LO GENIAL Y LO DIVINO EN MANUEL DEL CABRAL

LO GENIAL Y LO DIVINO EN MANUEL DEL CABRAL

Manuel del Cabral es sin duda el poeta más importante del siglo XX de la República Dominicana, para no crear discusiones con el siglo actual y los venideros si les sobrevivimos, no la poesía, sino el hombre a como van las cosas en el planeta.

Los jóvenes poetas de la generación de los 80 lo recuerdan por sus ocurrencias, sus salidas en las conversaciones donde nada más se hablaba de él y solo de él por él, a cualquier hora y en cualquier lugar, que décadas atrás se había coronado con la publicación en Chile, donde estaba de funcionario consular, la “Historia de mi Voz”, ediciones Andes, Santiago, 1964. Donde demuestra sus dotes de fabulador, mitómano, imbuido en sí mismo hasta la tambora según un decir del país.

Con cuarenta y tantos años lo publicó y a tres de la muerte de Trujillo. Libro insólito dentro de la literatura dominicana, inclasificable debido al ego, que él llama autobiografía, pero ego de poeta es ego perdonable, del que se ríe dientes afuera y venga la otra fábula, donde acaba con “titirimundi”, con los de su oficio, donde a cada un uno les resalta lo cotidiano en el trato, sus orígenes y de lo ridículo que a veces puede ser un poeta, sin importar la lengua.

En el libro pasa por su cuchilla, por no reconocerle ser el poeta vivo, de todos los tiempos, más importante a Domingo Moreno Jimenes, Joaquín Balaguer, Juan Bosch, Franklin Mieses Burgos entre otros.


Libro en el que fluyen las anécdotas, vivencias, situaciones etc., de la historia de una voz, su voz (de ahí el título) y habría que escribir el libro y lo escribió a los cuarenta y tantos años que le hiciera recordar a sus contemporáneos, poetas, y a la sociedad dominicana, que este país no había tenido un poeta de su dimensión más esa “autobiografía” insólita, ¿tenía razón? Lo que dolió a los poetas del patio, además de las intimidades ridículamente resaltadas, que cualquier poeta se sentiría orgulloso, ¿acaso la poesía no es eso, juego, fabular?

Las anécdotas y vivencias sobre sí mismo, desde su nacimiento, fluyen de manera ininterrumpidas cual mito griego. Desde su regreso hasta sus vivencias entre los jóvenes de la generación de los 80, los de Postguerra no lo soportaban y ni decir de los Sorprendidos, del 48 y los independientes al que pertenecía por clasificación de la literatura (los críticos) dominicanos.

Los poetas que exageran sus méritos, ojalá tuvieran la calidad y su intuición divina díscola del Cabral, ¿acaso no son eso uno que otro poeta universal?

El Síndrome Manuel del Cabral es creerse que lo que él hace es lo mejor. Cosa que no pasaba con los otros poetas dominicanos. La poesía dominicana está hasta el tope de esos “genios” desde los inicios del siglo XX, que nunca terminaron de sacar la cabeza.
Indudablemente que Manuel del Cabral se hubiese ahogado en el lar nativo y terminaría más loco que una cabra si se hubiese quedado en las calles de la antigua Ciudad Colonial, pernoctando sus lucubraciones intuitivas.

El único culto que Manuel del Cabral oficiaba era así mismo, desde su habla. Escribía poesía como un laboratorio de alquimia. El oro del otro que le llegaba a las manos lo convertía en suyo, con su don poético desorden, inclasificable. Poesía negroide, erótica, social, telúrica y la más importante, la metafísica, la “línea de Ecuador” que traspasa toda su poética y es la que hace que permanezca viva.


Vivía su tiempo como un pirata con patente de corso en lo que se refiere a la poesía.

Los otros eran él, al pasar por su voz, su lengua, salpicada de términos ligado a su región natal, el Cibao. Un registro pormenorizado arrojaría todo lo antes dicho sin menoscabo de la calidad de su poesía respecto a sus contemporáneos, incluyendo su primer padre, Domingo Moreno Jimenes, que intuyó rápidamente que estaba ante el único poeta del que se podía “aprender” y fuera de aquí no había ese quien lo rastreara.

Ese olor y ego a ser único e irrepetible sin serlo, que también poseía el autor de “La Hija Reintegrada”, tanto en su personalidad como en su obra, pero sin el fabular y la mitomanía del autor de “Compadre Mon” (1943).

Las anécdotas sobre los poetas e intelectuales de Chile, Argentina, España, Colombia, etc., giran siempre a la grandeza de nuestro gran poeta donde, además de reconocérsele como poeta, que ya es una gran cosa, su personalidad histriónica, que oyéndole hablar en las décadas de los ochenta, en diálogos de boca para afuera, ya anciano, recordaba, el tono de voz de Trujillo, que era chillón y protagónico, por supuesto sin sentido de humor, donde un solo personaje anda del autor en busca de su obra.

Cada anécdota sobre la calidad y los aciertos de uno que otro poema era reinventada sin que la historia anterior quedara descartada.

En España, cuando estuvo por ese país en la década de los 40 donde se diligencio, por calidad por supuesto, su primera antología publicada por Cultura Hispánica, llamada “Antología Tierra”, Madrid, 1949. Todos los intelectuales, narradores, poetas y un largo etcétera, como Eugenio D‘Ors, Gerardo Diego, Camilo José Cela, Pio Baroja, Dámaso Alonso y José Ortega y Gasset, giran alrededor de él; todos a sus pies antes sus salidas “geniales”.

A diferencia de Argentina que, si vivió largos años y las anécdotas protagónicas sobre su genialidad: Pedro Henríquez Ureña, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estradas, Ernesto Sábato, Antonio Porchia, Guillermo de Torre Enrique Anderson Imbert y Roberto Juarroz, giran sobre él y nada más que él. De que el autor de los “Huéspedes Secretos” (1951) se las traía en busca de trascendencia, no hay duda.

Con Manuel del Cabral nació la poesía dominicana que cada poeta se crea el mejor, la gran cosa, el único que escribe cosa que valga la pena, sin la genialidad, indudablemente, de quien, si lo era, a pesar de que sea el mismo el autor que lo resalte, ¿había necesidad? Pregunta que nunca se le puede hacer a un poeta que tiene una sobrevaloración de su obra, y cosa extraña eso nada más pasa con los poetas.

Don Manuel del Cabral creó una estructura de divulgación de su obra, que se publicaban por su calidad, que contenían la “Antología Tierra”, Cultura Hispánica, Madrid, 1949; “Antología Clave”, Editorial Losada, Buenos Aires, Argentina, 1957 y los “Anti-tiempos”, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967 en el plano de las antologías; y sus publicaciones individuales, más sus novelas, relatos fueron publicados en Argentina y Chile.

La “Crítica” por autores inrastreable sobre valoración de obra en evolución total, no un simple artículo sino libros íntegros fue para que los dominicanos, más bien los poetas del patio, no pasaran por alto la dimensión del poeta universal que nos estábamos dando y que los poetas de aquí ni por enterados se daban.

Nuestro autor de tantos poemas significativos en las letras del continente y en el país son dignos representantes de lo mejor de nuestra poesía por los siglos de los siglos.

En conclusión, Manuel del Cabral creó en la mentalidad, en el imaginario de los poetas dominicanos el creerse por encima de cualquier valoración interior, superior a cualquier otro poeta respecto al otro poeta. De ahí su doble grandeza y dimensión universal.

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