Por Julio Ravelo Astacio
No existían ambulancias. Las camillas, no se conocían. Eran tiempos en que los caminos vecinales eran parte importante de lo avanzado de una comunidad. Las carreteras formaban parte de las aspiraciones en futuro de una población , aunque sus riquezas naturales o su producción deberían por sí solas abrir estas comunidades a la vida y al progreso.
No habían guaguas, tampoco voladoras. Los carros y taxis eran parte de una quimera, que nadie sabía cuándo podrían formar parte de la vida diaria de esos sectores . El 911, ni en sueños.
Entre trillos ,polvaredas y lodazales circulaba la gente. Era muy difícil el traslado a cualquier lugar. Salir hacia la ciudad, una odisea. Un esfuerzo sobrehumano. La colectividad debía sumar fuerzas. Aunar voluntades. Recolectar recursos para hacer posible el traslado de una parturienta. Sacar a un herido. Llevar a un paciente aquejado por una disentería, que no cedía al uso del limón con bicarbonato.
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La caída de un burro, un caballo o de un árbol podía significar la muerte segura de quien la sufría.
No obstante, la gente no fácilmente se rinde. Los pueblos no acatan dócilmente los designios que el diario vivir les depara. Una rebeldía, unida a una decisión de superación a las limitaciones y dificultades. Una firme voluntad de pasar por encima de las barreras y obstáculos. No tenemos de nada. Pero aquí están hombres y mujeres bien intencionados, solidarios, sensibles ante el sufrimiento y el dolor de otros. Dando pie a la sentencia: más que mi hermano, el vecino más cercano.
La comadrona comprendió que el parto no podía hacerse en la cama de la parturienta. Recomiendan que le saquen al pueblo. El practicante, los curiosos, entienden que los golpes y heridas sufridas, imposibilitan su cura en casa o en las limitaciones médicas de la comunidad. Hay que sacarlo o morirá en pocos días, o en pocas horas.
Todos giran en torno al hogar del afectado. ¿Qué hacer? ¿Quiénes le acompañarán? ¿Qué cantidad de dinero se necesita?
Todos se unen solidariamente en la búsqueda de soluciones. Unos se ofrecen para acompañarle, otros para aportar algunos pesos, que permitan a la familia hacer frente a los gastos por las atenciones médicas, a los medicamentos que se le indiquen. Otros se encargarán de preparar el traslado.
Recordemos que no existían las ambulancias, que las camillas y vehículos de motor formaban aún parte de una aspiración a muy largo plazo. Entonces ¿Qué hacer? Había qué preparar una litera. Y esta, ¿en qué consistía? Pues en 4 palos que se entrecruzaban ,amarrados por sogas o gangorras o clavados en cada punto de unión, colocando encima, sábanas o una lona, donde se acostaba al paciente. De 4 a 6 hombres cargaban a la persona enferma, a veces por horas, hasta sacarle a un punto donde pasara un vehículo que permitiera el traslado del afectado al hospital o clínica donde pudiera recibir atenciones médicas.
Era un esfuerzo extraordinario. Un acto solidario, de una trascendencia inexplicable en gentes que apenas tenían qué comer. Todo quedaba atrás ante la presencia del dolor de un familiar, de un amigo, compadre o vecino.
El, ella estaba enfermo. Teníamos que sacarlo. No teníamos otros medios. No podíamos dejarlo morir. Para eso estábamos: vecinos, amigos y comunidad. No había otro medio. No teníamos excusas: lo sacamos en litera.
Hoy, prácticamente se puede decir que la litera desapareció…pero también nos queda la sensación de que aquella sociedad dominicana, con tantas limitaciones y estrecheces se expresaba de manera mucho más solidaria y humana que en el momento presente.
A veces se puede mirar el pasado con un dejo de nostalgia, pero ello no debe impedir que trabajemos juntos por superar las debilidades del presente.