósfera que solo a través de la intermediación lingüística y poética podríamos alcanzar.
Dentro de la tradición dominicana de la novela histórica que inaugura Javier Angulo Guridi con La fantasma de Higüey (1857), Marcio Veloz Maggiolo realiza con ésta una importante contribución al conocimiento de la formación de la primera sociedad hispanoamericana en el Caribe. Léase esta novela para completar una visión antropológica y cotidiana de la vida en La Española en sus orígenes.